miércoles, 25 de junio de 2014

La lluvia amarilla, Julio Llamazares

Julio Llamazares es un escritor y periodista leonés, nacido en 1955 en el ya desaparecido pueblo de Vegamián, que quedó inundado por las aguas del embalse del Porma, hecho que sin duda ha influido en este libro. Aunque se licenció en derecho, de siempre se sintió llamado por la literatura dedicándose al periodismo escrito, radiofónico y televisivo. En su dilata trayectoria literaria ha cultivado varios géneros, tales como narrativa, poesía, ensayo, viajes, antologías o guiones cinematográficos, recibiendo numerosos premios. «La lluvia amarilla» fue publicado en 1988 y quedó finalista del premio nacional de literatura.

El relato es un monólogo de Andrés, último habitante de un pueblo, Anielle, que se resiste a abandonarlo y sabe que morirá allí. El propio autor, en el comienzo nos comunica que

Ainielle existe.
En el año 1970 quedó completamente abandonado, pero sus casas aún resisten, pudriéndose en silencio, en medio del olvido y de la nieve, en las montañas del Pirineo de Huesca que llaman Sobrepuerto. Todos los personajes de este libro, sin embargo, son pura fantasía de su autor, aunque (sin él saberlo) bien pudieran ser los verdaderos.

Las duras condiciones de vida han hecho que sus habitantes, en cuentagotas, hayan abandonado el pueblo en busca de mejores condiciones. Cuando comienza la historia todavía vive su mujer, Sabina, que no resiste la soledad y se quita de en medio aliándose con una viga y una soga en el viejo molino. Diez años después, cuando Andrés va intuyendo su final, se deshace de su única compañía, una perra que no tiene nombre porque no hacía falta, de un disparo de escopeta con el último cartucho que le quedaba para evitar que quede abandonada. Cava entonces su propia tumba, para tener un sitio al lado de su familia cuando alguien le encuentre pasado el tiempo. Lleva ya mucho tiempo «conviviendo» con los muertos, entre ellos su madre, que le visitan en las cocinas de las casas a diario, cuando llega la noche. Momentos muy difíciles se asoman a su existencia, motivados por su aislamiento: nieves que cubren todo y duran más de lo conveniente, picadura de una víbora y el que los vecinos de los pueblos cercanos le ignoren y le nieguen hasta el contacto para charlar un rato. Un mundo inhóspito que es el suyo, que se resiste a abandonar y que nos describe en toda su crudeza y su realidad.

El torrente de los 35.690 vocablos que conforman sus 143 páginas sobrecoge de forma continuada al lector, sumiéndole en un mundo que se resiste a la muerte y al olvido, pero que ya no existe aunque lo intente. Las descripciones son precisas y cuidadas, muy cerca de la naturaleza, con un toque ciertamente romántico a pesar del tema que por muchos momentos es realmente tétrico, sin esperanza, condenado al olvido. Los lectores que no hayan visto en la vida real un pueblo abandonado ya dispondrán de unas imágenes perfectas para describir uno. En sus propias palabras… «Para mí la literatura es un fin en sí mismo y, en ese sentido, soy un escritor romántico. Los temas que abordo no los elijo yo, porque creo que el escritor no elige los temas, sino que los temas le eligen a uno en función de su propia vida, de su trayectoria personal, pues esos también son temas que entran dentro de la órbita del romanticismo. Yo creo que el propio hecho de escribir es una actitud romántica, es un acto de romanticismo.»

Realizando un análisis de su vocabulario y una vez eliminadas preposiciones, conjunciones y demás grafías auxiliares, las diez palabras más utilizadas son: casa (323 veces), noche (186), tiempo (130), Sabina (103), silencio (97), años (95), recuerdos (94), perra (92), pueblo (83) y Ainielle (82). Como apuntó Javier Lee en el Club de lectura en el que hemos tratado este libro, el autor ha sabido construir un relato poético y medido, redondo en suma, alrededor de una decena de palabras, algunas de las citadas y otras como amarillo (40), soledad (47), muerte (74) o nieve (78). Entre otros apuntes de los asistentes se citó el amarillo como un color tabú para el teatro, el significado de la lechuza blanca como un mal presagio o anticipo de la muerte y se coincidió en que el léxico utilizado por el autor es vivo, preciso y genuino, así como hacer mención a la construcción sin recurrir a los diálogos. Un libro que algunas personas calificaron como «para leer de día» por las connotaciones de relato de terror que pudiera tener, aunque esto es un tema muy personal que no comparto en mi caso.

