Arturo Pérez-Reverte Gutiérrez, nacido en Cartagena, Murcia, en 1951, es Académico de la Lengua en la que ocupa desde 2003 el sillón «T». Tras veintiún años cubriendo conflictos internacionales de guerra como corresponsal de prensa, radio y televisión, está dedicado por entero al mundo de la literatura. Desde hace veintiocho años, —1991—, escribe una página de opinión de forma continua en la revista semanal «XLSemanal». Activo tuitero, es cofundador y editor en «Zenda», siendo su bibliografía extensa y mundialmente conocida. Varios de sus libros han sido llevados al cine y la televisión y algunos de ellos han sido reseñados en este blog y pueden encontrarse utilizando el buscador del mismo. Toda información acerca de él puede encontrarse en su página web personal.
No tenía patria ni rey, sólo un puñado de hombres fieles. No tenían hambre de gloria, sólo hambre.
Ruy Díaz de Vivar, el Cid Campeador, es una leyenda en el medioevo español. Tras ser desterrado por su rey, Alfonso VI, al que puso en un brete en la jura de Santa Gadea, recorre los territorios ofreciéndose como mercenario con sus leales al mejor postor siempre que ello no implique guerrear contra su rey natural que tan mal le trató. La novela se ocupa de dos episodios reales convenientemente tratados para convertirlos en novela. En el primero, los burgueses de Agorbe comisionan a Ruy Díaz para dar su merecido a una aceifa que ha incursionado en territorio cristiano masacrando haciendas y personas. Cumplida con éxito su misión, buscará nuevos amos hasta recalar en Zaragoza bajo los designios del rey Mutamán, que le enviará a guerrear contra su hermano Mundir, rey de Lérida apoyado por las huestes de Berenguer Remont, uno de los que han rechazado el contratarle de forma altanera y despectiva. La batalla será temible y la victoria solo será posible por el carisma de Sidi —Campeador o Qambitur—, no sólo para con los suyos sino también para con las huestes árabes puestas bajo su mando que le respetarán tanto o más.
Ruy Díaz observaba a los suyos: rostros curtidos de viento, frío y sol, arrugas en torno a los ojos incluso entre los más jóvenes, manos encallecidas de empuñar armas y pelear. Jinetes que se persignaban antes de entrar en combate y vendían vida y muerte por un salario. Habituales de la frontera. No eran malos hombres, concluyó. Ni tampoco ajenos a la compasión. Sólo gente dura en un mundo duro.
Historia fabulada de uno de los maestros vivos en este arte de juntar letras. Un relato que atrapa sin duda al lector con su prosa extensa y elegante salpicoteada de vocablos novedosos — algunos en árabe— que exigirán acceder al diccionario. Un ejemplo de cómo debe comportarse un verdadero líder de forma que no solo los suyos sino los enemigos le reconozcan su valor. La recreación del mundo medieval en todos y cada uno de los personajes con una calculada verosimilitud para aquellas escenas de las que no hay constancia fidedigna. El relato es ágil, entretenido, vivo y son unos diálogos enjundiosos, breves, pero con alcance significativo y profundidad. 376 páginas u 87.680 vocablos de entretenimiento asegurado y conocimiento de la historia como seguramente pudo ser. Ahora hay que leer el original poema de Mío Cid para ahondar en el tema sabiendo que tampoco este cantar es de fiar del todo.
Después de persignarse comprobó que espada y daga estaban cerca de sus manos, se cubrió el torso con la ruana, acomodó mejor la cabeza y se quedó inmóvil mirando las estrellas. Los fuegos languidecían y la mesnada roncaba a pierna suelta. Relinchó otro caballo. Sobre el campamento, en la bóveda negra del cielo, millares de astros luminosos giraban muy despacio en torno a la estrella maestra; y Orión, el cazador, ya mostraba su aljaba en los bordes sombríos de la cortadura.
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