miércoles, 14 de mayo de 2014

Agonizar en Salamanca, de Luciano G. Egido


Luciano G. Egido es un es un ensayista, poeta y narrador salmantino, nacido en 1928, que ha recibido varios premios nacionales y regionales a pesar de haber publicado su primera novela muy tardíamente, a la edad de sesenta y cinco años: «El cuarzo rojo de Salamanca», premio Miguel Delibes 1993. Posteriormente obtendría el premio Nacional de la Crítica en 1995 con «El corazón inmóvil». Siendo profesor de la universidad de Salamanca publicó varios trabajos sobre la figura de Miguel de Unamuno. En 2009 vio la luz «Los túneles del paraíso», una novela que narra la accidentada construcción de un tramo del ferrocarril entre Salamanca y Portugal en el último tercio del siglo XIX.

Este libro trata de los últimos meses de la vida de Miguel de Unamuno y Jugo, escritor, poeta y filósofo español, transcurridos en Salamanca en el año 1936. Fallecía el 31 de diciembre de 1936, en plena guerra «incivil» donde «los hunos y los hotros» le amargaron la existencia. Había días y lugares, horas y sitios, en que el ambiente de la calle lo es de una «insolencia salvaje que es hija de una enfermedad colectiva, de una  locura comunal» Y todavía era mayo, cuando faltaban dos meses para que la locura comunal devastara cualquier esperanza…

«Los pecadores de liberalismo corrían peligro en aquel tiempo confuso de 1936. Aquel viejo se sentía amenazado y con él, todo su mundo incluidas sus ideas». Unamuno fue presa de fuertes contradicciones internas en los prolegómenos de la Guerra, -- «Que cándido y que ligero anduve al adherirme al movimiento de Franco»--, alineándose precipitadamente con los insurgentes, lo que le costó su puesto de rector de la universidad salmantina, si bien al poco tiempo los sublevados le restituyeron en el cargo.

«Semanas más tarde, todo aquel horror acumulado acabaría explotando en sus textos privados y en sus conversaciones íntimas; pero, mientras tanto, seguía justificando la rebelión militar, a sabiendas de que sus razones iban perdiendo consistencia y que los cadáveres continuaban amontonándose en el cementerio y que los fusiles no se callaban ni para dormir».
«Pero lo que más le afectaba a aquellas alturas de la guerra, aparte del desencuentro consigo mismo y su consiguiente desazón, era el horror de la muerte, la violencia consuetudinaria, el genocidio institucionalizado, del que iba dejando constancia en sus papeles privados».

El día 1 de octubre se supo en Salamanca la noticia de que, en Burgos, la Junta de Defensa Nacional había nombrado al General Franco jefe del Gobierno del Estado. «Aquel hombre viejo respiró, dentro de lo que cabía, aliviado, pues tenía una buena opinión de aquel general…»

Asediado por sus convicciones humanísticas, no pudo más y el 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la universidad y con motivo del Día de La Raza, con la presencia de Franco y todas las fuerzas vivas, explotó en un «huracán verbal», un iracundo discurso, «el más vehemente e inoportuno que hubiera podido pronunciar» por el que fue fulminado, retirado de la universidad, confinado en su domicilio y vigilado constantemente como si de una cárcel se tratara, para impedir su fuga fuera de España. «El exilio interior, que sería un componente intelectual de la próxima historia de España, empezó con aquel hombre viejo, que tantas otras situaciones posteriores inauguraría. Fue entonces cuando extremaron las medidas de seguridad en torno a él… Solo en caso extremo se le eliminaría con discreción y de momento había que reducirle al silencio y vigilarle, nada de matarle, ni dejarle escapar a Inglaterra.

En sus últimos días… «A las visitas que venían les decía que se encontraba muy bien; pero le entristecía pensar que estar bien era no pensar, no escribir, no hacer nada, pasar horas eternas arrebujado en el brasero, dormitar a veces, dejarse invadir por la molicie de la inanidad, irse convirtiendo en una cosa, que ni piensa, ni siente, sobre todo ni siente».

No he podido resistirme a la recomendación que días atrás me hiciera en este blog uno de sus contribuidores, Javier Lee, con motivo del comentario sobre el libro «El atroz desmoche» en donde se reflejaba la contestación de un Unamuno, viejo pero vigoroso, a Millán Astray tras su grito de « ¡Mueran los intelectuales!»: «venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis».  No es este libro una biografía al uso, pues comprende únicamente los últimos meses de vida del biografiado, meses intensos, de grandes contradicciones en la época convulsa del año 1936 en España. El autor aprovecha los últimos momentos de su vida para recuperar la obra y el pensamiento de este insigne español y adentrarnos en su humanismo y su filosofía a través de comentarios acerca de su vida, su obra, sus amistades, sus cartas y sus escritos. Un relato emocionante, para leer despacio, para disfrutar aún a riesgo, así ha sido en mi caso, de no llegar a aprehender todas las ideas contenidas en sus líneas, magistralmente plasmadas por el autor en una redacción algo rebuscada, para mi entender, pero agradable e impactante.

Por lo mágico que puede tener la despedida de una persona de su biblioteca, reproduzco el siguiente texto en el que se describe el momento en que dn. Miguel, apreciando que llega su fin, dona su biblioteca a la universidad.

«Hay como un ensayo de adiós a la vida con esta entrega de las llaves de su biblioteca, con la que aquel hombre viejo se despedía de sus libros, miles de volúmenes leídos, anotados, consultados y vividos, era una especie de autoinmolación ensayada. Comprados con avidez de catecúmeno, usados con perentoria necesidad de huérfano y guardados con avara complacencia de agradecido, aquellos libros, parte de sí mismo, equipaje precioso de su vida, dejaban de pertenecer al dominio de su objetividad, para convertirse en objetos públicos de consumo.»

4 comentarios:

  1. Gracias, Angel Luis. Muy interesante y ese último párrafo... Lo copio :-)
    Un saludo,
    Patricia

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    1. Patricia en la portada del libro se ve su pequeño cuarto. Nada más salir de el estaba y está su biblioteca, llena de libros subrayados y de notas personales. Si hacemos el viaje a Salamanca podemos visitarla. Me emociono cada vez que la recuerdo.
      Un abrazo.

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  2. Te comente que era un libro emocionante, distinto y que me transmitió el pánico y desesperanza de un intelectual rodeado de armas y barbarie.
    Buena reseña.
    Un abrazo.

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