Habían quedado algunas lecturas pendientes de mi aproximación a la historia de las tres mujeres de nombre Juana que vivieron entre la segunda mitad del siglo XV y la primera del XVI, y que han pasado a la historia vilipendiadas a más no poder. Aunque ya hay referencias en el blog a otros escritos sobre Juana I de Castilla, más conocida como Juana La Loca, y que pueden encontrarse aquí y aquí, no está de más seguir profundizando en la vida de esta mujer, reina de España durante casi cincuenta años pero desde su encierro en una fortaleza por los que más debieron de quererla pero que anteponían sus ambiciones de poder a los más elementales deberes para con una persona de su propia familia.
No es cuestión establecer aquí una sipnosis del libro que contempla desde el nacimiento hasta la muerte de una persona cuya historia es bien conocida. Tercera hija de los Reyes Católicos, dada en matrimonio de conveniencia a sus 16 años a Felipe el Hermoso, archiduque de los Países Bajos, y a la que una serie de carambolas del destino en forma de muerte de sus hermanos y descendientes puso en el gobierno de Castilla a la muerte de su madre Isabel La Católica en 1504. Primero su esposo, Felipe, luego su padre, Fernando el Católico y por último su hijo Carlos I de España y V de Alemania gobernaron en su nombre y para ello la mantuvieron encerrada durante casi cincuenta años, los primeros de ellos en compañía de Catalina, su sexta hija nacida tras el fallecimiento de Felipe. Murió el día de Viernes Santo de 1555 y por ello hasta las campanas de la iglesia la negaron su saludo. Y como murió poco antes que su hijo Carlos no tuvo lugar el que su nieto Felipe II la mantuviera en su encierro, cosa que habría ocurrido sin ninguna duda.
No por archisabida la historia, este libro deja de apuntar algunas cosas para enriquecer el conocimiento. Poco o nada nuevo sobre la historia de esta mujer, que sigue fielmente en todo su desarrollo. El estar escrito en primera persona y por una mujer aporta posibles pensamientos femeninos de la protagonista que bien pudieran haber tenido lugar pero que ella se llevó a la tumba y a estas alturas, casi quinientos años después, no son sino conjeturas, pero que dan alegría al relato y lo hacen muy llevadero, huyendo de quintaesencias y fárragos y consiguiendo un relato agradable de leer y de seguir. Por echar en falta algo, pero que es común a otras historias de este mismo personaje, algo más sobre su infancia, que no hay mucho y algo más de los años finales de su vida y de las visitas de su confesor en 1552 y 1554 tratando de llevarla al seno de la Iglesia que parecía haber abandonado tras una vida de injusticias y descarnios procedentes, como hemos dicho, de sus seres más queridos.
Me ha resultado especialmente revelador y ameno el tratamiento dado a las relaciones con los tres carceleros que tuvo a lo largo de su encierro en Tordesillas, que exceptuando el segundo se exarcebaron sin duda en sus cometidos haciendo de la vida de Juana un infierno.
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