Novela cortita y muy agradable para desengrasar entre lecturas de mayor consumo de tiempo. Y sin encima prescindimos del prólogo y de una entrevista que llena las primeras treinta y cinco páginas de un libro de ciento noventa y nueve, de pequeño formato y letra grande, pues mejor que mejor. Ramón Gómez de la Serna, hijo de un notable jurista puso en la imprenta su primer libro a la edad de 14 años y ya era abogado a los diecisiete, pero no llegó a ejercer absorbido por su ardor literario y sus comienzos como periodista, con una literatura de vanguardia para la época que removió el panorama español. Entre sus excentricidades se cuentan haber dado una conferencia montado sobre el trapecio de un circo en Madrid, desde el lomo de un elefante en París, subido a un farol de gas en Gijón y otras situaciones similares. Prolífico hasta la extenuación, es muy conocido por sus famosas “greguerías”. Vivió sus últimos años en Argentina, donde falleció en 1963.
Publicada en 1930, La Nardo no es otra que su protagonista, Aurelia, de gran carácter, de belleza salvaje, madrileña de rompe y rasga, expuesta a y deseada por los hombres que la rodean en el puesto que había pertenecido a su padre, en el Rastro madrileño, donde vendía o despachaba, según, porcelanas, muebles, cacharros y ropas diversas. Su blancura especial era lo que le había conseguido ese sobrenombre, con la que la trataban sus convecinas postergando su nombre de Aurelia, un poco antipático y ciertamente inapropiado para su belleza blanca, morena y verdadera.
“Había en su gesto de hembra siempre en pie, un aire desafiador y despavorido, algo que sobrepujaba la timidez de los usuales rostros de mujer.”
La noche en que se iba a acabar el mundo por el choque del cometa Asor con la Tierra, Samuel, un embaucador como ninguno, consigue entrarla en su deambular con el siguiente piropo: “¿Se la puede acompañar para saber de qué color tiene la voz?", quedando sorprendido con el hecho de obtener contestación aderezada con una sonrisa de par en par: “Hasta ahora no había oído que las voces tuvieran color”. Esto marcó una relación extraña y duradera entre los dos aunque Samuel se convirtió en algo así como el chulo que exhibía a su compañera por todos los barrios de Madrid a la caza y captura de un sinfín de personajes en relaciones cortas e intensas. De todo tipo, pelaje y condición, por lo general alta y adinerada, pasaron fugazmente por las manos de Aurelia que siempre tenía a Samuel como referencia donde recalar antes de empezar una nueva aventura. Al final comparte suicidio con morfina y cuchillada con el último de sus acompañantes, Federico, jurado de un concurso de belleza de la que fue ganadora.
Pinceladas cortas, escenas rápidas y fugaces que se suceden a un ritmo vertiginoso quedando inconclusas, recorridos fugaces por el viejo y castizo Madrid. Una novelita entretenida, que se lee en poco tiempo, escasas horas, y que deja un buen sabor de boca con un lenguaje que atrae y algunos giros que uno incorporaría al terreno personal sino temiera ser tildado de pedante.
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