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sábado, 1 de marzo de 2014

El corazón helado, de Almudena Grandes

Almudena Grandes, madrileña nacida en 1960, inició su incursión en el mundo literario con «Las edades de Lulú» por la que obtuvo en 1989 el premio «La sonrisa vertical». Tras ella, numerosas obras a cada cual más conocida engrosan su extensa bibliografía con gran aceptación por los lectores nacionales e internacionales. En estos días se publica «Las tres bodas de Manolita», tercera parte de sus Episodios de una Guerra Interminable. Varios de sus libros han sido llevados al cine y para los que quieran conocer más acerca de ella nada como acceder y brujulear por su más que cuidada página web.

«El corazón helado» es la historia de dos familias que inextricablemente se verán unidas en el pasado y en el presente por la figura de Julio Carrión que, cuando comienza la narración en el año 2005, acaba de fallecer. En la intimidad y en el pequeño cementerio del madrileño pueblo de Torrelodones, Álvaro Carrión, el más distante pero el más querido de los cinco hijos del finado, advierte la discreta presencia de una desconocida y atractiva joven. Nadie de la familia ha notado su presencia pero Álvaro está seguro de haberla visto. Asé comienza una historia que relata la vida de varias generaciones de dos familias desde los comienzos del siglo XX hasta nuestros días. Julio Carrión, el fallecido, hombre de negocios que hizo su fortuna en los años posteriores a la Guerra Civil Española, presenta muchos puntos oscuros en su azarosa vida que irán siendo desvelados con cuentagotas a través de las narraciones de hechos acaecidos a lo largo de todo el siglo. Raquel Fernández Perea, la joven del cementerio, aparece fugazmente con ocho años en los prolegómenos de la novela: ve llorar a su abuelo tras una visita a la casa del empresario; «una chica lista de belleza secreta, enigmática, una mujer tan guapa que había que mirarla dos veces, y mirarla despacio, para verla del todo». Ella es el último eslabón de la otra familia que sabe mucho más de lo que parece sobre las andanzas del empresario fallecido y que chocará con Álvaro hasta desencadenar y ensamblar todas las piezas del puzle. De un texto tan largo una sinopsis tan breve para no desvelar nada pero animar a los posibles lectores a que, sin dilación, dejen aparcado lo que estén leyendo y pongan manos a la obra, con paciencia y constancia, en la lectura de esta enorme, en todos los sentidos posibles, obra de arte literario. No es una obra para lectores ocasionales ni para unas vacaciones.

Resulta curioso cuando se comenta con otros posibles lectores su respuesta: «Bah, bah, otra novela más de la Guerra Civil». Y no es eso, ni mucho menos. Y aquellos que la rechacen por el tema… ellos se la pierden. Entre los «buenos» hubo muchos «malos» y entre los «malos» hubo muchos «buenos». Unos y otros, claro, dependerán de en qué bando se sitúe cada cual, pero las historias contenidas en este relato están contadas asépticamente, sin juicios de valor: que cada uno saque sus conclusiones. Como alguno de los protagonistas dice, es mejor no pensar en ello, ignorarlo, como si no hubiera pasado. Pero el hecho es que pasó.

