@ejuarezFelipeV Eduardo Juárez Valero es un «muchas cosas» nacido en el Real Sitio de San Ildefonso, La Granja, en 1968, donde reside. Doctorado en Geografía e Historia, es enseñador y maestro en la Universidad Carlos III de Madrid donde imparte temas humanísticos —historia, paleografía, diplomática medieval, biblioteconomía y documentación…—, pero también da clases en otros ámbitos como la UNED, el Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado, la Universidad Antonio de Nebrija, GEO Segovia e incluso a distancia (MOOC en la plataforma eDX). Colabora en numerosos medios como Radio Nacional de España o RTVE —embelesando a los oyentes con sus historias de la Historia— y también publicando numerosos artículos científicos o de divulgación en diarios como El Adelantado de Segovia o revistas como Mundo Medieval o National Geographic. En 2012 fue nombrado cronista oficial del Real Sitio de San Ildefonso y en esa función deleita a sus vecinos con historias locales que busca rascando vivencias personales o revolviendo papeles en todos los archivos en los que le dejan. En el tiempo que le resta después de estas frenéticas actividades escribe libros como «Caminos de Joffá», «Verrum», «Saayi, el bebedor de tiempo», «Crónicas de un Real Sitio. Lucha política, guerra y represión (1934-1939)» y algún otro entre los que se encuentra el que hoy comentamos «El diario de Jeromín Tapias», publicado en 2017.
En una de sus muchas actividades como ratón de bibliotecas y archivos, el autor localizó unos legajos traspapelados que parecían estar escritos por un rapaz llamado Jerónimo Tapias, hijo de un cocinero del palacio de La Granja a mediados del siglo XIX que anda por las cocinas echando una mano por «saber escribir». La reina niña Isabel II se fijará en él y le hará compañero de correrías y trastadas hasta ser asignado como criado al pintor de la corte don Francisco de Paula Van Halen, con el que recorrerá pueblos, palacios y estancias en los que su fino olfato y sus dotes naturales de observador le harán ver y después transcribir de forma desenfadada y por momentos irónica hechos que pasan desapercibidos a los demás. Avalados por una Real Cédula de Su Majestad, sus andanzas en, además de La Granja, Madrid, El Escorial, Ávila, Segovia, Zamarramala y Carbonero atendiendo las necesidades y requerimientos de «todo tipo» de su maestro, quedarán reflejadas en un diario que es la base de este libro. En este período convulso de la historia de España, sucedidos y personajes reales se cruzarán en el camino de Jeromín y quedarán reflejados en este relato con precisas notas aclaratorias al pie dando cuenta de sus datos históricos. De forma añadida, queda incorporada en el libro una magnífica colección de las láminas que pintara Van Halen en la época, recuperadas de los fondos de la Biblioteca Digital de Castilla y León y que pueden verse utilizando el buscador en este enlace.
Vinazo, garbanzos cocidos, alubias tiernas, chorizos, viandas, conejo guisado, cordero, pan de Cádiz, empanada de cidra… En este viaje acompañando a Jeromín, las comidas de la época tienen lugar destacado, pues bien importantes eran para Jeromín que en su infancia habría soportado sus carencias. Todos los sucesos relatados son curiosos, especialmente y por destacar alguno la escapada de la reina a comer un cocido madrileño en el restaurante Lhardy en Madrid, la fiesta de las Águedas en Zamarramala o la boda en Carbonero, donde se sirve un guiso denominado corrombada cuya preparación en sí es un festejo y que parece estar hecho a base de garbanzos, pero del que no hemos encontrado referencia alguna, y esto es muy raro: ¡ni Google ni otros buscadores arrojan resultado alguno en marzo de 2019 para «corrombada»! Habrá que preguntar directamente al autor y tratar de conseguir que nos acompañe a degustar este guiso que a buen seguro se sigue haciendo en algún pueblo segoviano. En un mundo actual en el que parece que todo está archisabido, resulta agradable comprobar que todavía quedan cuestiones por incorporar a internet que sólo los viejos del lugar o cronistas avanzados como Eduardo nos permitirán descubrir.
«La verdad, me gustaría que, aunque solo sea de vez en cuando, Su Majestad fuese más Reina y menos niña. Ni que decir tiene que el cochero secunda mi deseo».Es este un precioso y cuidado librito de 127 páginas en donde el lector se encontrará, salvando las distancias y los tres siglos que los separan, con otra versión de un Lazarillo de Tormes, esta vez criado de un amo con presencia en la Corte y sin tantas penurias por las que transitar. Las situaciones que el mozalbete nos va describiendo en primera persona nos servirán para aprender algo de nuestra historia y esbozar en muchas ocasiones una sonrisa al ponernos ante los entresijos de la Corte y sus personajes. Un lenguaje cercano, coloquial, musical por momentos, trasladará al lector a escenas costumbristas de dos siglos atrás que harán sus delicias: «usa con preferencia lo que llama lápices para dibujar más que al carboncillo. Se trata de unas varitas de madera con el color inserto en ellas. Las fuimos a comprar a Madrid, en un comercio de la Plaza Mayor regentado por italianos. Parece ser que de allí los traen».
Vinazo, garbanzos cocidos, alubias tiernas, chorizos, viandas, conejo guisado, cordero, pan de Cádiz, empanada de cidra… En este viaje acompañando a Jeromín, las comidas de la época tienen lugar destacado, pues bien importantes eran para Jeromín que en su infancia habría soportado sus carencias. Todos los sucesos relatados son curiosos, especialmente y por destacar alguno la escapada de la reina a comer un cocido madrileño en el restaurante Lhardy en Madrid, la fiesta de las Águedas en Zamarramala o la boda en Carbonero, donde se sirve un guiso denominado corrombada cuya preparación en sí es un festejo y que parece estar hecho a base de garbanzos, pero del que no hemos encontrado referencia alguna, y esto es muy raro: ¡ni Google ni otros buscadores arrojan resultado alguno en marzo de 2019 para «corrombada»! Habrá que preguntar directamente al autor y tratar de conseguir que nos acompañe a degustar este guiso que a buen seguro se sigue haciendo en algún pueblo segoviano. En un mundo actual en el que parece que todo está archisabido, resulta agradable comprobar que todavía quedan cuestiones por incorporar a internet que sólo los viejos del lugar o cronistas avanzados como Eduardo nos permitirán descubrir.
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