martes, 19 de marzo de 2019

Compórtate. La biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos, de Robert Sapolsky

Robert Morris Sapolsky es un científico y escritor estadounidense nacido en Brooklyn en 1957. Especialista en neuroendocrinología, da clases de ciencias biológicas y de neurología en la Universidad de Stanford y es investigador asociado en el Museo Nacional de Kenia. Preocupado por temas de degeneración neuronal, participa en varios programas de investigación sobre la biología cerebral y su relación con episodios de estrés, ansiedad y similares tanto en humanos como en animales(monos). Hace unos días comentamos en este blog su libro «Por qué las cebras no tienen úlcera». El que comentamos hoy «Compórtate» ha sido publicado en septiembre de 2018 y traducido recientemente al castellano. Si el primero enfocaba temas de estrés, este pone el foco, como reza en su subtítulo, en «La biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos» y podemos considerarlo un magnífico complemento. 

La mejor sinopsis del libro figura en su contraportada y por ello la reproducimos aquí: «Un examen minucioso del comportamiento humano y una respuesta a la pregunta: ¿por qué hacemos las cosas que hacemos? Sapolsky analiza los factores en juego, desde el momento previo hasta los factores arraigados en la historia de nuestra especie y su legado evolutivo. Partiendo de una explicación neurobiológica —¿qué sucedió en el cerebro de una persona un segundo antes de que se comportara así?, ¿qué visión, sonido u olor hicieron que el sistema nervioso produjera ese comportamiento?—, pasamos a pensar en el mundo sensorial y la endocrinología: ¿cómo fue influenciado ese comportamiento por cambios estructurales en el sistema nervioso durante los meses anteriores, por la adolescencia, la infancia y la vida fetal de esa persona, e incluso por su composición genética? Y, más allá del individuo, ¿cómo dio forma la cultura al grupo de ese individuo, qué factores ecológicos milenarios formaron esa cultura? El resultado es uno de los recorridos más deslumbrantes de la ciencia del comportamiento humano jamás propuestos, que puede responder a muchas preguntas profundas y espinosas sobre el tribalismo y la xenofobia, la jerarquía, la competencia, la moral y el libre albedrío, la guerra y la paz».

Como ya ocurriera con «Por qué las cebras no tienen úlcera», estamos ante un ingente trabajo de investigación biológica aplicada al comportamiento humano. Al igual que brilla en los comportamientos humanos el altruismo o la cooperación, llama la atención la capacidad de inflingirse daño, algunas veces de forma gratuita o por placer, lo que no se encuentra en ningún comportamiento animal: «…ningún primate mata por razones ideológicas, teológicas o estéticas». El lector se encontrará de frente con un libro exigente, de cerca de mil páginas, muchas de ellas plagadas de conceptos biológicos muy técnicos que el autor suaviza con multitud de ejemplos pero que en algunos momentos puede resultar cansino. La aplicación de muchas de sus investigaciones y pruebas nos hará comprender mejor nuestro comportamiento y el de la especie humana en general en un variado abanico de contextos. Según pertenezcamos a poblaciones individualistas o colectivistas nuestra predisposición y comportamiento en nuestras relaciones con los demás se verá mediatizado. Interesante enfoque —opinión personal— sobre las teorías acerca de que por qué los humanos inventaron las religiones como guías de actuación o la opinión del autor —que hay que entender a partir de sus razonamientos— de que la agricultura y la ganadería fueron un mal invento (para la salud de las personas).

Para que el sentimiento de vergüenza sea efectivo es necesaria una población conformista, homogénea; la culpa efectiva requiere en cambio el respeto por la ley. Sentirse avergonzado significa querer esconderse, sentirse culpable significa querer redimirse. La vergüenza es cuando todo el mundo dice «Ya no puedes vivir con nosotros». La culpa es cuando usted se dice «¿Cómo voy yo a vivir con esto?
 
Odiar es agotador; el perdón, o incluso la indiferencia, es liberador. Citando a Booker T. Washington: «No voy a permitir que ningún hombre menosprecie mi alma haciendo que le odie».

Recomendable con matices, como ya manifesté respecto del libro anterior, pues se trata de un libro profundo, denso y extenso, solo recomendable para lectores con conocimientos de biología de un cierto nivel o que estén dispuestos a pasar por encima de largas descripciones de esta materia para comprender, intentarlo al menos, las bases de su conducta y la de los que le rodean.


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