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miércoles, 7 de agosto de 2013

Casa del Olivo, Carlos Castilla del Pino

Carlos Castilla del Pino fue un eminente médico psiquiatra español de la segunda mitad del siglo pasado junto con otros de más renombre de la llamada “psiquiatría oficial” que evito expresamente nombrar porque entiendo que a él no le habría gustado que sus nombres aparecieran al lado del suyo, siquiera en una reseña bibliográfica. Este libro, publicado en 2004 cinco años antes de su fallecimiento, es en realidad la segunda parte de su autobiografía, continuación de “Pretérito Imperfecto”, que vio la luz ocho años antes y obtuvo el IX Premio Comillas en 1996. Había nacido en San Roque, Cádiz, en 1922.

Basado en su memoria y en las anotaciones de su diario personal, el relato se inicia con su llegada a Córdoba, en 1949, tan solo diez años después de la finalización de la Guerra Civil Española, donde acude a tomar posesión de su plaza como titular del dispensario de psiquiatría. Una Córdoba, física y humana, se nos muestra a la vista en un período de clara represión franquista donde nuestro protagonista se las tuvo que bandear con exquisito cuidado dadas sus convicciones personales, muy lejos del régimen imperante y de la iglesia católica oficial. Un relato minucioso en lugares, personas y hechos, que sin duda reconocerán los cordobeses de la época, nos hace acompañar a este eminente psiquiatra, pero médico generalista también, en sus andanzas por la ciudad y la provincia impeliéndonos a saborear y amar Córdoba si es que no la amamos ya. Amigos y enemigos aparecen retratados en carne viva en estas páginas pero siempre con una exquisita corrección y un profundo respeto que llama la atención del lector. Nos decía que “No era Córdoba, era España entera la que rebosaba ‘catetería’”.

Desde su puesto en una ciudad de provincias, estas 502 páginas en papel, no lo he encontrado disponible en edición electrónica, el autor nos relata en primera persona cincuenta años de su historia personal que es a la vez también la historia de España, una España dura en todos los ambientes tras la Guerra Civil, especialmente para los que no eran afectos al régimen en el poder, teniendo que demostrar día tras día, además de sometimiento, “honestidad suficiente para defender que mis tareas en el dispensario eran estrictamente médicas y culturales”. Todo estaba sometido a la política y lo político: “Nunca di conferencias de carácter estrictamente político. Pero político, ya lo he dicho, lo era todo en aquella España, tanto el anuncio de la conferencia como su prohibición, y desde luego los organizadores y el conferenciante”.

Relata en el libro las mil y una trabas que fue sufriendo día tras día en su labor como médico y conferenciante, en su ciudad, en España y en el extranjero donde era invitado a congresos. Pero especialmente doloroso para él fue la imposibilidad, a pesar de contraer méritos sobrados, de obtener una cátedra de psiquiatría en la universidad, por las malas artes y el veto de la “psiquiatría oficial” en manos de quien no vamos a nombrar. Ya en 1981, a cuatro años de su jubilación, le fue otorgada de forma especial pero solo ejerció como docente durante esos cuatro años, aunque maestro de muchos lo fue siempre, en su trabajo y en su vida. Todo nos lo cuenta desde la distancia y con un exquisito respeto, para que cada cual tome sus decisiones, lamentando los hechos no por su persona sino por lo negativos que eran para España y su desarrollo, al impedir la contribución de los intelectuales para mejorar la sociedad. “En los años inmediatamente anteriores al de la muerte de Franco todavía se manifestaban el miedo y la cobardía. Bastaba con que surgiese una incidencia en el régimen, seguida de un cierto endurecimiento, aunque fuera de palabra, para que cualquiera que pareciera haber iniciado su andadura hacia la libertad se encogiera de nuevo y desapareciese de cualquier acto en el que pudiera ponerse en entredicho su sumisión”. Tras la muerte tan deseada por él y otros muchos del dictador, “Cesó el tono de cautela en el decir y hasta en el mirarse los unos a los otros, que había caracterizado la vida de los últimos cuarenta años”.

En la parte personal, Encar fue su compañera, esposa y suporte durante casi toda su vida. Tuvieron siete hijos que no fueron por los caminos que hubieran querido sus progenitores, teniendo que sufrir la muerte de cuatro de ellos en su juventud, tres por drogas y uno por cáncer. Estos hechos pusieron un muro de silencio entre los esposos que fue engrosando hasta una separación, tranquila y sosegada en 1989, cuando Carlos tenía 67 años. Rehízo su vida cobrando nuevos bríos e ilusiones con Celia, una profesora de literatura a la que había conocido casualmente en unos cursos de verano en Santander.

