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miércoles, 16 de octubre de 2019

Vigilancia permanente, de Edward Snowden

Edward Snowden nació en 1983 en Elizabeth City, Carolina del Norte, Estados Unidos. Desde muy joven se decantó por las nuevas tecnologías en ordenadores y lenguajes de programación llegando a ser empleado de las agencias de seguridad norteamericanas CÍA y NSA y estando destinado en diversos países como Suiza o Japón entre otros. En 2013 y desde Hong Kong, filtró a los periódicos The Guardian y The Washington Post varios documentos clasificados como alto secreto en los que se constataba el uso de una gigantesca máquina de vigilancia electrónica que anulaba la privacidad de forma generalizada de ciudadanos no exclusivamente norteamericanos. Perseguido por las autoridades de EE.UU., reside actualmente en Moscú con su mujer, aunque su asilo político no es permanente. Ha solicitado asilo político a numerosos países al parecer todavía sin éxito. En sus propias palabras … «estoy convencido de que hice lo correcto: “Antes trabajaba para el Gobierno, pero ahora trabajo para el pueblo. Y tardé casi 30 años en reconocer que había una diferencia”».

El libro es en realidad una autobiografía del propio autor. En él relata sus andanzas de joven y adolescente, sus problemas con los estudios y su decantación por los asuntos de la informática, en los que llega a desarrollar gran conocimiento por sus dotes de auto estudio. Consigue diferentes cometidos bien directamente o a través de empresas de intermediación en las diferentes agencias de seguridad norteamericanas y en diferentes puntos del globo, donde sus ideas y sus conocimientos ayudan a desarrollar programas especiales de recolección y gestión multitudinaria de datos procedentes de los registros electrónicos que cada vez proliferan más entre los ciudadanos, por lo general poco o nada preocupados por sus rastros tecnológicos. En la parte final, antes de su revelación a la prensa, Snowden utilizaba los turnos de noche para grabar información en minúsculas tarjetas SD que camuflaba en las pegatinas de su cubo de Kubrick que iba volteando continuamente para sortear los controles de seguridad. Figuran en el relato los pormenores de su encuentro con la prensa en Hong Kong que no fueron precisamente fáciles. La parte sentimental y familiar de su vida, muy complicada por su trabajo, está reflejada magistralmente.
«No podemos permitir que nos usen de este modo, que nos usen en contra del futuro».

…la mejor manera de encontrar algo es dejar de buscarlo.

Gus les dijo a los periodistas que la agencia podría rastrear sus smartphones, incluso estando apagados, y que la agencia podría vigilar todas y cada una de sus comunicaciones.

Nuestros datos deambulan a lo largo y a lo ancho. Nuestros datos deambulan sin cesar.
Si hacemos caso al conocido refrán «Ojos que no ven, corazón que no siente» hay libros, como este, que sería mejor no leer. A poca gente le quedan dudas en estos días de 2019 de la vigilancia a la que tienen sometida las tecnológicas —Google, Microsfot, Apple, Whatsapp, Instagram, Facebook…— a cualquier ciudadano que utilice dispositivos electrónicos tales como teléfonos, altavoces o electrodomésticos inteligentes, e incluso juguetes para niños (ver entrada «FISGONES» en el blog amigo de sensacionesinciertas). Lo sabemos, lo constatamos, pero lo ignoramos o quizá es que no tengamos alternativa sin renunciar a servicios que se nos antojan imprescindibles hoy en día. En este libro se constata que la captura de datos y su almacenamiento «masivo y para siempre» va mucho más allá de lo que podamos imaginar. Su uso parece ser comercial por el momento, pero las fotos, correos electrónicos, tuits o conversaciones de más de una decena de años —y sigue— pueden ser vistos o utilizados de forma diferente en el futuro. Las empresas lo reconocen sin pudor e incluso nos ofrecen su recuperación, pero no nos permiten ni su borrado ni ningún control sobre estos datos, que son suyos y no nuestros. Colaboración a gran escala entre empresas multinacionales, agencias de seguridad o espionaje en esta era digital en la que estamos inmersos con poco o ningún control por parte de nadie. Las leyes, cuando se cumplen en un país no se cumplen en otro, además de ir muy por detrás de los avances tecnológicos: juegue a poner PRISM en el buscador Google. Una lectura entretenida y muy reveladora, aunque ponga los pelos de punta. De forma complementaria, recomiendo ver la película «Snowden» o la conferencia (curiosísma en el planteamiento asistencial) en la plataforma TED titulada «Here's how we take back the internet». Para finalizar este comentario, recuperemos el refrán aludido en su versión «Ojos que no ven, tortazo que te (puedes) pegar».

Algunas frases entresacadas...
…la última generación sin digitalizar, cuyas infancias no están subidas a la nube, sino en su mayoría atrapadas en formatos analógicos como diarios escritos a mano, Polaroids o cintas VHS, objetos tangibles e imperfectos que se degradan con el tiempo y pueden perderse sin remedio. Los deberes del colegio los hacía en papel, con lápices y gomas, no en tabletas conectadas en red que registraban mis pulsaciones en el teclado. El seguimiento de mis estirones no se hacía con tecnologías de hogares inteligentes, sino que se marcaban con una navaja en la pared del marco de la puerta de la casa en la que me crié.

Nuestros dispositivos están constantemente emitiendo comunicaciones en nuestro nombre, queramos o no. Y, al contrario que los humanos con los que nos comunicamos por voluntad propia, nuestros dispositivos no ocultan información privada ni utilizan palabras clave en un intento por ser discretos. Se limitan a buscar la disponibilidad de red en las torres de telefonía móvil más cercanas con señales que nunca mienten.

Todo el mundo tiene algo, alguna información comprometedora enterrada entre sus bytes, si no en sus archivos, sí en sus emails; si no en esos mensajes, sí en su historial de navegación. Y de pronto esa información la estaba almacenando el Gobierno de Estados Unidos.

En mi situación actual, no dejo de recordar nunca que la ley es diferente en cada país, mientras que la tecnología no.



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