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martes, 2 de diciembre de 2014

Crimen y castigo, Fiódor Dostoyevski


Fiódor Dostoyevski fue un novelista ruso nacido en Moscú en 1821 y que es considerado como uno de los grandes escritores de ese país junto con León Tolstoi. Obligado por su padre a hacer la carrera militar, no quiso seguir sus dictados y se dedicó a la literatura, publicando su primera novela, «Pobres Gentes» en 1846. Tuvo problemas por sus escritos con el zar Nicolás I. y en 1849 estuvo a punto de ser fusilado, pero en el último momento se le conmutó la pena por otra de exilio, acabando en Siberia realizando trabajos forzados. Cuando regresó a San Petersburgo, Dostoyevski retomó su carrera literaria aunque fue malviviendo hasta quedar ahogado en un mar de deudas que le obligaron a dejar su país en los momentos en que estaba escribiendo esta novela. Su última novela, «Los hermanos Karamazov» vio la luz poco antes de su muerte, acaecida en 1881.

Rodion Romanovitch Raskolnikof es un estudiante que malvive gracias a los envíos de dinero que recibe de su madre Pulqueria y su hermana Duna. En sus visitas a una usurera para conseguir dinero a base de empeños de las pocas cosas de valor que posee, algunas recuerdos familiares, concibe un plan para matarla y hacerse con todo su dinero y objetos de valor con la pretensión de encauzar su vida de una forma definitiva. Planeado con muchos flecos abiertos, el crimen tiene lugar con dos víctimas y Rodion consigue escapar del lugar del crimen con algunas dificultades pero sin ser visto y esconde su botín bajo una piedra sin hacer en ningún momento uso de él. Pero los remordimientos le persiguen y sobrevuelan todas sus relaciones e incluso sus sueños, haciendo su comportamiento en ocasiones sospechoso incluso para la policía. Su madre y su hermana se trasladan a Petersburgo, ciudad donde tiene lugar el desarrollo de la acción, pues su hermana va a casarse con un funcionario que no es del agrado de Raskilnikof que al final consigue desbaratar el matrimonio. Diferentes acciones con diferentes personajes se van sucediendo en las que el protagonista interviene unas veces con acierto y otras no tanto, pero de forma bastante ilógica y atolondrada. Los remordimientos le persiguen y al final se sincera con Sonia, una muchacha cuya madrastra y hermanos había socorrido tras el atropello del padre por un carruaje cuando estaba borracho. Las paredes oyen y el personaje de Svidrigáilov, clave en el desarrollo de los hechos, aviva los remordimientos más que el acoso de la policía, haciendo a nuestro personaje central el confesar su crimen a la policía, siendo condenado a la cárcel en un lugar apartado, Siberia, al que le sigue Sonia para esperar a su lado ocho años hasta que cumpla su condena.

Novela realista de las que imperan en la época y de la que seguramente se habrá dicho de todo y por todos. Un clásico de la literatura universal, de considerable tamaño con sus doscientos ocho mil vocablos y setecientas noventa y una páginas en la edición que hemos manejado, superior en un veinte por ciento, por ejemplo a otro clásico de la época, esta vez francés, como «Rojo y Negro», pero cuya lectura resulta ágil y llevadera, si bien hay momentos en que puede resultar algo espesa y aburrida probablemente debido a historias y personajes secundarios que te sacan un poco de la trama, como ya hiciera Cervantes en su Quijote doscientos cincuenta y un años antes. Probablemente ello se deba a que su publicación original consistió en doce entregas periódicas que luego se refundieron el libro que conocemos.

Llama la atención el continuo uso por parte del autor de los nombres completos, largos como ellos solos, de los personajes entremezclados con sus diminutivos «rusificados». Los perfiles psicológicos están muy bien conseguidos y me han parecido de quitarse el sombrero los diálogos entre el juez, Porfiri Petrovich, y el protagonista en los que realidad y sugerencias llenas de intención se entremezclan de forma magistral. El personaje central se debate en todo momento en una gran confusión, consecuencia de la auto valoración de su acción, unas veces como buena por haber quitado de en medio a una usurera y otras como mala por ser un asesinato en toda regla. Aunque los escenarios de la hermosa ciudad de San Petersburgo en la que se desarrolla la acción no son descritos ni siquiera someramente, la vida del pueblo ruso de la época si queda perfectamente reflejada. Las emociones, positivas en menor medida y negativas en mayor, son reflejadas de continuo en las acciones y conversaciones, sacando a la luz los sentimientos y emociones en un torbellino magistralmente plasmado por el autor.

En el Club de Lectura en el que se ha debatido sobre este libro, aparte de cuestiones similares a las tratadas, dos asistentes han sacado a colación el sempiterno problema de las traducciones —traductor=traidor. Javier ha ido más allá y ha entablado conversaciones con una profesora de ruso de la escuela oficial de idiomas, constatando la dificultad de traducir el ruso, y más el de esa época, al castellano, por lo que muchas traducciones se han realizado a partir de la versión alemana. Ha aportado un párrafo intrascendente recopilado en cinco versiones: no se parecían en nada uno a otro y se percibían los hechos de forma completamente diferente.



1 comentario:

  1. Una novela que tengo en el cajón de pendientes desde hace muchos años. Respecto al ruso, la jerga que hablaban en La Naranja Mecánica era una adaptación de palabras reales en ruso al idioma inglés así que me imagino el esfuerzo que supuso su traducción al español y que sonaran decentemente y también sobre traducciones, revisando recientemente dos versiones de Moby Dick, qué fácil es encontrar parráfos completamente distintos e incluso con significados opuestos (me ha pasado en alguna novela de ciencia ficción, que en una version iba y en otra venía). Es lo que tiene no leer en el idioma original en que fue escrito un libro.

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