“Casa del Olivo” es un libro denso, descarnado, casi amargo, pero es la forma de poner a disposición del mundo el testimonio de una vida singular y la época en la que tuvo lugar. Distanciándose lo justo de las cosas que no podía solucionar, Carlos Castilla del Pino esgrimió la mejor arma contra la mediocridad y la hostilidad que impregnaban todos los rincones de aquella España: trabajo incansable, vocación, tenacidad y perseverancia en la lucha. Sus páginas están plagadas de vivencias humanas sobrecogedoras, no solo médicas, pero ello no evita alguna pizca de humor dentro de la gravedad: “Una mujer de Palma me contó como algunas del pueblo fueron al entierro para darse el gusto de saber que había muerto, incluso con cebollas partidas para fingir el llanto y ocultar mejor su alegría”. Un sinfín de reflexiones y mensajes positivos, que nos pueden ayudar en nuestra vida diaria, aparecen por doquier en los rincones de cada página: “La muerte es una impertinencia. Nadie tiene ganas de morirse. Hay gentes en condiciones de vida terribles que quiere seguir viviendo. La vida biológica la queremos prolongar al máximo porque mientras hay vida hay biografía”. A lo largo de la lectura he encontrado una gran cantidad de vivencias que me han hecho evocar algunas propias, salvando las distancias, de las que recuerdo ahora el asesinato de Carrero Blanco, la muerte de Franco, viajes a Cuba, Moscú o Leningrado o atravesar la frontera de Austria con Hungría en coche a principios de los ochenta del siglo pasado. Pero sobre todas ellas, las visitas a mi tío Pablo en su reclusión forzosa en el famoso manicomio de Leganés.

En suma, un libro muy recomendable y que arroja mucha luz sobre una época de España que es todavía una gran desconocida para muchos españoles. Con relación a la Guerra Civil he aquí un apunte estremecedor: “Mi curiosidad por los acontecimientos de la Guerra Civil seguía siendo enorme (y sigue siéndolo aún hoy). Me angustiaba el hecho de que quienes vivieron aquellos episodios de terror y sufrimiento inconcebibles dejasen este mundo y con ellos se perdiera el testimonio de la magnitud de lo que REALMENTE había sucedido. ¿Desaparecería Franco y el Franquismo y persistiría tan solo la versión oficial?

3 comentarios:

  1. Me alegra leer está reseña sobre un médico que admiraba y seguía en alguno de sus libros de divulgación científica.
    Pero además, haces en tu comentario, la advertencia de ser éste continuación de una primera autobiografía titulada “Pretérito Imperfecto” que he leído dos veces.
    En ella, este reputado psiquiatra y elegante escritor, hace una semblanza intensa e introspectiva sobre su infancia, tiznada por la contundencia de la Guerra Civil, vivida por él a un edad con la suficiente madurez como para hacer acopio de cruentos recuerdos, como el asesinato en Málaga de parte de sus familiares en las refriegas políticas. Describe un fresco de la Guerra Civil atroz, tamizado por la cándida mirada de la niñez, saturado de dolor y violencia, desbordado por la incomprensión de idearios y del motivo de las represalias. La visión de la muerte, de los cuerpos ajusticiados de parte de sus parientes, marcó su niñez, como lo demuestra la frescura y crueldad de las imágenes, narradas con emotividad desapasiona, en una prosa precisa y contundente. Parece un alegato técnico de los hechos de una frialdad descriptiva y testimonial digna de leer.
    Me quedo, pese al valor testimonial de estos hechos, con las narraciones de sus primeros escarceos científicos, aún siendo un niño, con cadáveres reales, diseccionados en un angosto patio donde se les practicaba las autopsias, que el presenciaba con una curiosidad y método impropia de la edad. En estos inicios se cimentó su profundo conocimiento anatómico y la avidez en inmiscuirse en la profundización de la mente humana, campo en el que destacó con numerosos estudios sobre el comportamiento humano.
    Después de disfrutar de tu reseña ahora no tengo disculpa para completar su autobiografía leyendo este libro.
    Como siempre un abrazo.

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  2. La persona que me recomendó leer este libro, y me lo prestó, me dijo que la primera parte "Pretérito Imperfecto" no era interesantes. Pero está claro que para gustos hay colores y tras el acertado y magnífico comentario de Javier es otro libro que tengo que poner en mi lista de lecturas pendientes, eso sí, cuando lo encuentre en alguna biblioteca o algún alma caritativa me lo preste. En casa no caben.
    En todo caso le concedieron el premio Comillas de narrativa sobre biografías, o sea, que con alguna bendición cuenta.

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  3. Cuando quieras te lo presto y opinas..

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