martes, 3 de noviembre de 2015

A sangre fría, de Truman Capote


Truman Capote, en realidad Truman Streckfus Persons, fue un periodista y escritor estadounidense principalmente conocido por esta novela publicada en 1966 y por la anteriormente publicada en 1958 bajo el título «Desayuno en Tiffany’s», siendo ambas llevadas al cine. Nacido en Nueva Orleans en 1924, murió en 1984 a los sesenta años de edad. El sobrenombre adoptado de «Capote» se debió al apellido del segundo marido de su madre, de ascendencia cubana. A los 17 años consiguió un trabajo en la revista The New Yorker y desde entonces mostró a su tendencia al oficio de juntar letras, comenzando a publicar relatos en revistas, algunos de los cuales obtuvieron algún premio y sobre todo una visión favorable de la crítica. Según confesión propia… «comenzó a escribir para paliar el aislamiento en el que transcurrió su infancia». Publica su primera novela, «Otras voces, otros ámbitos» a los 23 años y entre sus obras, además de las citadas, figuran títulos como «El arpa de hierba» y «Se oyen las musas». La novela que comentamos, «A sangre fría», fue su mayor éxito y daría lugar a un nuevo género que el propio autor denominó como «nonfiction novel», un relato a caballo entre periodismo de investigación y literatura, que permaneció más de ocho meses en la lista de las novelas más vendidas del New York Times. A raíz de sus contactos con el mundo del cine, Truman se adentró en la redacción de guiones cinematográficos, llegando incluso a intervenir en alguna película como actor.

El 15 de noviembre de 1959, los cuatro miembros de la respetada y conocida familia Clutter, los padres Hurbert y Bonnie y sus dos hijos Nancy y Kenyon de 15 y 16 años, fueron salvajemente asesinados en su casa del pueblecito de Garden City, muy cerca de Holcomb, en el oeste del estado de Kansas, lo que desesperó toda la zona e incluso conmocionó al país, al tomar conciencia de estar a merced de cualquiera, de una inseguridad en la que cualquier ciudadano honrado y trabajador puede morir en su propia casa de un día para otro. Los asaltantes, desconocedores de que Hubert Clutter pagaba todo con cheques, buscaron sin éxito por toda la casa una caja fuerte y tuvieron que conformarse finalmente con apenas cincuenta dólares y una radio, que no constituían un motivo aparente a los ojos del sheriff Dewey y de los investigadores, amén de que los rastros dejados por los asesinos, en número de dos, eran claramente insuficientes para dar con ellos. No se apreciaba robo ni cualquier otra causa que hubiera permitido conjeturar sobre los brutales asesinatos. La confesión de un presidiario en una cárcel lejana, que había sido en el pasado trabajador de esa familia, puso en la pista a las autoridades que, tras muchas pesquisas e interrogatorios, consiguieron detener en Las Vegas a los escurridizos Richard Eugene Hickock y Perry Edward Smith. Los detenidos confiesan en los primeros momentos su crimen con todo lujo de detalles a los detectives, incluso indicando donde habían enterrado algunas de las pruebas que llegan a ser recuperadas. Tras el correspondiente juicio, fueron condenados por un jurado a la pena capital y finalmente ahorcados en abril de 1965.

A partir de un suceso real, el autor se empapó de los hechos y, llevando a cabo una exhaustiva investigación personal que incluyó numerosos contactos con los asesinos y muchos de los protagonistas, desgranó en este libro una historia mezcla de real e inventiva que le consagró como uno de los grandes novelistas norteamericanos de todos los tiempos. Recrea la vida del pueblecito, disecciona la fisonomía de los asesinados y los asesinos con gran maestría y sigue a la policía y a las autoridades en todo el proceso de dar con los criminales, describiendo con gran precisión todo lo ocurrido. La descripción de la vida de los dos asesinos, incluso durante el período en que vagan libremente cometiendo pequeñas tropelías sin ser sospechosos del asesinato, es un alegato a un modo de vida que podía ser relativamente corriente en la época. Una psicología compleja y chocante que al autor maneja con gran maestría haciéndonos partícipes de las personalidades controvertidas de estos dos personajes. Una novela negra que diríamos ahora que no deja al lector indiferente y que le obliga a posicionarse ante modos de vida, de relación entre las personas y fundamentalmente sobre la pena de muerte.

En una admirable combinación compenetrada entre técnicas periodísticas y literarias, la redacción es rápida, dura, sin concesiones al lucimiento y sobre todo efectiva y directa para impregnar al lector de los hechos y los contextos, poniéndole en primer plano en el centro de la acción entre vecinos, autoridades, jueces, jurados, comerciantes, presidiarios, padres, novios o cualesquiera otro de los papeles de la sociedad norteamericana de la época en relación con el suceso y sus protagonistas. El autor adopta el lenguaje propio de cada personaje, lo que confiere una gran fuerza a la narración. Por resaltar alguna de las muchas luces que contiene la novela, focalizo sobre la descripción detalladísima de lo que hubieran dicho o dejado de decir algunos de los testigos en el juicio si la ley no les obligara a contestar con un escueto «SI» o «NO». Seres reprobables como los asesinos tendrán su oportunidad ante el lector al conocer hechos de sus familias y sus primeros pasos en la vida que pudieran explicar, nunca justificar, sus acciones y sus pensamientos acerca de las mismas. Me planteo si no hubiera sido mejor, o al menos diferente, no conocer que se trataba de un hecho real para ver la novela de otra manera. En resumen, muy recomendables sus cerca de trescientas veinte páginas conteniendo algo más de ciento treinta y tres mil vocablos para todo tipo de lectores, especialmente los amantes del género negro, curiosos sobre temas criminológicos y su tratamiento judicial o simplemente amantes de tragedias reales (sería como una versión americana espléndida de nuestro diario «El Caso» de otros tiempos.

«Cuatro balas que iban a costar seis muertos.»
«Perry era ese ejemplar único, el asesino nato, absolutamente cuerdo pero sin conciencia y capaz de llevar a cabo, con o sin motivo, los mayores crímenes con la máxima sangre fría.» (Descripción hecha por el propio Dick)
 «No tenía ninguna intención de hacerle daño a aquel hombre. Pensé que era un hombre muy amable. Así lo creí hasta el momento en que le corté el cuello.»
Sólo quiero decir que no os guardo rencor. Me enviáis a un mundo mejor de lo que éste fue para mí. 
«Richard Eugene Hickock y Perry Edward Smith, socios en el crimen, murieron en la horca de la prisión del estado, por uno de los más sangrientos asesinatos con que cuentan los anales criminales de Kansas. Hickock, de 33 años, murió a las 12:41. Smith, de 36, murió a la 1:19.»
Y así, a primeras horas de la madrugada de aquel miércoles, Alvin Dewey, que tomaba su desayuno en la cafetería de un hotel de Topeka, leyó en primera página del Star de Kansas, el titular que hacía tanto tiempo esperaba: «Ahorcados por sangriento crimen».


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