Como colofón, un muy agradable descubrimiento de este autor, que ha dejado un buen poso con este relato corto, y al que habrá que asomarse de nuevo a no tardar mucho. Otro de sus libros publicados, «El cielo de Madrid» está llamando poderosamente mi atención…

Algunos textos extraídos de sus páginas…

Otros volvieron, ya en los años últimos, para comprar ganado y algunos muebles viejos cuando la gente comenzó a dejar el pueblo y se deshacía sin demasiadas exigencias, sin excesiva lástima ni ambición, de todo cuanto pudiera reportar algún dinero con el que empezar una nueva vida.

El borbotón del río llenará sus corazones cuando vadeen la corriente por la vieja pontona de maderos y tierra apelmazada. Quizás, en ese instante, alguno piense en dar la vuelta y regresar sobre sus pasos. Pero será ya tarde. El camino se pierde con el río tras las primeras tapias y sus linternas habrán ya iluminado ese sórdido paisaje de paredes y tejados reventados, de ventanas caídas, de portones y cuadros arrancados de sus marcos, de edificios enteros arrodillados como reses en el suelo junto a otros incólumes aún, desafiantes, que yo ahora todavía puedo ver a través de la ventana. Y, entre tanto abandono y tanto olvido, como si de un verdadero cementerio se tratara, muchos de los llegados conocerán por vez primera el terrible poder de las ortigas cuando, adueñadas ya de las callejas y los patios, comienzan a invadir y a profanar el corazón y la memoria de las casas. 

Sabina estaba allí, balanceándose, colgada como un saco entre la vieja maquinaria, con los ojos inmensamente abiertos y el cuello quebrantado por la soga con la que, noches antes, yo había colgado al jabalí en el portal de casa.

El tiempo acaba siempre borrando las heridas. El tiempo es una lluvia paciente y amarilla que apaga poco a poco los fuegos más violentos. Pero hay hogueras que arden bajo la tierra, grietas de la memoria tan secas y profundas que ni siquiera el diluvio de la muerte bastaría tal vez para borrarlas. Uno trata de acostumbrarse a convivir con ellas, amontona silencios y óxido encima del recuerdo y, cuando cree que ya todo lo ha olvidado, basta una simple carta, una fotografía, para que salte en mil pedazos la lámina del hielo del olvido.
No me hizo falta volver sobre mis pasos para saber que todas las cocinas estaban habitadas por sus muertos.

Cuando la vean —si pasa mucho tiempo, quizá llena de nuevo de ortigas y de agua—, más de uno pensará que, como se decía, Andrés, de Casa Sosas, el último de Ainielle, ciertamente estaba loco. ¿Quién, sino un loco o un condenado, sería capaz de cavar su propia tumba instantes antes de morir o de ser ejecutado? Pero yo, Andrés de Casa Sosas, el último de Ainielle, ni estoy loco ni me siento condenado, salvo que sea estar loco haber permanecido fiel hasta la muerte a mi memoria y a mi casa, salvo que pueda realmente considerarse una condena el olvido en el que ellos mismos me han tenido. Si he cavado mi tumba, ha sido simplemente para evitar ser enterrado lejos de mi mujer y de mi hija.

5 comentarios:

  1. Uf... qué de años hace que leí esta novela!!! De esas que te "mandan" en el instituto y ni las saboreas ni las disfrutas... Algún día tendré que retomarla.
    Gracias por recordárnosla!!

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    1. Gracias por tu comentario. Un placer haberte traido esos recuerdos. Seguro que ahora, que parece que han pasado unos años, la disfrutas más.

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  2. Una novela imprescindible, de una perfección estética y estilística infrecuente.
    La soledad, la despoblación rural y la extinción generacional en la zona pirenaica es tratada con un prosa poética envolvièndote en una atmósfera devastadora y claustrofóbica.
    Un hombre acosado por su único patrimonio: sus recuerdos y la certeza de la muerte.
    Una novela muy buena y breve...
    Gracias por la reseña Angel Luis.

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  3. No sigo el club de lectura porque no soy capaz de seguir el ritmo pero hará un par de meses que leí esta novela. Me gustó muchísimo, con descripciones de los paisajes y los paisanos nada superfluas.Curiosamente me trasportó a los pueblos de León aunque se desarrolle en el pirineo. Supongo que al autor le han traicionado sus orígenes (no sabía que era de León hasta que he leído esta entrada). Me sorprende que haya a quien le parezca género de terror, a mí lo que realmente me ha trasmitido es una gran tristeza y una admiración infinita por la capacidad de supervivencia del ser humano.

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  4. Me alegro de que te haya gustado. Cada relectura de esta novela confirma mi opinión de que es imperecedera, repleta de párrafos memorables destilando una tristeza angustiosa.

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