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jueves, 30 de mayo de 2013

El desastre de Annual, Ricardo Fernández de la Reguera

En el año 1921 tuvo lugar en el norte de África el episodio conocido como El Desastre de Annual, donde murieron a manos de los rifeños comandados por Abd el-Krim cerca de doce mil soldados españoles. La debacle se produjo al combinarse una serie de circunstancias que no fueron adecuadamente tratadas por el general Manuel Fernández Silvestre. Desde Melilla se trataba de disponer de un paso franco y controlado hasta la bahía de Alhucemas, estableciendo una serie de puestos militares a lo largo de la ruta. Los locales no estuvieron de acuerdo con lo que no era otra cosa que una invasión española en toda regla y reaccionaron de forma no esperada por la autoridad militar española, atacando con fiereza e inaudita crueldad, matando uno tras otro a los soldados españoles, muertos de hambre y sed, sin suministros y abandonados a su suerte en aquellas inhóspitas tierras. Aunque se intentó minimizar todo lo posible ante la opinión pública española, la crisis política que provocó esta derrota fue una de las más importantes de las muchas que socavaron los cimientos de la monarquía liberal de Alfonso XIII, siendo una de las causas directas del golpe de estado y la dictadura de Miguel Primo de Rivera.

El autor trataba con este y otros libros de generar una continuación de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Si bien no queda aclarado en el libro, los hechos narrados coinciden con la bibliografía sobre este asunto en cuanto a las líneas generales y los personajes principales. Como es lógico el autor se apoya en personajes probablemente ficticios para recrear las escenas y manejar la acción. Los relatos y las descripciones son crudas y descarnadas no escatimando detalles sórdidos de las situaciones, en algunos momentos demasiado repetitivas, pero bien es verdad que murieron muchos, tiroteados y degollados a cuentagotas, especialmente en la huida descontrolada en la que cada cual intentaba ganar la ciudad de Melilla donde se suponía que iban a estar a salvo. Uno de los grandes errores fue al parecer el no desarmar a las poblaciones rifeñas y confiar en demasía en su palabra de no levantarse. Pero incluso los propios soldados de la zona que componían las “mías” no dudaban llegado el momento en desertar del ejército español y pasarse a las harcas de sus hermanos de sangre y hostigar y matar a los que hasta ese momento habían sido sus compañeros. Otro gran error fue el tema de los suministros, especialmente de agua, ya que al estar las posiciones en zonas altas, era necesario bajar con carricubas arrastradas por reatas de mulas a los ríos a hacer lo que se conocía como la “aguada”. En estas salidas, los soldados eran fácil presa del enemigo que solo tenía que sentarse y esperar a tirotear a la expedición con toda comodidad.

Los innumerables actos relatados recogen la grandeza y la miseria del ejército, especialmente en condiciones tan desfavorables con las que tuvieron lugar: actos de compañerismo, heroicos, de lucha, de valor, de patriotismo pero también a la vez de cobardía y dolor. El libro es entretenido, quizá algo repetitivo por momentos, aunque no llega a resultar pesado. Hay mucha bibliografía sobre el tema aunque podríamos destacar lo escrito por uno de los protagonistas directos, Eduardo Pérez Ortiz, titulado “18 meses de cautiverio. De Annual a Monte Arruit”.

sábado, 25 de mayo de 2013

Liquidación final - Petros Márkaris

Nuestro amigo Carlos Urquía nos envía este comentario para su inclusión en el blog. Muchas gracias, Carlos, por tu colaboración.


Hace poco he terminado el segundo libro que leo de Petros Márkaris de su ”Trilogía sobre la crisis”, titulado en español “Solución final”, y me parece que merece mucho la pena que difundamos la obra de este autor por lo que “enganchan” sus historias y por la gran proximidad entre la situación griega y la nuestra. Anteriormente había leído el primer libro de su trilogía titulado aquí “Con el agua al cuello” y ya me enganchó.

Escribe sobre esa Grecia en la que sus tragedias y ruinas hace tiempo que dejaron de ser palabras orgullosas de un pasado glorioso para convertirse en el desesperanzado lenguaje de un presente anémico. En “Liquidación Final” Jaritos se enfrenta a un asesino justiciero que se ha erigido como recaudador nacional frente a todos aquellos ricos que evaden sus impuestos. Este sanguinario Robin Hood cuenta con el apoyo de muchos ciudadanos porque, cuando los defraudadores no realizan el pago del dinero que deben al Estado, acaba con sus vidas. Entre el conflicto moral y la crispación, el libro recrudece la primera entrega sobre la crisis y, por eso, comienza con una advertencia inicial al lector: “Se desaconseja cualquier imitación de los hechos narrados en esta novela”. Hay demasiadas diferencias entre la gente y los políticos: para los primeros, la vida diaria es una tragedia y, para los segundos, la tragedia es un argumento. Y eso va a conducir a reacciones incontroladas.

