miércoles, 13 de junio de 2012

Una habitación propia, de Virginia Woolf.

Una habitación propia, Virginia Woolf.
Traducción: Laura Pujol.
Seix Barral. Biblioteca Formentor. Barcelona, 2008.
155 páginas. 10,93 €.


Estamos en 1928, año en el que le pidieron a Virginia Woolf (Londres 1882- Lewes 1941) que diese una conferencia sobre las mujeres y la novela. De esa petición nacieron dos textos que excedían los límites del evento, y de ellos, Una habitación propia.  

En la página 11 nos encontramos a la señora Woolf  lista para ir a dar un paseo. Así que más que pasar páginas, nosotros, no meros lectores, atravesaremos puentes, observaremos ríos, lilas, tulipanes y otras flores primaverales, a la par que nos iremos adentrando en el discurrir de la propia narradora. Un discurrir que en ningún momento trata de sentar cátedra, sino que trata de clarificar lo que no se comprende del todo bien.

Saldremos de la Naturaleza y nos llevará a una Biblioteca, y allí, junto a ella, nos sorprenderemos de la cantidad de páginas y más páginas que se han escrito sobre las mujeres, y sobre todo, de que siempre haya sido la pluma del otro sexo quien haya vertido la tinta acerca del tema. Libros, que al margen del interés cultural que entrañan, sin embargo, considera la Woolf,  han sido escritos a la luz roja de la emoción, no bajo la luz blanca de la verdad. 

¿Y dónde estaban las mujeres? –se pregunta. Qué pocas referencias encuentra Virginia –tan curiosa ella –sobre las condiciones en las que éstas vivían. Lo que si encuentra es a la mujer como personaje, pero un personaje que desgraciadamente, estaba a años luz de su referente en la realidad: Algunas de las palabras más inspiradas, de los pensamientos más profundos salen en la literatura de sus labios; en la vida real, sabía apenas leer, apenas escribir y era propiedad de su marido.            

Se sincera, cuando nos cuenta, que en un primer momento dio más importancia al hecho de que una tía suya le dejase una herencia de 500 libras al año, que al enterarse, más o menos ese mismo día, que habían aprobado la ley que permitía el voto a las mujeres. La primera noticia se le antojó de mayor relevancia.

Si estuviese en sus manos, quedaría reflejado en los manuales de Historia el momento en el que la mujer empezó a ganar dinero gracias a la escritura, a finales del siglo XVIII: El dinero dignifica lo que es frívolo si no está pagado. Quizá seguía estando de moda burlarse de las <<marisabidillas>> con la manía de garabatear, pero no se podía negar que podían poner dinero en su monedero.

Nos habla de una predecesora de este hecho, Aphra Behn, y considera que sin ella, y todas las que fueron abriendo camino en este sentido, no existirían las Jane Austen, las hermanas Brontë y las George Eliot. Gracias a Aphra Behen la mujer conquistó el derecho a decir lo que le parecía. Y ahora,  las mujeres de clase media, y ya no sólo las aristócratas, podrían escribir. Aunque eso sí, todavía en la salita de estar.

Y Jane Austen, George Eliot, Charlotte y Emily Brönte,  están ahí, en los estantes del siglo XIX, en los que Woolf se encuentra, por primera vez con gran cantidad de libros escritos por mujeres. Mujeres, que como hemos dicho, aún no contaban con una habitación propia en la que poder escribir tranquilamente, y que sentían constantemente los efectos de las interrupciones. Todavía oímos los lamentos de Miss Nightingale, <<las mujeres nunca disponían de media hora… que pudieran llamar suya>>.

Jane Austen, por ejemplo, escribió todas sus novelas en la sala de estar. Y su formación literaria, como la del resto, se limitaba a lo que observaban desde ella. Ahí empezaban y terminaban los límites de su mundo. Aunque de esos pequeños  y concurridos espacios,  de esas salas en las que pasaban sus días,  salieron obras como Emma, Villette, Cumbres borrascosas, Middlemarch, o Jane Eyre, con sus personajes femeninos más independientes, con otros matices, ya más ricos y más complejos, que aquéllos otros que habían sido creados por el otro sexo, y que siempre los definían en relación a él.

