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miércoles, 26 de junio de 2013

Severo Ochoa, la emoción de descubrir, Marino Gómez-Santos

La vida de las personas que han dejado huella en la historia siempre resulta atrayente y se puede aprender algo práctico y positivo. El autor de esta biografía, Marino Gómez-Santos es periodista y vivió de cerca los últimos momentos de la vida de Severo Ochoa, acompañándole en algunos viajes. Este libro fue presentado por el propio doctor Ochoa, en junio de 1993, cinco meses antes de su fallecimiento víctima de una neumonía.

El relato cubre toda la vida del científico desde su nacimiento en la villa asturiana de Luarca en 1905 hasta su fallecimiento ocurrido en Madrid en 1993, a los 88 años. Es uno de los dos científicos españoles, junto con Santiago Ramón y Cajal, que ha recibido el premio Nobel de Medicina, aunque técnicamente no era español en 1959 en la fecha de concesión del premio, ya que tres años antes, en 1956, se había nacionalizado norteamericano junto con su mujer Carmen, que le siguió y alentó en todos los momentos de la vida. De hecho, el fallecimiento de Carmen en 1986, al poco de establecerse definitivamente en España, dejó a nuestro protagonista sumido en un gran desinterés por seguir en este mundo, aunque siguió atendiendo sus numerosos compromisos pero ya sin la chispa que le había caracterizado a lo largo de toda su vida.

Desde muy pronto se decantó en su interés por la naturaleza y la biología, mostrando gran pasión por la investigación. Enrolado en la carrera de medicina en Madrid, por ser la más cercana a sus intereses, fue discípulo de Juan Negrín, que luego dejaría la docencia y la investigación para meterse de lleno en la convulsa política de aquellos tiempos de la II República y la Guerra Civil. Bien es verdad que Severo Ochoa tenía un ego alto, y en 1937 dejó España…

“La pronta insatisfacción que Ochoa sintió en España porque no podía mantener un nivel científico alto, le llevaría a peregrinar por Europa. Un hecho cierto es que las facultades que apuntaba como científico no habrían podido madurar al lado de Negrín. Para que ganara su plenitud, necesitó trabajar en un país donde se hiciera ciencia de calidad y en abundancia. Esto solo ocurría en los Estados Unidos,

Instalado en Nueva York, sus investigaciones y las de su equipo en los campos de la biología y todas sus ramas fueron muy fructíferas, llegando a obtener el Nobel en 1959. Mantenía contacto con científicos de todo el mundo para intercambio de opiniones y viajó a lo largo y ancho del globo en numerosas ocasiones para asistir a congresos y eventos similares. Siempre dijo y mantuvo que era un exiliado científico y no político, aunque es difícil saber dónde está la frontera entre lo uno y lo otro. Margarita Salas, otra relevante científica española y discípula suya manifestó que “que ni a él le gustaba la dictadura ni a la dictadura le gustaba Ochoa». Aunque no dejó de ser español, se sentía norteamericano por su agradecimiento a esta nación que le permitió y alentó en el desarrollo de todas sus posibilidades como científico e investigador. Tímidos intentos pudieron traerle a España en los años 70 pero la situación política y económica no lo hizo posible con lo que siguió en EE.UU, trasladándose definitivamente a España en 1985, donde siguió con sus investigaciones en el Centro de Biología Molecular hasta muy avanzada edad.

El carácter con que fue acogido en EE.UU. marcó su vida. En la pared de sus laboratorios podía verse colgado el siguiente texto:

“Si llegase algún monje peregrino de lugares distantes, con deseos de vivir como huésped en este monasterio, y se amoldara a los costumbres que aquí encontrase, si alterar por su prodigalidad la paz del monasterio y dándose por satisfecho con lo que este le brinde, podrá permanecer aquí todo el tiempo que desee. Si, por otra parte, hallase en algo algún defecto, y lo hiciera notar en algo prudentemente, no sea que Dios haya enviado al peregrino justamente para tal objeto. Pero si se mostrara murmurador y contumaz durante su permanencia como huésped, se le dirá honradamente que debe partir. Si no se fuere, que dos monjes fornidos, en nombre de Dios, se lo expliquen mejor.”

En el recorrido por su vida, el autor de la biografía no escurre el bulto en la información técnica que rodeó en todo momento la vida de Severo Ochoa. Tecnicismos tales como bioquímica, inmunología, biofísica, genética, microbiología, virología, neurobiología, biología del desarrollo y otras muchos se encuentran con profusión a lo largo del libro, pero no molestan, a mi entender, aunque la formación del lector no llegue a entenderlos. «No le daba importancia al Premio Nobel» -que consiguió en 1959 por el descubrimiento de un enzima, la polinucleótido fosforilasa, «esencial en el desciframiento de la clave genética»- porque hacía lo que le gustaba». Por opiniones leídas y escuchadas de personas que trataron con él personalmente en algún momento, hay que decir que la biografía no profundiza en la personalidad del eminente científico, que al parecer no se distinguió por su humildad en el terreno personal aunque su actuación científica fue en todo momento irreprochable con colegas y discípulos. Quizá sea necesario acercarse con otras de las biografías que se han escrito sobre el para mejorar y centrar ideas.

En estos tiempos actuales en que se está cuestionando y de qué manera el tema de la educación en general, creo que es una buena ocasión para recordar las palabras del rey Juan Carlos pronunciadas en 1.982 con motivo de la concesión a Severo del Premio Ramón y Cajal del Ministerio de Educación y Ciencia. Tienen, en mi opinión, demasiado sentido.

Con ello he querido dar testimonio de mi voluntad de amparar y promover la dedicación a las tareas de investigación, sea esta básica o aplicada, a sabiendas de que no habrá desarrollo sin avance en las ciencias y en las técnicas sin fomento de la investigación pura. Deseo también afirmar que al lado del impulso del Estado, tiene que estar también el aliento y la colaboración de la sociedad a través de fundaciones y empresas privadas… … pero confío en que vuestra constante y creciente atención a estos quehaceres evite que los jóvenes y futuros investigadores tengan que trabajar en otras partes por no encontrar aquí los estímulos y recursos necesarios.

Que se nos quede, al menos y aunque sea en plan aficionado, la coletilla de sentir “emoción al descubrir”, descubramos lo que descubramos cada uno de nosotros en nuestro mundo.

1 comentario:

  1. No he leido ninguna biografía de este personaje por el que siento una gran curiosidad, nutrida por las contradictorias opiniones sobre su díscola y distante personalidad, si bien, coincidentes en su talante brillante e irreprochable como investigador. Agradezco y considero tu comentario sobre la falta de profundidad en el aspecto humano de Ochoa. Con tu advertencia quizá sea aconsejable otra biografía distinta de esta. Gracias de nuevo por tu reseña.

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