Mientras los griegos ricos se las ingenian para no pagar impuestos, los griegos empobrecidos por la crisis sólo pueden indignarse ante el escandaloso fraude fiscal o desesperarse ante el empeoramiento de la situación. (¿Os suena?).  Sin embargo, un hombre ha decidido pasar a la acción y tomarse la justicia por su mano. Con cartas de amenaza y armas anticuadas, se dispone a ajustar cuentas. Entretanto, en la Atenas al borde de la quiebra, todo está patas arriba, excepto el Departamento de Homicidios. No hay crímenes, sólo rutina y burocracia. Cuando encuentran el cadáver de la primera víctima que se cobra ese peculiar justiciero, el comisario Kostas Jaritos casi siente alivio. Su jefe le ha hablado de un posible ascenso, pero de momento le han recortado el sueldo y su hija Katerina piensa en emigrar porque no encuentra trabajo. Y él tiene que atrapar a un asesino que realiza una obra «providencial», aplaudida por muchos ciudadanos. En fin, todo muy trasplantable a nuestro país… 

Lo que tiene de genial la novela es la radiografía que hace de la crisis actual, con diálogos que mantienen la sonrisa y hasta la risa, pero que también contiene una visión mas pesimista que en su anterior novela, que se refleja en frases como esta: "El estado griego es la única mafia que ha ido a la quiebra". Una novela genial salpicada de denuncia política, social y, sobre todo, moral. Muy recomendable.

Este libro se recomienda a los comodones que deseen entretenerse con una obra ágil, muy bien escrita, que engancha y nos hace no poder dejarla hasta terminarla. Su fondo nos hará pensar que las fortalezas y las debilidades del mundo occidental corren parejas en todas partes por igual.

EN LA PAUSA, de Diego Meret.



Ediciones La Uña Rota. Segovia, 2011. 108 pp., 12 euros


No invento nada cuando digo que En la pausa lo he leído de una sentada, y no en varias como creía que iba a suceder. Aunque siendo más exacta con el transcurrir de mi lectura, matizo que me senté un día a leerla y llegué hasta el momento Comala, posponiendo el resto no por falta de ganas, sino porque tenía que madrugar al día siguiente y se hacía tarde. Hoy me he vuelto a sentar pero sin retomarla donde la dejé: he vuelto a empezar, releyendo las primeras 37 páginas porque me apetecía. Como me apetecía leer y releer en su día las obritas de Juan Emar, Un año, y Cómo me reí de César Aira. Las tres son obritas grandes. Y se me ocurre que tendría que existir dentro de las librerías y las bibliotecas un lugar donde guardar estas obritas grandes. No sé, podrían poner encima de ese lugar un letrero como este: Obritas Grandes, por ejemplo. Y poder ir directamente a por ellas, no sea que por despiste, por ser tan minúsculos los libros que contienen esas páginas que contienen esos párrafos que contienen esas palabras tan bien alineadas unas con otras, los tengamos delante pero se nos vayan los ojos a otros de mayor volumen. 

En la pausa es un libro autobiográfico. Al autor, Diego Meret, durante la lectura de el Diccionario del hombre contemporáneo de Russell le vendrán las ganas de narrarse, de develar algunas de las experiencias con las que hasta ahora se ha ido cruzando. Y nos contará esas experiencias a su ritmo, como nos cuenta que le detectaron disritmia, que es lo más parecido a padecer un principio de inexistencia momentánea. De ahí viene el título, En la pausa, porque a Diego Meret se le presentan esas pausas, ese dejar de ser momentáneo, esa breve inexistencia, en cualquier situación. Y todas las situaciones que nos cuenta, nos las cuenta de esa manera en la que a una de repente le entran ganas de ponerse a leer en voz alta, y no esta vez para amortiguar los ruidos de los vecinos, sino porque la prosa que tenemos entre las manos, delante de los ojos, nos lo está pidiendo casi en un susurro: léeme en voz alta. Y he leído más de la mitad del libro así. Dejando posar la voz como si nada, como si fuera lo más natural del mundo, por los recuerdos de Diego Meret. Esos recuerdos que se confunden y nos con-funden con el paso del tiempo, o aquéllos otros recuerdos que ya se encargan otras personas de echarnos por tierra la versión,  nuestra versión, esa que guardábamos tan celosamente. Y viene la madre, nuestra madre, y nos dice, que no hijo, que no hija, que no fue así como sucedió sino asá. Como le pasa a Diego Meret con los bichos bolitas. Porque en esta obra aparecen bichos bolitas, y el gato Tordo, un niño inflado, Michael Jackson, un padre y una isla, un gol de nadie, las hermanas, un susto,  el auto, su madre,  un botón turquesa, y muchas, muchísimas ganas de leer: Vivía para leer. Me acostaba con los ojos hinchados y las palabras destruyéndome por dentro. Me levantaba a eso de las cinco de la mañana y leía hasta las siete, caminaba hacia la fábrica, entraba, fichaba, salía, caminaba hacia mi casa, entraba y me ponía, sin demasiadas dilaciones, a leer. Y leía hasta que el hambre empezaba a desconcertarme. Entonces me hacía un sándwich de lo que hubiera... comía con la mente en pausa... y me ponía de nuevo a leer hasta que me quedaba dormido.

También alguna idea para cuento, el recuerdo de leer a Onetti, una versión en un sueño del Sur de Borges, y alguna confesión: si no escribo, y ahí va una pose melodramática: soy un infeliz. Entonces, me la paso juntando minutos que me permitan sentarme aunque sea para ensuciar una o media página.

