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sábado, 12 de febrero de 2022

Diario de un cronista apestado, de Eduardo Juárez Valero

Eduardo Juárez Valero nació en el Real Sitio de San Ildefonso, La Granja, en 1968, donde reside. Doctorado en Geografía e Historia, es profesor en la Universidad Carlos III de Madrid donde imparte temas humanísticos —historia, paleografía, diplomática medieval, biblioteconomía y documentación…—, pero también da clases en otros ámbitos como la UNED, el Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado, la Universidad Antonio de Nebrija, GEO Segovia, Instituto Nacional de Seguridad e incluso por internet (MOOC’s sobre caligrafía y paleografía en la plataforma eDX ). Colabora en numerosos medios —embelesando a los oyentes con sus historias de la Historia— como Radio Nacional de España, RTVE o Televisión de Castilla y León con sus «Historietasde Segovia» y también publicando numerosos artículos científicos o de divulgación en diarios como El Adelantado de Segovia, El Día de Segovia o revistas como AdiósCultural, Mundo Medieval o National Geographic. En 2012 fue nombrado cronista oficial del Real Sitio de San Ildefonso y en esa función deleita semanalmente los domingos a sus vecinos y seguidores con historias locales en «El Adelantado deSegovia» que busca rascando vivencias personales o revolviendo papeles en todos los archivos en los que le permiten husmear. En el tiempo que le resta después de estas frenéticas actividades escribe libros: lleva publicados una quincena, algunos de ellos reseñados en este blog y que pueden localizarse utilizando el buscador. Este que comentamos hoy, «Diario de un cronista apestado» es el último que ha visto la luz hace unos días en febrero de 2022, publicado y disponible en papel en la editorial HGEditores. 

Aunque, si la cosa no mejora, el fallecimiento es una opción…. ¿Desde cuándo palmarla es una opción? Yo no pienso morirme…

En los primeros momentos de los confinamientos por la pandemia de la COVID-19 en marzo de 2020, cuando no se sabía prácticamente nada de la enfermedad, el autor ingresó gravemente afectado en el Hospital de Segovia. Este libro es el testimonio de los días pasados allí, debatiéndose entre la vida y la muerte, contado como un cronista acostumbrado a juntar letras sabe hacerlo. «Un canto a la vida retorcida por la peste. Un canto a la felicidad de estar vivo y a la obligación de contar lo vivido». Pensamientos y reflexiones sobre lo divino y lo humano que pasaron por la cabeza del autor durante su particular encarcelamiento hospitalario tratando de seguir adelante y salir de allí como fuera.

Veo que José Luis (su vecino de cama) … Con una sonrisa forzada por el sudor frío me mira fijamente. No puedo más. Toca el botón rojo. La puerta se abre a los cinco minutos. Está sentado sobre la ropa de cama. Mantiene esa sonrisa impostada que nada bueno presagia. Estoy seguro. Este se caga encima. Espero que sea algo sinfónico y no cuadrafónico. Vamos, que no salpique y eso.

El libro es un testimonio directo de la estancia en un hospital en los primeros días de la pandemia, cuando se desconocía todo sobre la enfermedad y cómo tratarla, cuando los medios materiales eran escasos o inexistentes —una UCI en la cafetería del Hospital— y los medios humanos estaban desbordados y desatendidos haciendo lo que podían hasta el agotamiento de sus fuerzas, cayendo enfermos y muriendo incluso ellos también: «Hola Eduardo. Soy Elena. Hoy te voy a cuidar yo». Con una prosa cautivadora, intercalando pasajes de música o historia, con un gracejo especial en alguno de los pasajes —no dejen de asomarse a los «esfuerzos» de su compañero de cama José Luis— Eduardo Juárez se ve cerca de la muerte y nos transmite sus pensamientos en aquellos días eternos en los que pasó por las situaciones materiales y mentales más inverosímiles hasta que consiguió salir de allí y volvió a poder contemplar los castaños frente a la ventana de su casa en su Paraíso (La Granja de San Ildefonso). Un relato muy interesante para comprender desde dentro por lo que pasaron los enfermos de COVID-19 en aquellos terribles primeros momentos y que muchos de ellos no han podido contarlo como sus compañeros profesores en la Universidad Carlos III de Madrid Antonio Rodríguez de las Heras (fallecido por COVID en junio de 2020) o José María Calleja (fallecido por COVID en abril de 2020).

De estar medio tumbado pasé a vivir boca abajo. Decúbito prono, me dijo el neumólogo. Pronando, decían las enfermeras. Hecho una mierda, digo yo. Ahora, con el casco-mascarilla para respirar que me han puesto solo puedo estar boca arriba y, como la cama no es articulada, pues eso. Decúbito supino, ha dicho el neumólogo. Boca arriba, dice la enfermera. La madre que me parió, digo yo.
O en casa. Sentado en el sillón que hay frente a la ventana del salón. Viendo a cientos de personas salir del Jardín del Rey un día de San Fernando, con el sol a medio caer y los castaños en flor inundando con su tenue fragancia una tarde soleada de mayo en el Real Sitio. Con Pilar a mi lado. Sin hablar. Cerrar los ojos y que el chocolate y café mezclados con la flor del castaño y su amor me lleven a la felicidad eterna que nunca habrá de terminar.

 

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