Con este libro me ha quedado una sensación agridulce, en toda novela esperas personajes interesantes, planificación de acciones complejas y sorprendentes, reacciones inesperadas ante sucesos acaecidos, en fin lo que la mayoría esperamos encontrar en una novela, pero esta, siendo novela, es un relato mucho más tranquilo de los hechos acaecidos un domingo de los años 50 del pasado siglo, en los aledaños de Madrid, y seguro que desde entonces viene lo de la palabra ‘dominguero’.Y digo que me dejó una sensación agridulce, porque no hay nada de intriga ni sorpresa, es lo agrio, lo dulce, es la narración de los personajes, múltiples y variados, todos entorno a la ‘cantina’ con jardín cercana al río que da título al libro. Los jóvenes procedentes de Madrid, la mayoría de ellos acuden en bici, esos personajes que se pasan el día en la cantina, contando sus vidas y ‘metiéndose’ unos con otros, en especial el gracioso Coca-Coña, y hasta los relatos de los asuntos oficiales que tratan el Juez y El Secretario, me dejaron un buen sabor de boca, una cercanía a personajes corrientes, comunes, nada especiales y que me han transportado a mi infancia, cuando ir en bicicleta a todas partes era el pan nuestro de cada día.
Resumiendo, esto no es un ‘best seller’, y no esperes nada sorprendente, pero si quieres sentir como se vivía en España en los 50, léelo. Y como complemento, buscando la carátula, he descubierto que fue premio Nadal en 1955 y de la Crítica en 1956.
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