Yo espero que Diego Meret no sea un infeliz, y que saque muchos minutos de donde sea para ensuciar esas páginas y nos vuelva a regalar una obrita GRANDE. Porque nos ha hecho disfrutar mucho, jolín.
Patricia L.D.

Diego Meret. Escritor. Nació en 1977 en Morón, provincia de Buenos Aires. Durante siete años trabajó como obrero textil. Es autor de En la pausa (Premio de autobiografía Indio Rico, 2008, edición española en 2011), Los chicos Gorrión y recientemente Fúster, en un sello independiente montevideano




Esta reseña la escribí el 3/02/2012

miércoles, 22 de mayo de 2013

Las damas de Hitchcock, de Donald Spoto.


Editorial Lumen.
Tapa dura.384 págs.
22,90 Euros.


Leyendo Las damas de Hitchcock me he sentido un poco James Stewart (L.B.Jeffries) en “La ventana indiscreta”: cogiendo la cámara o los prismáticos –dependiendo del momento –para observar bien la relación que mantuvo el genio con las mujeres que trabajaron con él y así no perder detalle.

Antes de este libro Donald Spoto  ya había dedicado otros dos a la vida y obra del maestro del suspense: El arte de Alfred Hitchcock y Alfred Hitchcock: la cara oculta del genio. Es conocido por las numerosas biografías que ha escrito, entre las que se incluyen las de Marlen Dietrich, Audrey Hepburn, Laurence Olivier, Marilyn Monroe o Ingrid Bergman.


Dividido en quince capítulos el libro abarca desde los años en los que trabajaba Hitchcock para la productora británica Famous Players-Lasky –que pertenecía a  la Paramount Pictures –hasta su muerte. O dicho de otra manera: desde Virginia Valli que fue la primera dama de Hitchcock en El jardín de la alegría hasta Tippi Hedren en Marnie, la ladrona.

            En casi todos los capítulos Donald Spoto sigue la misma estructura: primero  introduce a las diversas actrices, hablándonos un poco de sus vidas antes de conocer a Hitchcock; luego pasa a contar la relación que mantuvieron con él en los rodajes, y finalmente qué fue de ellas después de dejar el plató. A Donald Spoto le interesa sobre todo esclarecer el motivo por el cual Hitchcock mantuvo una actitud de amor-odio con la mayoría: Admirador de Madeleine Carroll durante un momento y cruelmente despectivo al siguiente, Hitchcock la mantuvo en guardia durante todo el rodaje. Aquella fue la primera muestra de un rasgo que marcaría en el futuro sus relaciones con la mayoría de sus actrices protagonistas: atracción y repulsión simultáneas, una mirada casi idólatra desde detrás de la cámara y el correspondiente deseo de humillarlas y rebajarlas. Tan contradictoria actitud dejó huella en el ambiente psicológico de sus películas más maduras, y en la vida real fue la conducta esquizoide responsable de que infligiera un daño considerable a sus actrices durante el tiempo que trabajó con ellas. (p.85)

            No sé hasta qué punto se puede considerar “un daño considerable” para una actriz que el director le exija –echando por tierra los deseos de ella –ponerse un traje de chaqueta gris (Kim Novak en Vértigo) o que tenga que repetir muchas veces una escena (la famosa escena de Janet Leigh en la ducha para Psicosis). Tampoco que Hitchcock no tuviese ningún reparo en contar cientos de chistes verdes delante de ellas, así como apenas dirigirles (ni a ellas ni a los actores) ni ofrecerles más apuntes sobre los personajes que tenían que interpretar. ¿Esto es tan horrible? En algunos momentos he tenido la sensación que a muchas les faltaba tomarse menos en serio las excentricidades de Hitchcock. Por eso me han gustado especialmente unas páginas en las que aparece en escena ¡tachán-tachán! la actriz Tallulah Bankhead (Naúfragos) que además de compartir con Hitchcock en el plató el gusto por las historias subidas de tono, su voz de barítono, su tosca sensualidad y rápido sentido del humor hacían de ella un personaje único, tanto en su profesión como en su vida social. Tallulah no se achicó con Hitchcock y por eso seguramente él no le causó ningún temor ni le abrumó con sus bromas.
           
<<Nunca la han confundido con un hombre por teléfono?>>, le preguntó el columnista Earl Wilson en una ocasión, a lo que ella replicó sin vacilar: <<No, ¿y a usted?>>. Según ella misma y sus biógrafos, sus amantes, hombres y mujeres, eran legión. Un día, en Nueva York, vio a un antiguo novio con quien no se había cruzado en ocho años, se le acercó corriendo y le gritó: <<¡Creía haberte dicho que esperaras en el coche!>> (p.158)


Resulta interesante volver a ver Vértigo siguiendo la lectura que hace de ella Donald Spoto. Alfred Hitchcock tenía fijación por las mujeres rubias y trataba de transformar a sus actrices en su ideal de mujer.  Supervisaba todo lo que tuviera que ver con su presentación en la pantalla, desde los peinados hasta el guardarropa, desde el maquillaje hasta los zapatos, desde los ángulos de cámara hasta el montaje final. (p.267) Esa obsesión por convertir a una mujer en las fantasías que uno tiene la vemos en Scottie Fergusson (James Stewart) con el personaje interpretado por Kim Novak (Madeleine/Judy):


