Luis Enrique Íñigo Fernández, nacido en Guadalajara en 1966, es licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Complutense y doctor en Historia por la UNED. Profesor de enseñanza secundaria y posteriormente inspector de educación, combina su profesión con la investigación, lo que le ha permitido publicar una decena de obras que muestran un recorrido por la historia de España y también universal. Ha escrito también ficción y cuentos para niños.. El libro que hoy comentamos, «La España cuestionada», fue publicado en 2012 y cada año que pasa cobra más relevancia a la luz de los recientes y actuales acontecimientos en estos primeros meses de 2019.
«A todos cuantos buscan en la historia una guía para entender el presente y no una coartada para justificar sus privilegios».
El libro es un recorrido por los dos últimos milenios de la historia de España desde la época en que Roma se enseñoreó de estas tierras hasta la actualidad, diseccionando las diferentes épocas y con el propósito claro de analizar y esclarecer desde el punto de vista de la historia los sucesos que tienen relación con la construcción y deconstrucción del concepto España. A lo largo de once capítulos desfilarán ante el lector romanos, visigodos, musulmanes, reinos cristianos medievales, los Austrias, los Borbones y los convulsos siglos XIX y XX hasta desembocar en la situación actual de España como concepto y como nación.
Viene a cuento la ya famosa frase de «Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla». Los hechos históricos son los que son, pero su interpretación nunca será totalmente objetiva al estar sujeta a la subjetividad del historiador, que en algún caso puede retorcer los hechos buscando la construcción de un relato interesado como pudieran ser los de Cataluña y País Vasco. Creo que este no es el caso del presente libro que me atrevo a considerar como un «catecismo político» que debiéramos leer todos los españoles y especialmente los que ostentan alguna responsabilidad en el devenir patrio. En sus 400 páginas de una muy cuidada edición impresa o los 149.000 vocablos de la electrónica, el lector se asomará a una descripción de los hechos realizada de forma aséptica que le permitirá conocer con exactitud como tuvieron lugar ciertos sucesos para formarse una opinión personal y no dejarse llevar por la propaganda, generalmente interesada en magnificar —cuando no directamente alterar—algunos hechos para generar confusión tendenciosa. La documentación es abrumadora y la bibliografía consignada al final será un verdadero dolor de cabeza para lectores interesados en la historia que se verán incapaces de abarcar. Como digo, un catecismo político no solo recomendable sino de imperativa lectura.
Como mera curiosidad lingüistica, ha llamado mi atención la aparición en dos ocasiones del vocablo «acerbo», en una de ellas como una errata a mi entender. Acerbo puede aparecer escrito con «b» o con «v». En la frase «Roma deseaba cabalgar las olas y sólo Cartago se interponía entre ella y sus designios imperiales. Mediado el siglo, la orgullosa república de navegantes prueba por vez primera el acerbo sabor de la derrota y la humillación», la palabra acerbo está correctamente empleada, con «b», pero en esta otra frase «…obras como la Lozana andaluza , de Francisco Delicado, o el anónimo Lazarillo de Tormes , certeros aldabonazos sobre la conciencia de una sociedad criticada sin misericordia y una de las más originales aportaciones de la literatura española al acerbo cultural universal» habría que haber utilizado la «v» (acervo).
Me gusta entresacar algunas frases de los libros, lo que en algún caso puede ser considerado como una violación del Copyright, pero no es esa la intención sino espolear al lector llamando su atención para incitarle a leer el libro. En este caso habría que seleccionar párrafos y párrafos, pero con mucho esfuerzo me he auto limitado a los tres siguientes, bueno, que sean cuatro:
En el prólogo, de Carmen Pérez-LLorca: Es por eso por lo que libros como este que tengo el gusto de prologar se convierten en ejercicios necesarios de libertad y de honradez intelectual. De libertad, porque lo es alzar la voz frente a cualquier ideología excluyente que no tiene reparos en conculcar los derechos de los ciudadanos si ello conviene a sus intereses; de honradez intelectual, porque lo es desvelar cuanto de común existe en la historia de los diversos pueblos de España, desenmascarando así las interesadas falacias de los nacionalismos.LAS MENTIRAS DEL NACIONALISMO. ¿Qué hay, pues, de verdad en la visión del pasado que los nacionalistas vascos y catalanes, dueños casi exclusivos durante las últimas tres décadas del sistema educativo de sus comunidades, y su bien nutrida cohorte de pseudointelectuales e historiadores pagados con dinero público han tratado de implantar en el imaginario colectivo de sus ciudadanos? ¿Acaso el País Vasco y Cataluña se formaron como naciones en la Edad Media, sin vínculo alguno con el resto de España y lo han sido, sin solución de continuidad, hasta nuestros días?Por supuesto, los nacionalistas se abstuvieron de agradecer tantos favores al Estado franquista, como después de su caída se abstienen con todo cuidado de recordarlos. Y olvidaron asimismo la nutrida representación que las élites sociales y económicas de sus regiones alcanzaron en los centros de decisiones políticas y económicas del régimen, muy superior al que habían tenido nunca.Esta es la España de los últimos años, y otra vez, como en la Segunda República, como en los primeros años de la Transición, generosos pero ingenuos creyentes en la España plural se han mostrado dispuestos a ceder un poco más, ahora ya hasta el límite de lo posible, a las exigencias nacionalistas, a alcanzar el máximo alcanzable de descentralización del Estado con el fin de lograr la integración de los nacionalismos en el proyecto común, aun al precio de desatar una ola de nuevas reivindicaciones plasmadas en reformas estatutarias de difícil articulación entre sí y con la misma Carta Magna.
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