Jane, Emily, Charlotë y George Eliot, revelaban con sus personajes que  las mujeres tenían otras inquietudes, otros intereses que traspasaban el mundo doméstico.  
           
            Y ahora, nosotros, en el 2012, cerramos Una habitación propia, y pensamos que si tuviésemos que continuar escribiendo ese periplo, tendríamos que seguir caminando y entonces, en ese caminar,  nos  encontraríamos con ella, con Virginia Woolf, con esa mujer que disponía de 500 libras al año, que le dejaban tiempo para poder contemplar, y que disponía de una habitación propia, con pestillo, para que no entrara nadie y así no ser molestada en su oficio; sí, nos la encontraríamos ahí, sin sentir vergüenza por escribir, con  plena libertad para pensar lo que le diese la gana,  sin que alguien viniera a decirle, <<no, así no>>. ¿Qué estará escribiendo? Acérquense y miren la hoja: Sólo se me ocurre decir, breve y prosaicamente, que es mucho más importante ser uno mismo que cualquier otra cosa. No soñéis con influenciar a otra gente, os diría si supiera hacerlo vibrar con exaltación. Pensad en las cosas en sí.
           
            Después de ese <<pensad en las cosas en sí>>,  la seguiríamos un rato, a ella, a una de las más grandes escritoras de la Historia y la veríamos observando a una muchacha detrás de un mostrador y la escritora, se diría, que le gustaría leer la pequeña historia de esa joven, conocer fragmentos de su vida, antes que volver a leer la ni se sabe ya qué número biografía de Napoleón.

            Y termino con algo que dice Virginia Woolf respecto a la lectura de algunos libros que considera fundamentales  y que se ajusta perfectamente a lo que sentimos cuando nos adentramos en los suyos:

La lectura de estos libros parece, curiosamente, operar nuestros sentidos de cataratas; después de leerlos vemos con más intensidad; el mundo parece haberse despojado el velo que lo cubría y haber cobrado una vida más intensa.




Patricia L.

3 comentarios:

  1. No he leido este libro, pero conociendo el talento y lacerante sensibilidad de la autora me apetece mucho la obra. Además la entrada esta escrita en el paralelo emocional y estilítico de la Woolf. Creo que este verano la haré un hueco. Eres una buena comunicadora de tentativas.
    Gracias p.l.

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  2. Javier, he visto que también se ha publicado un libro con el mismo título, “Una habitación propia” que reúne unos relatos de V. Woolf. Seguramente el libro también merezca mucho la lectura, pero bueno, sólo quiero matizarlo por si acaso alguien se anima a comprarlo o a sacarlo de una biblioteca y se encuentra con otro libro diferente al reseñado.

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  3. He leído este libro en 2017, cinco años después de esta estupenda reseña de Patricia. Aunque lo tenía pendiente, el motivo ha sido el que este libro ha sido elegido para el Club de Lectura trimestral de este blog.
    Mi opinión sobre el libro está profundamente dividida. Me ha costado algo de trabajo leerle al completo, quizá porque tenía la cabeza en otros asuntos y no es un libro que se pueda, en mi opinión, seguir con facilidad. La autora navega entre sus situaciones personales en diferentes ambientes y sus referencias a autores clásicos de los últimos siglos, buscando similitudes y diferencias entre los dos sexos a la hora de plantearse el mundo en general y en lo referente a la escritura en particular.
    Las mujeres, el llamado sexo débil, lo tenían muy complicado en estos siglos anteriores, no solo para escribir, sino para vivir. La cuestión ha mejorado, en algunos países habría que puntualizar, pero las diferencias siguen existiendo, aunque me atrevería a aventurar que en el mundo de la mujer como escritora esta ha alcanzado el mismo estatus que el hombre. Todo es opinable y para gustos hay colores.
    Más adelante, con más parsimonia y cuando me encuentre con más ganas de una lectura analítica, habrá que volver sobre este texto.

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