Doris May Tayler de soltera y Doris Lessing tras su segundo matrimonio, nació en Persia, la actual Irán, en 1919. Obtuvo la nacionalidad británica y fue la ganadora, con mucha controversia, del Premio Nobel de literatura en la edición de 2007, seis años antes de su muerte que tuvo lugar en 2013 en Londres a los 94 años. También obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2001. Doris Lessing refleja en su obra muchos aspectos de su biografía y vivencias personales haciéndonos llegar a través de sus escritos su experiencia africana en su infancia y sus pensamientos en aspectos sociológicos de la vida. En 1950, ya en Londres, alcanzó la fama con la publicación de su primer libro «Canta la hierba» y por ser tildada de liberal y comprometida con ciertas causas emergentes en aquella época, se le prohibió la estancia en toda África del Sur y especialmente en Rhodesia, actual Zimbabue. Una de sus obras más conocidas es «El cuaderno dorado», que llegó a los lectores en 1962 y se convirtió en un símbolo de reivindicaciones feministas.
El relato tiene dos momentos claramente diferenciados. La primera parte transcurre en el Reino Unido donde se suceden historias familiares que tienen como protagonistas centrales, entre otros, a Frances, su marido Johnny, del que está divorciada pero que sigue en su vida y la madre de este, Julia, de ascendencia alemana y que se casó tras la guerra con un aristócrata inglés, mutilado en la contienda. La casona de Julia, en la que está acogida Frances y sus hijos, es un tumulto de jóvenes que por diferentes razones se encuentran acogidos viviendo allí. Una de ellas es Sylvia, hija de un segundo matrimonio de Johnny, que presenta una personalidad débil y enfermiza pero que suscita un especial cariño en su abuela, Julia. Con el tiempo, la acción se traslada a una zona perdida en el interior de un imaginario país africano, donde Sylvia acude como médico y sufre todas las penalidades físicas y emocionales de una zona paupérrima donde un simple vaso de agua supone un verdadero problema. Lidiará con chamanes, políticos y personas de la aldea, pasará por enormes penalidades para desarrollar su labor y al final volverá a la que fue su casa en Inglaterra acompañada de dos niños desheredados a los que salva de una muerte segura y quiere convertir en hombres de provecho. Los acontecimientos se suceden a gran velocidad en el último tramo de la novela sin que puedan ser desvelados aquí, teniendo que ser descubiertos por el lector.
El lector pone ante sí una obra enorme, monumental, publicada en 2007, con 544 páginas y 170.000 vocablos donde se plasman en clave de ficción acontecimientos reales del mundo occidental y de la África profunda con los años sesenta y setenta del siglo pasado como eje central. La autora reparte críticas a diestro y siniestro, sin escatimar comentarios a los grandes problemas del tiempo en que se desarrolla la acción. Magistral en el desarrollo de la parte africana, el lector asiste en vivo y en directo a la miseria más profunda y los problemas de los habitantes de una aldea en la que se ceba la pobreza e incluso el SIDA. Como crítica, en la parte primera de la novela que transcurre en Inglaterra, me ha parecido excesivamente reiterativa en mostrarnos las relaciones, y sobre todo las comidas, familiares en la vieja casona inglesa, donde se puede llegar a perder el hilo en los personajes de esa heterogénea familia y sus allegados o invitados. Julia, Frances y Sylvia, tres mujeres, tres mundos, son la base de múltiples personajes, múltiples historias y múltiples relaciones en dos escenarios que harán la delicia de los lectores que gusten de las técnicas descriptivas y sean capaces de «meterse» en los mundos que recrea la novela: la casona inglesa y la vida africana. Una lectura deliciosa, una enjambre de temas controvertidos que siguen sin resolver y parece que no se resolverán nunca pero que dejan buen sabor de boca a su finalización por su tratamiento en el relato. Un libro que yo recomendaría empezar a leer por la mitad, al comienzo de la parte africana, prescindiendo de toda la primera parte.
Bien. Uno puede envejecer por decisión propia. Se encuentra en una encrucijada, señora Lennox. Si decide que es vieja, se morirá. Por otro lado, también puede decidir no envejecer, al menos por el momento.
Usted no es vieja. No necesita un médico. Voy a recetarle vitaminas y minerales.—¡Vitaminas!—¿Por qué no? Yo las tomo. Vuelva dentro de cinco años y entonces discutiremos si le ha llegado la hora de envejecer.
Sylvia se dirigió a su habitación con cautela, como si temiera licuarse igual que un postre de gelatina.
En las instituciones, los pueblos, los hospitales y las escuelas, a menudo hay una persona que es el alma del lugar, bien un directivo, bien un portero o la criada de un cura. La muerte de Rebecca ocasionó la de la aldea entera.
Algunas personas, poco antes de morir, adoptan el mismo aspecto que ofrecerán cuando mueran: el pellejo se les pega al esqueleto. La cara de Joshua era puro hueso, con la piel marchita hundida en los huecos. Abrió los ojos y se humedeció los sucios labios con una lengua agrietada.