viernes, 24 de marzo de 2017

La casa de los amores imposibles, de Cristina López Barrio

Cristina López Barrio estudió derecho en la Universidad Complutense de Madrid. Simultaneó su trabajo como abogada especializada en propiedad intelectual con la literatura, dándose a conocer con una obra dedicada al mundo juvenil titulada «El hombre que se mareaba con la rotación de la Tierra (2009)», con la que obtuvo el segundo premio Villa Pozuelo de Alarcón. Con el libro que nos ocupa hoy, «La casa de los amores imposibles (2010)» pasó a la narrativa para adultos llegando a alcanzar cierto éxito y ver su libro traducido a quince idiomas. Con posterioridad ha publicado «El reloj del mundo (2012)», «El cielo en un infierno cabe (2013)» y «Tierra de brumas (2015)». Más información biográfica y general sobre esta autora en el apartado «Quién soy" de su página web.

Clara Laguna, la de los ojos de trigo, es una bella muchacha adolescente que vive con su madre, tuerta, conocida como la bruja Laguna, en un pueblo castellano a finales del siglo XIX. Clara ha sido advertida por su madre de que su familia arrastra una maldición que tendrá continuidad en ella. En otoño llegan cazadores al pueblo y entre ellos un hacendado andaluz que se prenda de Clara, la seduce y acaba dejándola preñada. Promete volver al año siguiente pero antes de partir la compra una hacienda en las afueras del pueblo, que Clara llamará la Casona Roja, en la que se desesperará año tras año esperando la vuelta de su enamorado. Aprovechando su belleza decide abrir un lupanar que le reportará pingües beneficios a la vez que comentarios funestos de los habitantes del pueblo y sobre todo del cura local, el padre Imperio, todo un personaje. El relato avanza con los descendientes de Clara, Manuela, Olvido, Margarita… hasta mediados del siglo XX, relatando las vicisitudes y relaciones de la familia, que ha conseguido un buen nivel económico pero sigue sin ser aceptada en el pueblo. Historias de pueblo, de amores y de odios, de guisos y lavandas, se desarrollan vertiginosamente para dejar constancia de la vida de esta familia y sus mujeres que una tras otra van perpetuando la maldición.

Es este uno de los libros sobre los que te auto preguntas como te ha pasado inadvertido a pesar de llevar siete años publicado. Ha sido a través de una recomendación personal el entrar en contacto con él; el comentario que me hicieron fue que lo leyera porque con toda seguridad me iba a gustar el lenguaje empleado y… acertó de pleno. La portada y el título llaman la atención, sin duda, pero lo importante de su contenido no es tanto la historia que cuenta sino COMO la cuenta, en un ejercicio de realismo que nos recuerda a los grandes autores de la literatura universal del siglo XVIII o los más cercanos, también muy grandes, del denominado «realismo mágico» de mediados del siglo XX. Imaginación a raudales, situaciones cotidianas impregnadas de magia, religión y relaciones humanas para conformar una serie de personajes, unos más y otros menos, con un trasfondo psicológico atrayente y cautivador. El estilo narrativo me ha resultado muy atractivo, embriagador, teniendo que releer y anotar muchas de las frases –al final de esta entrada incluyo algunas— que en sí mismas y por sí solas constituyen un ejercicio de evocación de imágenes al que te ves abocado sin posibilidad de resistirte. Para gustos hay colores y lo mismo que a algunos lectores les rechinan y aburren las descripciones, a mí me ocurre lo contrario si están bien conseguidas, como es en este caso según mi opinión y mis gustos.

Recomendable, más que muy recomendable, para disfrutar y dejarse embaucar por una bella aunque tétrica historia rural con todos sus ingredientes. Enganche, entretenimiento y carrusel de imágenes vívidas garantizados, sitios y personajes incluidos. Realmente me cuesta trabajo entender como no ha alcanzado más fama en el mundillo literario de habla hispana cuando hay otros que se ponen los primeros en los rankings y no le llegan a este ni a la altura del betún.

Frases entresacadas (habría que poner todo el libro...)
Regresó el humo de las chimeneas, su caricia de leña, la niebla de difuntos, el viento cortante y las campanas tristes, mientras continuaban cayendo las hojas. Sólo cuando las ramas se quedaron desnudas a la espera de la primera nevada, obligó a su madre a preparar un hechizo para hacerlo volver.
Y, sin embargo, ese día de verano que chorreaba golondrinas, sus temores habían desaparecido al escuchar una sola palabra: París.

También traía la ventisca la muerte de las hojas, la humedad de las setas recientes, la soledad de una tierra donde cicatrizaba la desgracia.
Abrió el grifo del agua caliente y dejó que ésta le cayera sobre la memoria.
Un día de finales de febrero el cielo amaneció con una melena de nubes que dejó sobre la ciudad una lluvia de monte
Apenas quedaba una oblea de la luna y se la disputaban las nubes.
El diluvio había descuartizado los rosales.
El cementerio se había inundado y lápidas y huesos andaban sonámbulos por el barro.
Era muy temprano, en el horizonte aún podían distinguirse los arañazos de la aurora.
La luna, empalada en las antenas de televisión del tejado, le encharcó el rostro convirtiéndoselo en un camafeo de nácar, y entonces él pudo verla sin ser visto.
La luna había descendido del cielo haciendo equilibrios en las cuerdas de la ropa que atravesaban el patio y se había acostado sobre el rostro de ella. El escote de la bata, abierto en pico, le pareció al chico una daga que apuntaba al delirio.
...con la fatiga de haber recorrido un laberinto de pasadizos, guiándose a veces por la lírica de su deseo, y otras por los estertores de la entrepierna.
Mareadas, las golondrinas buscaban refugio en los huecos de los tejados para abandonarse a las lipotimias; y las palomas se lanzaban empicadas a la espesura de las fuentes.
La tormenta había terminado. Las nubes despejaron el cielo hasta que se vieron los esqueletos de las constelaciones. Pero la ciudad olía a lluvia más que nunca. Los alcorques de los árboles estaban desbordados, goteaban las tejas un hipo de sollozos y por el asfalto de las calles descendían torrentes como las lágrimas por las mejillas de Santiago.
...le habló por primera vez de su pueblo enroscado entre heladas y montes, su pueblo apestando a setas en otoño mientras se descornaban de amor los ciervos; de las nieves profundas y azules que afilaban las cumbres de las sierras, de las primaveras reventando flores y de los veranos alumbrados por cantos de chicharras...
La casona roja se hallaba sumergida en una batalla de espíritus. Habían asfaltado la carretera y el pinar parecía seccionado por una cicatriz carbonizada.
…fue hacia la ventana; la había dejado abierta para que el relente de la noche entrara por el agujero de ventilar las desdichas
A su paso, el pinar se despedía de ella, ululaban las lechuzas, silbaban las ramas de las hayas y los pinos, las rocas emitían, poderosas, un crujir de líquenes…

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