Robert Morris Sapolsky es un científico y escritor estadounidense nacido en Brooklyn en 1957. Especialista en neuroendocrinología, da clases de ciencias biológicas y de neurología en la Universidad de Stanford y es investigador asociado en el Museo Nacional de Kenia. Preocupado por temas de degeneración neuronal, participa en varios programas de investigación sobre la biología cerebral y su relación con episodios de estrés, ansiedad y similares tanto en humanos como en animales(monos). El libro que hoy comentamos «Por qué las cebras no tienen úlcera» fue publicado en 1994 pero ha sufrido varias revisiones hasta la actualidad incorporando descubrimientos en la materia. Recientemente ha sido traducido al español su último libro titulado «Compórtate. La biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos» que tenemos en periodo de lectura en estos momentos y comentaremos más adelante.
En la contraportada del libro encontramos el siguiente texto que esclarece su contenido: «Gracias a los avances en la medicina y en la sanidad pública, nuestros patrones de enfermedad han cambiado. Actualmente padecemos enfermedades distintas y tenemos más probabilidades de morir de forma diferente que la mayor parte de nuestros antepasados. Lo que nos preocupa y nos quita el sueño es otro tipo de enfermedades. Y una de ellas es el estrés: atascos de tráfico, problemas económicos, exceso de trabajo, relaciones sociales... Y el estrés sí puede generar enfermedades. En nuestra vida privilegiada hemos sido los únicos (del mundo animal) con la suficiente inteligencia como para inventarnos esos agentes estresantes, y los únicos lo bastante estúpidos como para permitir que dominen nuestras vidas. Ante el gran muro de un agente estresante no hay que suponer que existe una solución especial que logrará derribar el muro, lo que hay que asumir es que a menudo, mediante el control de una serie de puntos de apoyo, podemos escalarlo. Este libro es una útil guía para ello. Esta nueva edición totalmente actualizada incluye nuevos capítulos y nuevas perspectivas sobre cómo responde el sistema nervioso al estrés y cómo se pueden controlar estas respuestas».
Aunque el título pudiera indicar que se trata de un libro de autoayuda de tipo divulgativo, nada más lejos de la realidad. Capítulo tras capítulo el autor se adentra en el mundo de la biología a unos niveles que se escapan de lectores que no tengan conocimientos de esta materia, por lo que la su lectura es densa y compleja. Es verdad que las deducciones de los estudios y su aplicación al mundo real son muy prácticas, pero tendremos que llegar a los dos últimos capítulos, 17 y 18, titulados respectivamente «La vista desde el fondo» y «Cómo controlar al estrés» para poder sacar conclusiones personales prácticas y tomar la decisión personal de variar lo que sea pertinente en nuestras conductas para mantener nuestro estrés en niveles manejables que nos supongan un acicate para mejorar. Los estados de ánimo no solo tienen biología por detrás —clara y extensamente explicada en libro— sino que interaccionan con la historia del individuo, su situación social y los contextos en los que se desenvuelve.
El estrés en sí no es una enfermedad, pero puede rebajar nuestras defensas de forma que seamos más vulnerables para adquirirlas. Personalmente conozco un caso —quizá sea una mera conjetura— en que una persona contrajo una leucemia que no pudo ser explicada salvo como un daño colateral del alto estrés que sufría en su trabajo. Un libro profundo, denso y extenso, solo recomendable para lectores con conocimientos de biología de un cierto nivel o que estén dispuestos a pasar por encima de largas descripciones de esta materia hasta encontrar las aplicaciones prácticas para su vida personal. Una frase encontrada que ha tocado mi punto sensible en el tan manido tema del colesterol en la actualidad y que reproduzco a continuación (la negrita es mía):.
Sabemos que unos altos niveles de colesterol, sobre todo de colesterol «malo», incrementan el riesgo de enfermedad cardiovascular. Pero no son un claro pronosticador; un sorprendente número de personas puede tolerar altos niveles de colesterol malo sin consecuencias cardiovasculares y solo alrededor de la mitad de las víctimas de ataque al corazón poseen elevados niveles de colesterol.
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