martes, 12 de enero de 2016

Casa de verano con piscina, de Herman Koch

Herman Koch es un escritor holandés nacido en Arhelm en 1953. Su libro «La cena», publicado en el año 2009, supuso una sorpresa editorial y ha sido traducido a más de veinte idiomas. Es actor de televisión de profesión y muy conocido por sus libros y sus colaboraciones en la prensa. Está casado con una española y habla perfectamente el español. El libro que comentamos hoy, «Casa de verano con piscina», fue publicado en 2011. En su bibliografía constan ocho novelas hasta el momento pero solo estas dos comentadas están traducidas por el momento al español.

Marc Schlosser es un médico de cabecera que lleva una vida familiar monótona en compañía de su esposa Caroline y sus dos hijas adolescentes Julia y Lisa. Trata a sus pacientes de forma despreocupada pero a todos les concede veinte minutos de atención con lo que ha logrado una cierta fama. Uno de sus pacientes es Ralph Meier, actor de teatro y cine con el que llega a intimar más allá de la relación médico paciente, por lo que recibe invitaciones a los estrenos de sus obras de teatro y películas a las que en el fondo no le gusta asistir. La relación con Ralph lleva a un acercamiento de sus dos familias que acaban compartiendo una casa con piscina en la costa durante un período de vacaciones. La familia de Ralph está formada por su mujer Judith y sus dos hijos Alex y Thomas de edades similares a las de las hijas de Marc. En la casa residen también la suegra de Ralph y una pareja peculiar compuesta por un director de cine sesentón y su pareja jovencísima. Poco a poco Marc va descubriendo en Ralph actitudes «cochinas» en la forma de mirar y comportarse con las mujeres, a las que prácticamente desnuda mientras se relame sin ningún pudor. La convivencia en la casa va tomando tintes indeseados, al estar Ralph todo el día completamente desnudo. Los días transcurren en una aburrida monotonía hasta que en un determinado momento en que las familias se encuentran en la playa, Alex y Julia se alejan a un bar en la otra punta de la playa y tiene lugar un suceso que desencadena una serie de episodios que sacan a la luz historias pasadas de la relación de Marc con Ralph y con su esposa Judith…

En palabras del autor, este sería el libro de cierre de una trilogía en la que «La cena» sería el segundo pero no he podido averiguar cuál sería el primero. En todo caso si tengo que elegir uno entre estos dos, mostraría mis preferencias por «La cena» aunque los planteamientos de fondo y las intencionalidades del autor resultarían complementarios. Si bien en «La Cena» podríamos hacernos la pregunta de ¿hasta dónde es capaz de llegar un padre para cubrir a un hijo que comete un delito injustificable?, en esta novela la pregunta podría ser ¿qué harías para castigar al culpable de un hecho que afecta a tu familia? En todo caso, como lectores, nos quedaremos sin duda con el paso cambiado, incómodos, al asomarnos a un relato provocativo y vernos forzados a posicionarnos ante ciertos temas que son parte de la vida misma. Insinuado desde el principio, atisbamos culpabilidad en las acciones del protagonista pero la virtud del relato está en conocer el desarrollo de los hechos que han motivado esa culpabilidad. Para ello deberemos avanzar a través de continuos flashbacks y acciones despistantes que zarandean al lector sin piedad y le hacen intuir situaciones que no han sido reales aunque la inducción así se lo hace creer.

Algo más extenso que «La cena» con sus más de noventa y ocho mil vocablos en trescientas cincuenta páginas, el autor juega con el lector en un relato descarnado y amargo a la vez que calculador, aunque a mi modo de ver algunas cuestiones resultan tangenciales como temas médicos o de biología, pero reconozco que ayudan a centrar finamente la personalidad psicológica del médico protagonista. El abanico de temas suscitados es amplio y va desde aspectos profesionales de la medicina o las profesiones liberales hasta temas familiares y sociales. La posible decadencia de la sociedad y la personalización de la ética y la moral de cada uno son traídas a colación para que cada cual haga su auto examen de conciencia, se posicione frente a ellas y vea hasta qué punto los intereses personales permiten ajustar nuestras acciones. No podemos quedar impasibles ante la cruda realidad desvelada a través de la lectura: nos han puesto frente al espejo y nos han metido el dedo en el ojo, con lo que nos sentimos molestos y algo tendremos que hacer o decidir.

Lo realmente atractivo de la novela es que nada es como parece y ello a partir de un elenco de personajes a cada cual más repulsivo para el lector. Hasta los adolescentes tienen sus pensamientos y unas acciones que son absolutamente desconocidas por unos padres que les hiperprotegen y se creen que lo saben todo sobre ellos.

Algunas frases entresacadas del texto...

Las viudas se hacen viejas. Viejísimas. … A menudo conocen un breve período de esplendor cuando su marido acaba de morir. … Por primera vez en su vida, la viuda es el centro de atención. Lleva gafas de sol para que nadie pueda verle las lágrimas; eso es lo que piensa todo el mundo. Pero en realidad el objetivo de los cristales oscuros es ocultar su alivio.
Los dinosaurios no sienten curiosidad por los anteriores habitantes de la tierra. Viven en el presente. Es algo que deberíamos aprender de ellos. Quien no conoce la historia está destinado a repetirla, lo hemos oído hasta la saciedad. Pero ¿acaso la esencia de la existencia no es justo la repetición? Nacimiento y muerte.
Mujeres hermosas que podrían conseguir al hombre que quisiesen, van y de repente eligen a un capullo feo y soso. El instinto es más fuerte. La continuidad de la especie. Un capullo feo y soso con coche y casa. Un techo sobre sus cabezas. Ni siquiera es para ella, sino para el niño.
El cerebro bloquea una experiencia traumática. A veces, esa experiencia no vuelve nunca más. Se almacena en un lugar del cual sólo se puede extraer bajo los efectos de medicamentos o hipnosis.

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