<<Él te transformó, ¿verdad?>>, grita Stewart a Novak al final de la película, refiriéndose al hombre que <<creó>> a Madeleine partiendo de Judy. <<Te dio forma del mismo modo que yo te di forma a ti, solo que mejor. No solo fue el pelo y la forma de vestir, sino los gestos y la manera de hablar. Y luego, ¿qué hizo? ¿Te adiestró? ¿Te hizo ensayar? ¿Te dijo exactamente lo que debías hacer y decir? Fuiste una alumna aventajada, ¿verdad? ¡Sí que lo fuiste!>> (p.268)

            Y al final Donald Spoto nos reserva la que sí parece una relación un tanto enfermiza del genio con Tippi Hedren, que llegó a contratar a un espía para que le diera cuenta de todos los movimientos de la actriz cuando no estaba junto a él. Una relación que según François Truffaut mermó a Hitchcock: Estoy convencido –escribió François Truffaut –de que Hitchcock no volvió a ser el mismo después de Marnie la ladrona y de que el fracaso de la película mermó de manera importante su confianza en sí mismo. Eso no tuvo tanto que ver con su tropiezo en la taquilla (ya había sufrido otros) como con el descalabro de su relación personal y profesional con Tippi Hedren. (p.325) Marnie, la ladrona reflejaría parte de esa relación si vemos a Sean Connery (Mark Rutland) como Hitchcock y a Tippi Hedren (Marnie) como la propia Tippi.


Marnie: “Lo único que quiero es que me dejes sola (…) Si quieres ayudarme sólo tienes un modo de hacerlo, y es dejándome en paz. ¿Aún no lo comprendes? Creo que está claro. No puedo soportar que me toques”.
Mark: ¿Y si intentásemos descansar? Mañana seguiremos discutiendo.
Marnie: “No hay nada más que discutir. Ahora ya sabes qué siento, y continuaré sintiendo lo mismo mañana y al día siguiente, y al otro y al otro…”
(…)
Marnie: “Para usted yo soy un animal más de los que acostumbra a capturar”.

Jessie Matthews, Nova Pilbeam, Silvia Sidney, Teresa Wright, Joan Fontaine, Margaret Lockwood, Grace Kelly, Ingrid Bergman, Eva Marie Saint, Kim Novak…Todas cayeron presas en las garras de Hitchcock. Tuvieron que aguantar a un genio, que no por serlo estaba exento de debilidades y muchos muchos complejos. Lo tuvieron que padecer pero también formaron parte de películas maravillosas. Tenemos que agradecer que Hitchcock transformase  -no sólo a las actrices en su ideal- todas sus obsesiones en arte. También nos habla Spoto de la esposa de Hitchcock, Alma Reville y de la hija de los dos, Patricia Hitchcock. Pero por hoy basta de ejercer de papá Freud (como ejercían Ingrid Bergman en Recuerda, o Sean Connery en Marnie, la ladrona)  y  ya está bien de mirar y analizar. Dejemos la cámara y los prismáticos bajo la cama.
Patricia L.D.

Lo que el Mundo le debe a España, Luis Suárez Fernández

Me topé con este libro cuando buscaba otro de título parecido: “Lo que Europa debe al Islam de España” de Juan Vernet. Dado que el autor, Luis Suárez Fernández es una autoridad contrastada en temas de historia no tuve ninguna duda en ir a por lo general antes que lo particular. Contrastado historiador, otros libros suyos como Enrique IV de Castilla, Los Reyes Católicos, Judíos españoles en la Edad Media o la biografía de Franco son de obligada consulta para entender piezas fundamentales de nuestra historia que nos lleven a comprender mínimamente la actualidad.

A lo largo de diferentes capítulos, el autor nos brinda selectas piezas de historia desde el siglo VI en que empezaba a conformarse algo en la península ibérica tras la caída del Imperio Romano hasta los años setenta del siglo pasado en que España salió de la última dictadura y ejecutó su particular transición, ejemplo para otros pero que dejó muchas heridas sin suturar y que parece que en nuestros días están empezando a sangrar de nuevo. Tras los breves comentarios históricos, el autor señala lo que tuvieron de relevante y como el mundo pudo utilizar o beneficiarse de hechos y personas que crearon cierto tipo de proselitismo que fue imitado o mejorado. Europa fue uno de los grandes centros de la antigüedad donde la cultura, la política o las artes tuvieron gran desarrollo y España estaba allí para realizar sus aportaciones. No en vano, a modo de ejemplo, podemos presumir de inventar la monarquía, de colocar a un tal Cervantes al lado de los Dante, Moliere, Goethe o Shakespeare entre otros o ser los descubridores de América en el siglo XV, sin dejar de señalar inventos como el submarino.

