Siddhartha Mukherjee es médico hematólogo-oncólogo e investigador nacido en Nueva Deli en 1970 y que reside actualmente en Nueva York donde es profesor adjunto en la Universidad de Columbia. Ha publicado numerosos artículos en periódicos y revistas especializadas en temas médicos. Por este libro recibió el Premio Pulitzer de No ficción en 2011. Tiene un blog pero que parece bastante desactualizado. La revista TIME ha calificado este libro como uno de los cien libros más influyentes escritos en inglés del pasado siglo XX.
«La terapia del cáncer es como pegarle al perro con un palo para liberarlo de las pulgas».
Anna Deavere Smith en « Let Me Down Easy»
El libro es un recorrido pormenorizado por la historia de esta por el momento terrible enfermedad, una biografía completa del cáncer desde la antigüedad hasta nuestros días, centrada en las investigaciones llevadas a cabo en el pasado siglo en todo el mundo pero especialmente en EE.UU. Un fascinante viaje que nos lleva de la mano por los principales hitos que han jalonado la investigación en el mundo del cáncer intercalando sus experiencias en la atención directa a pacientes en el tramo final del siglo XX y principios del XXI como oncólogo en formación en el Massachusetts General Hospital en Boston. Una obra con muchos términos médicos y científicos pero divulgativa a la vez que nos pone en contacto con ese mundo temido de la quimioterapia, la cirugía, la medicación y los diferentes tratamientos surgidos y abandonados en la carrera por vencer este mal ante el que todos retrocedemos con un cierto pánico solo con ser nombrado. No se eluden términos técnicos para deambular por el devenir de esta enfermedad y de los cambios habidos en su definición y en los modos de abordar su curación, muy avanzada en la actualidad pero a la vez en mantillas, que provoca numerosas muertes a diario en todo el mundo. Las anécdotas de personajes reales ayudan a poner en contexto este terrible azote con algunos casos de éxito que abren una luz de esperanza en su erradicación definitiva. La investigación ha sufrido sus altibajos en el último siglo y siempre se ha debido al empuje personal de los científicos, ayudados casi siempre por organizaciones particulares o universidades y en menor medida por gobiernos o la industria farmacéutica.
Un libro enorme, de setecientas doce páginas y casi doscientos treinta mil vocablos aunque el veinte por ciento de su contenido está dedicado a una extensa bibliografía, un amplio glosario de términos y numerosas fotografías y documentos gráficos de los numerosos personajes e hitos que se jalonan el relato. Aunque su lenguaje técnico puede resultar pesado para los no iniciados en los términos médicos, es a mi entender una lectura recomendada para todos aquellos profesionales que se dedican a la investigación, en especialidades médicas o en cualquier otra, y para el público en general que sienta curiosidad por acercarse a este mundillo tan temido. Hay muchos libros escritos por los propios pacientes relatando sus experiencias pero el más influyente quizá sea el de la conocida escritora Susan Sontag, que sufrió un cáncer de mama y publicó en 1978 el libro titulado «La enfermedad y sus metáforas» que puede resultar complementario a este y que el autor ha tenido muy presente. Las palabras de esta escritora son sumamente reveladoras «La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más onerosa. Todos, al nacer, somos ciudadanos de dos reinos, el de los sanos y el de los enfermos. Y aunque todos prefiramos usar solo el buen pasaporte, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado, al menos por un tiempo, a identificarse como ciudadano de aquel otro lugar».
El cáncer es una enfermedad expansionista; invade los tejidos, establece colonias en paisajes hostiles, busca un «santuario» en un órgano y luego migra a otro. Vive desesperada, inventiva, feroz, territorial, astuta y defensivamente; por momentos, como si nos enseñara a sobrevivir. Confrontar al cáncer es ponerse frente a una especie paralela, quizá aún más adaptada que nosotros a la supervivencia.
Las primeras interacciones entre la química sintética y la medicina habían sido, en buena medida, decepcionantes. Gideon Harvey, un médico del siglo XVII, calificó en una ocasión a los químicos como «la más descarada, ignorante, flatulenta, rolliza y vanamente jactanciosa casta de la humanidad».
Fue un asombroso logro científico e intelectual para una criatura que, en el transcurso de algunos millones de años —un instante en la cronología de la evolución— surgió de los bosques primigenios para lanzarse hacia las estrellas. ... Fue, en todo caso, una deslumbrante reafirmación de la premisa optimista de que el hombre puede hacer que suceda todo lo que imagina.
Sigue siendo asombroso y perturbador que en Estados Unidos —una nación donde casi todos los nuevos fármacos se someten a un riguroso escrutinio como potenciales carcinógenos, y hasta la menor insinuación del vínculo de una sustancia con el cáncer desata una tormenta de histeria pública y ansiedad mediática—, uno de los carcinógenos más potentes y comunes conocidos por los seres humanos pueda comprarse y venderse libremente por pocos dólares en las tiendas de todas las esquinas.
Slamon era una singular amalgama de suavidad y tenacidad, un «martillo neumático de terciopelo», según lo describió un reportero. En los comienzos de su carrera académica había adoptado lo que llamaba la «resolución asesina» de curar el cáncer, pero hasta el momento era todo resolución y ningún resultado.
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