A pesar de tener anotadas entre mis muchas lecturas pendientes los Episodios de una Guerra Interminable, no me había acercado a nada de esta autora lo cual en estos momentos me parece incomprensible y no lo encuentro explicación. La lectura de este libro, que no es un libro sino que son muchos cuando menos por su extensión de 936 páginas o 465.000 vocablos, ha sido agobiante presionado por la inminente llegada de la reunión del club de lectura en la que vamos a tratar de él. La historia es contundente, casi eterna y continuamente pendiente de completar. El lector que no se indigne, sufra, disfrute, se alegre, en suma, que no haga colección de todas las emociones posibles es que no tiene un mínimo de sensibilidad. Historias que según la autora no son reales pero que tienen todo de real y que nos muestran una estampa de una época muy desconocida para muchos en el presente, ahora que nos están dejando los últimos que la vivieron en primera persona y que reconocerán en los personajes a ellos mismos, sus familias, sus amigos o sus vecinos. Almudena Grandes maneja los tiempos con una maestría excepcional, suministrando información con cuentagotas en las idas y venidas en el tiempo, de forma que al final todo queda claro y encajado, en su sitio, pero el lector tiene que soportar esas desconexiones continuas con estoicismo y confianza en que las lagunas que jalonan el relato serán posteriormente rellenadas hasta formar un todo compacto. A diferencia de otros libros, no recomiendo que se haga ninguna prospección previa sobre su contenido, aunque si haría una sugerencia fundamental: hacerse desde el principio con un árbol genealógico de las dos familias y no esperar hasta estar desorientado para hacerlo. Hay muchos en internet de las dos familias que se agitan a lo largo del relato y conviene tenerlos delante en todo momento para situar a los personajes: los nombres y dos apellidos usados con reiteración no son suficientes para evitar acabar hecho un lío, especialmente en los primeros momentos. Son varias generaciones de dos familias, con nombres repetidos y apellidos similares que provocan maraña en la mente del lector por mucho que se esfuerce.

Los «EPISODIOS DE UNA GUERRA INTERMINABLE», de los que se publica precisamente en estos días la tercera entrega titulada «Las tres bodas de Manolita» tras «Inés y la alegría» y «El lector de Julio Verne» han subido posiciones en mi lista de pendientes y se han puesto en cabeza, máxime teniendo en cuenta mi reciente y desmedida afición por los hechos que convulsionaron España en aquellos años del pasado siglo XX. A buen seguro que estos textos, no tan largos, no me defraudarán y podré volver a deleitarme con la prosa de Almudena Grandes, enorme, que se ha hecho un hueco de honor en la lista de mis autores preferidos. Nunca es tarde para hacer descubrimientos si la dicha es buena. Y dada su extensa bibliografía creo que me quedan muchos momentos por disfrutar y espero poder hacerlo.

Para finalizar, un único texto, algo extenso, entresacado entre los muchos que jalonan el libro
En los primeros tiempos, sólo pensé en Raquel, en su cuerpo, en su piel, en sus gestos, en su manera de sonreír, de ponerse seria, en su forma de mirar, de mirarme, y en el despojo seco y sin sentido en el que la ausencia de todas esas cosas convertía mi cuerpo, condenando mis ojos a una impotencia peor que la ceguera, porque no les impedía seguir contemplando la trivialidad, un conjunto de formas y colores pálidos, deslucidos, irritantemente idiotas, que se empeñaban en seguir existiendo a mi alrededor. El tiempo se llamaba Raquel, los días, las horas, los minutos, los segundos se definían por ella y hacia ella, y sólo existían dos momentos en mi vida, los que ganaba a su lado y los que perdía por las esquinas de un mundo que la proclamaba en cuanto contenía, las personas y los objetos, los paisajes y los edificios, la luz y la sombra, porque en todas partes la veía y en todas me dolía no poder mirarla. Caí por esa pendiente tan deprisa que no llegué a cobrar conciencia de mi propia velocidad, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que me pasaba, mi vida ya se había convertido en algo menos que una coartada, un simple envoltorio que me consentía vivir una vida más grande que la mía y que se llamaba Raquel, igual que el tiempo.

1 comentario:

  1. Creo que el libro va a dar para mucho en el club :-) Yo abandoné la lectura en la página 36, aunque estuve a punto de hacerlo antes: "Ya aquella tarde de octubre de 1976, a la luz de un sol cansado que se posaba como una gasa dorada y limpia sobre las cansadas hojas de los árboles (...)" No puedo con esta prosa tan efectista, me sacaba constantemente de la historia...
    Me da que nos vamos a encontrar con diversidad de opiniones respecto al libro de Almudena Grandes. Promesa de una buena tarde.
    Un abrazo y gracias por la reseña.

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