Este ensayo está redactado en un lenguaje claro y comprensible, como es una constante en este autor, que nos acerca a la historia sin esfuerzo. El libro se complementa con una interesante cronología de hechos en España y el Mundo, una bibliografía cuidada y selecta que nos puede ser referencia en nuestras lecturas históricas y un índice analítico de nombres para poder ir de forma directa a consultar que se dice de ese personaje que nos interesa. Una joyita de libro para tener siempre a mano y releer apartados de cuando en cuando para refrescar nuestros conocimientos, si es que nos interesa y disfrutamos con ello.

sábado, 18 de mayo de 2013

El aire de Chanel, de Paul Morand.


El aire de Chanel, de Paul Morand
Fábula de Tusquets Editores. Octubre, 1999.
162 páginas

El aire de Chanel es una biografía un tanto curiosa. Está escrita en primera persona –como si la escribiese la propia Coco Chanel (1883-1971) –pero  su autor es el poeta francés Paul Morand (1888-1976). Cuando ella tenía 63 años, y él 58, coincidieron en  Saint-Moritz, y ella empezó a tirar y tirar  del hilo, esta vez no para crear un traje, sino para contarle sus recuerdos, algunos retazos de su vida. Así que Paul Morand escuchaba, y tras la despedida subía a su habitación a tomar anotaciones de todo lo que le había narrado su  amiga. Pasó el tiempo y un día se acordó de esas hojas,  ya amarillentas. De ahí surgió El aire de Chanel.

Coco es en muchos sentidos un personaje. Ese personaje que siendo una niña  sufrió muchas carencias afectivas y que, gracias o a pesar de ello, fue forjando con empeño su carácter, su aire, sus aires, hasta llegar a levantar, a base de trabajo y más trabajo un imperio: la casa de modas Chanel.

Nos cuenta, o le contó a Paul Morand, que su educación se basó sobre todo en la lectura de novelas: compraba sobre todo libros, para leerlos. Los libros han sido mis mejores amigos. Así como la radio es una caja de mentiras, cada libro es un tesoro. Hasta el libro más malo tiene siempre algo que decir, alguna verdad. Hasta las novelas más estúpidas son monumentos de experiencia humana. He estado con muchas personas muy inteligentes y de gran cultura; se han extrañado de mis conocimientos; aún se hubieran extrañado más si les hubiera dicho que había aprendido a vivir en las novelas. Si tuviera hijas, les daría, por toda instrucción, novelas. En ellas encontramos las grandes leyes no escritas que rigen al hombre. En mi región no se hablaba; se carecía de tradición oral. Desde las novelas por entregas, leídas en el granero a la luz de una vela robada a la criada, hasta las más grandes obras clásicas, todas las novelas son realidad disfrazada de sueño. De niña leía, por afición, indistintamente catálogos y novelas: las novelas no son otra cosa que grandes catálogos.

La pequeña Coco leía, y a la pequeña Coco también le gustaba refugiarse en un cementerio. Como los muertos no hablan –quién mejor que un muerto para escuchar sin hacer interrupciones –ella encontró ahí su mejor escondrijo: le interesaba sobre todo escuchar su propia voz, sin prestar atención a nadie más. Supongo que en ese lugar se fue forjando la famosa lengua afilada de la modista, que hasta para hacer un regalo tenía que añadir su toque Coco: le regalo estas seis estatuas de figuras venecianas. Ya no las aguanto más. Quizá se acostumbró demasiado a hablar con muertos.

En el libro nos encontramos opiniones acerca de la moda, a la que no considera en ningún momento un arte. La moda no es un arte, es un oficio. Que el arte haga uso de la moda es más que suficiente para la gloria de la moda.

            Hace poco estuve viendo un documental sobre el diseñador de moda Tom Ford. Al igual que Coco Chanel, tampoco considera la moda un arte. De hecho, uno de los motivos por los que Tom Ford quiso hacer la película Un hombre soltero es porque quería dejar algo que permaneciese un poco más, y no se limitase a una estación del año.  Los dos, inmersos en ese mundo, consideran que la moda es reflejo de la sociedad del momento: la moda no está sólo en los vestidos; la moda está en el aire, la trae el viento, se presiente, se respira, está en el cielo y en el asfalto, está en todas partes, mantiene una estrecha relación con las ideas, las costumbres, los acontecimientos. Si por ejemplo no existe en este momento esa ropa interior, esos tea-gomns tan del gusto de las heroínas de Paul Borget y de Bataille, se debe sin duda a que vivimos en una en la que ya no hay interior. Tom Ford en la actualidad se plantea: ¿de qué es síntoma esa tendencia  en la que todo parece estar hinchado? ¿los labios, los pechos…? ¿por qué tanto botox?

            Me gusta la anécdota que cuenta Coco sobre Picasso, con quien tuvo una gran amistad, cuando unos ladrones entraron en su casa y  le robaron toda la ropa blanca, sin prestar ninguna atención a sus cuadros. Picasso y Stravinsky, Diaghilev, Forain, Madame de Chevingné… también nos encontramos en esta biografía con los momentos que vivió junto a ellos. Como con el único amor de su vida, Boy Capel, aquel guapo inglés (…) el único hombre al que he amado. Murió. Nunca lo he olvidado. Fue la gran suerte de mi vida; había hallado a una persona que no me desmoralizaba.

También sus opiniones acerca de las copias: En realidad, una invención se hace para que, una vez utilizada, se pierda en el anonimato. No sabía explotar todas mis ideas y me da una gran alegría verlas realizadas por otra persona, a veces con más acierto que yo. Por ello, durante muchos años ha existido una gran discrepancia entre mis colegas y yo, entre lo que para ellos es un gran drama y para mí no: la copia.

Más: ¿Qué pueden hacer los pequeños sino imitar a los grandes? Vuelvo a repetir que hacer una patente para un vestido, y ni siquiera para eso, para un dibujo o un freno de cañón de tiro rápido, es antimoderno, antipoético, antifrancés. El mundo ha vivido de las invenciones francesas y a su vez Francia ha vivido de la elaboración y de la puesta en práctica de las ideas inventadas por otros pueblos; la existencia no es sino movimiento e intercambio.

La verdad, no sé si seguiremos viendo dentro de unos años El aire de Chanel en las librerías, pero casi puedo afirmar que seguiremos viendo los frascos de Chanel Nº5 en las perfumerías, aunque luego, como casi todo,  se lo lleve el aire:

No sé por qué me he metido en este oficio y por qué se me ha considerado una revolucionaria. No fue para crear lo que me gustaba, sino, en primer lugar y ante todo, más bien para hacer pasar de moda lo que no me gustaba.

Patricia L.D.

Nota: esta reseña la escribí el 12/03/2013

domingo, 12 de mayo de 2013

UMBRAL O EL CONTRADIÓS, de Emilio Arnao.


Ediciones Rilke. Madrid,2011.
249 páginas
17 euros

La primera noche que entré en el Café Gijón puede que fuese una noche de sábado. Había humo, tertulias, un nudo de gente en pie... Estas fueron las primeras palabras que Emilio Arnao (Palma de Mallorca, 1966) leyó de Francisco Umbral, y desde entonces -un entonces que tenemos que situar en la adolescencia y las tardes de bocatas con nocilla- hasta ahora, han pasado años y libros, muchos libros, entre ellos muchos de Umbral. Porque una vez que Umbral entró en la vida de Emilio Arnao ya se quedó para siempre. Umbral, sí, marca un antes y un después en la biografía lectora de Arnao. Ahí estaba lo que yo andaba buscando. Un escritor que me hablara de literatura y de su vida, y de los cafés, y de los bares, y de las noches, y el mundillo literario, las putas y las ginebras y esa acacia blanca y hermosa que es Umbral cuando escribe. Se encuentra con Umbral al mismo tiempo que con Rimbaud, y ambos son  los autores que más le llegan al cuerpo y al alma. Y eso se nota. Se nota y mucho en este homenaje que le dedica a Umbral. No en vano dice la dedicatoria: A ti, Umbral.

             Arnao encontró en Umbral al escritor que le hablaba de la vida y la literatura, así lo dice en el párrafo copiado más arriba, y Arnao nos habla y nos habla muy bien sobre la vida y literatura de Umbral, o de las dos a la vez, porque aunque el libro se divide en dos partes, una más centrada en la vida, y la otra más centrada en la obra, sin embargo no sólo se es escritor cuando se escribe sino sobre todo cuando se vive, y ambas cosas deben estar beatíficamente imbricadas, de modo que se pueda anchear la vida en la literatura o, a la viceversa, se pueda literaturizar la vida. Y los límites se confunden, y ambas, literatura y vida se mezclan, se funden en este ensayo, como se mezclaban unos géneros con otros en la literatura umbraliana: Umbral es un escritor sin géneros, aunque él en sí sea todo un género literario. 

            Arnao cuando habla del libro Madrid, tribu urbana, dice que quizá haya cosas que sólo se puedan decir literariamente. Y leyendo este ensayo sobre Umbral, su Umbral, he sentido que tiene un decir muy literario, y por eso le ha salido tan singular y claramente, tan la hostia. Porque rezuma todo él la escritura de alguien que está muy puesto de Umbral, y Umbral, no lo olvidemos era y será siempre un poeta. Un poeta no es sólo aquel que realiza versos, sino aquel hombre que busca en el estilo la belleza metafórica de las palabras, porque metaforizar el mundo es la manera más deslumbrante de intentar resolverlo. 

             Con anterioridad a este regalo de mi madre, había leído de Umbral Las ninfas, Mortal y rosa, El hijo de Greta Garbo, La forja de un ladrón, Los alucinados, y sus columnas de El Mundo. Después de esta lectura me dan ganas de hacer un pedido con todo lo que Arnao se ha comido de Umbral. Y qué bien lo ha digerido. Cómo nos lo ha devuelto luego en este ensayo entre la creación y la interpetación. Un ensayo que por obra de birlibirloque podría convertirse también -y uno convierte los libros que lee en lo que quiere- en un manual para escritores y lectores. Porque se habla mucho de literatura, de escritura, de Galdós y el realismo, de los expresionistas, de escribir, escribir y escribir, porque escribiendo se está más digno que tomando vermuts o bailando tangos, de Proust, de Joyce, del malditismo, de Baudelaire, del snob y del dandy, del whisky, de la Olivetti, siempre la Olivetti, de Valle-Inclán, de Ruano y Cela, del personaje televisivo, de las máscaras, del dolor, del sexo, del humor tan importante en la obra de Umbral, de las pequeñas cosas, del pinabeto, de la gata Loewe.
           
            Por eso es necesario escribirlo todo, para atarlo, para sujertarlo, buscando el paroxismo del regreso, la lealtad de la vuelta. Creo que Arnao ha querido atar con este ensayo, con su ensayar tan personal, todas las lecturas que ha hecho de los libros de Umbral y lo que ellas han significado para él. Supongo que se habrá quedado a gusto. A mí me ha encantado.  
Termino con una de las respuestas que le dio Umbral  en la entrevista que le hizo (os la encontraréis íntegra dentro del  libro):

            Yo creo que escribir es vivir dos veces, vivir más. Yo ya no sé si vivo para escribir o escribo para vivir, muchas cosas las vivo para escribirlas, sí, pero evidentemente al escribir algunas cosas se viven más intensamente de lo que se vivieron, es cuando se profundiza en la vida, cuando se vive plenamente, cuando se disfruta a fondo y cuando se encuentran los matices a una experiencia que a lo mejor parece que no fue importante. La vida da sus mejores relieves en la literatura.
Patricia L.D.


Extraído de la página web del autor: http://www.emilioarnao.net/

Emilio Arnao, nacido en Mallorca, es un poeta completo que tanto aborda la poesía vanguardista, la poesía visual como el clasicismo, escribiendo, por ejemplo, un libro de sonetos. Ama tanto, en imitación a su maestro Umbral, la literatura como la vida o la vida como la literatura, y si no escribiera tendría graves inquietudes de existencia. La poesía es una actitud ante el dolor y ante la batalla de los días, una forma de sentirse en el mundo sin desaparecer demasiado. Arnao ha practicado a su vez la novela, el articulismo, el ensayo, la biografía y la mezcla de géneros.

Nota: Esta entrada la escribí el 12 de febrero de 2012. 

martes, 7 de mayo de 2013

Misery, Stephen King

Supongo que es casi un pecado confesar que es el primer libro que leo de este prolífico autor, maestro del terror y del suspense cuyas historias han cautivado a propios y extraños y han sido llevadas al cine. Permanentemente instalado en las listas de superventas y con numerosos seguidores incondicionales, alguno entre los miembros activos y colaboradores de este blog, tengo que decir, anticipando mis impresiones, que al menos por este relato no voy a engrosar la lista de seguidores suyos, dicho sea esto sin quitar ningún mérito al libro que lo tiene. King ha escrito otras obras alejadas del género del terror entre los que podemos destacar algunos ya comentados en el blog como “22/11/63”, la serie de la “La Torre Oscura” o “Mientras escribo”.

Un escritor llamado Paul Sheldon lleva años de gran éxito comercial vendiendo libros de historias románticas alrededor de una mujer llamada Misery. Creyendo que ha llegado el momento, pone fin mediante muerte al personaje al que se cree atado y se retira a un pueblo de Colorado, Sidewinder, para dedicarse por entero a escribir una nueva novela con otro estilo muy alejado de los que le han supuesto el éxito. Finalizada su novela, mientras regresa con su familia, tiene un accidente en una carretera nevada quedando herido y atrapado en el vehículo, volcado, fuera de la carretera. Una misteriosa mujer le rescata, le lleva a su casa y le cura sus heridas entre las que figuran las dos piernas rotas y múltiples magulladuras. Annie Wilkes, que así se llama su benefactora, es realidad una gran admiradora suya de la serie de Misery que no está conforme con el final, por lo que retiene al escritor para que reviva el personaje en una nueva novela de la que ella será la primera lectora. Paul se dará cuenta poco a poco de que está a merced de una desvariada, loca de remate, que comete una atrocidad tras otra mientras lo mantiene encerrado obligándole a escribir para ella. Desde su precario estado en total dependencia de su captora, lista hasta la saciedad, deberá luchar por su vida con los menguados recursos de los que dispone. La empresa editora y su familia lo están buscando pero no hay señales de que puede haber ocurrido. Gracias a un viejo sheriff con mucho olfato, el cerco se estrecha alrededor de la casa en la que están Annie y Paul. Los detalles y el final de este relato obsesivo y aterrador quedan para los lectores que se dejen capturar por el relato.

El relato presenta varias historias que se entremezclan. La principal es la narración de los hechos en la casa de Annie pero hay saltos a partes de la serie Misery y algunos otros por lo general cortos que no he llegado en mi lectura a determinar con exactitud. La lectura es fluida y salvo las desconexiones a pensamientos del pasado o historias de la antigua y la nueva Misery, que a mí me han sobrado, engancha al lector en un atmósfera terrorífica y asfixiante sonde las atrocidades se van sucediendo una a otra con los cambios permanente de humor de Annie, una enfermera retirada y corpulenta que se las sabe todas y que cuenta en su haber con hechos para poner los pelos de punta a cualquiera. Al final el ritmo es trepidante hasta la culminación

Hace años vi la película, sin haber leído el libro y la he vuelto a ver otra vez tras finalizar la lectura del mismo. Con las inexactitudes que generalmente separan los guiones de las obras literarias y a mi juicio con un cierto toque de suavidad en algunos momentos, se reproduce con bastante fidelidad la atmósfera opresiva de la situación, poniendo al espectador en la piel de sufrido escritor y generando toda clase de inquinas contra Annie, representada por la actriz Kathy Bates en un papel memorable, aunque James Caan no le queda a la zaga en su actuación como Paul Sheldon.

"Tu...tu, maldito desgraciado cómo pudiste matar a Misery. Misery no puede morir... yo no quiero a su maldito espíritu la quiero a ella. Pensé que eras diferente Paul pero ya veo que no. Por cierto, no te ilusiones con que vengan a buscarte, nunca llame a tu familia. Y no pienses en matarme, porque si yo muero...tu también "

jueves, 2 de mayo de 2013

LA LIBERTAD SEGÚN HANNAH ARENDT, de Maite Larrauri/Max

La libertad según Hannah Arendt
Autora: Maite Larrauri
Ilustrador: Max
Páginas: 103
14,50 euros.


Hace poco descubrí en la Biblioteca Pública de El Escorial la colección de Tándem Ediciones, “Filosofía para profanos”, una colección dedicada al ámbito del pensamiento que tiene como objetivo “facilitar el acceso a la filosofía de algunos autores, no explicando sus vidas o resumiendo sus teorías, sino ofreciendo, para cada uno de ellos, una llave con la que puedan ser leídos”. En las estanterías tenían dos libros de esta colección: “La amistad según Epicuro” y “La libertad según Hannah Arendt”. Me decidí por el segundo.

            La autora, Maite Larrauri, empieza este libro contándonos la extrañeza que le causó encontrar en un artículo sobre la vida de Hannah Arendt (1906-1975)  escrito por su amiga Mary McCarthy (1912-1989) un halago a la belleza de sus piernas. Recordé entonces “Friedrich Nietzsche en sus obras” de Lou Andreas Salomé y busqué en sus primeras páginas: “Incomparablemente hermosas y de noble formación, hasta atraer de manera involuntaria hacia ellas la mirada, eran las manos de Nietzsche, de las que él mismo creía  que revelaban su espíritu”. Unas piernas, unas manos. Una buena manera de introducirnos en la obra de dos pensadores, Hannah Arendt en el artículo de Mary McCarthy, Friedrich Nietzsche en el libro de Lou Andreas Salomé, a través de sus cuerpos; una buena manera de no olvidar que la filosofía no nace de seres etéreos que hablan de ideas gaseosas. Quizá por ese motivo no le gustaba a Hannah Arendt que la denominasen filósofa: “ya que Arendt no se identifica con los filósofos que <<adoptan el color de los muertos>>, esto es, que entienden que deben liberarse del cuerpo y situarse al margen de la humanidad común y corriente”.

            Maite Larrauri luego se sumerge –nos sumerge- en el pensamiento de Arendt haciéndolo latir, dándole vida gracias a su exposición, a los párrafos elegidos de la obra de Hannah Arendt, y a los estupendos dibujos de Max.

            ¿En qué consiste “pensar”? ¿Por qué es peligroso hacerlo? ¿y no hacerlo, qué consecuencias tendría? ¿Cuándo coinciden el pensar y el actuar? ¿qué entendemos por libertad? Nos iremos a la plaza pública ateniense, nos encontraremos con Sócrates –¡ese tábano, ese pez torpedo, esa comadrona!- y nos veremos sometidos, como se veían sometidos los que se encontraban con él, a un sinfín de preguntas.

            p.23: “Pensar es una actividad más parecida a la que realizaba Penélope, que tejía durante el día y destejía durante la noche. Pero, a pesar de la ausencia de conclusiones definitivas, pensar nos impide ser crédulos y obedientes, no nos dejaremos tan pronto convencer por lo que todos dicen o por lo que dicten las modas o por los discursos oficiales. Nos habremos vuelto más atentos hacia lo particular, nos habremos alejado de las creencias comunes.
            Eso no significa que Arendt esté de acuerdo con el repetido dicho de que “pensar nos hace libres”: sólo pensar no nos hace libres, porque la libertad se muestra en la acción, en la intervención en el mundo para hacer aparecer algo que previamente no existía. Pensar es un ejercicio en soledad y, en cambio, ser libre es actuar, lo que requiere la participación de otros seres humanos.”

            “La libertad según Hannah Arendt”, como en los objetivos señalados al principio de esta colección es nada más –ni nada menos –que una llave para abrir la obra de Arendt, porque seguramente despertará a muchos lectores el deseo de leerla.

            En junio se estrenará la película “Hannah Arendt” de Margarethe von Trotta. Se centra en la época que Arendt estuvo como reportera en la revista The New Yorker en el proceso contra el teniente coronel de las SS Adolf Eichmann y que dio lugar a su libro “Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal.”
           
            Patricia L.D.
           

Otros libros de la colección "Filosofía para profanos":
- El deseo según Gilles Deleuze.
- La sexualidad según Michel Foucalut.
- La guerra según Simone Weil.
- La felicidad según Spinoza.
- La potencia según Nietzsche.
- La amistad según Epicuro.
- El ejercicio según Marco Aurelio.
- La educación según John Dewey.