Felipe Benítez Reyes, escritor español nacido en Cádiz en
1960. Empezó muy joven a escribir, 1978, y desde entonces se ha prodigado con
éxito en novela, poesía, relato y ensayo. Influenciado por los poetas de la
generación del 27 (Lorca, Aleixandre, etc.) y reconocido deudor de la obra de Gil
de Biedma, su indiscutible dominio de la lengua le ha granjeado numerosos
premios literarios, siendo traducida su obra a varios idiomas. Colaborador habitual en revistas y medios de comunicación, fue galardonado en 2007 con el
Premio Nadal por la novela que hoy comentamos, Mercado de Espejismos. Estamos, sin duda, ante uno de los autores
más influyentes del panorama literario español aunque posiblemente poco
conocido por el público en general.Más información en su blog personal accesible desde este enlace.
Para tía Corina, el Casino Novelty significa más o menos lo mismo que significan para mí los Billares Heredia.
Como hiciera su padre, Jacob, con la ayuda de la tía Corina, ha dedicado su
vida personal y profesional al trasiego —no siempre legal— de obras del
mundillo del arte, originales o falsificadas. Cuando ya parece que todo va a
terminar y disfrutarán de un retiro digamos merecido, un encargo, imprevisto y
envenenado, de un compadre mexicano de poco fiar les pone de nuevo en el
candelero: el robo de las presuntas reliquias de los Reyes Magos en la catedral
de Colonia. Pasarán por rocambolescas situaciones por medio mundo en contacto
con personajes conocidos o no que les meterán en una espiral que parece no
terminar nunca.
El primo Walter era un huésped sonoro, un huésped omnipresente, un vendaval de huésped... el piso parecía, no sé, la cueva de un arruinado, con cuatro muebles del montón, con las paredes vacías, aunque atestadas de alcayatas que ya sólo soportaban el peso del aire…
Obra leída (completa) en un Club de Lectura en el que participo, mas tengo mis dudas de que hubiera llegado al final si no hubiera sido este el caso. Tengo que reconocer que me alegro de haber concluído la lectura. Los lectores que se asomen a este libro no quedarán indiferentes ante él: o lo denigrarán a muerte o lo ensalzaran sin medida. Tras unas primeras andanadas iniciales muy prometedoras, tuve que abstraerme de seguir la trama y dedicarme a disfrutar carpe diem de cada situación, de cada relato, de cada personaje, sin intentar ir más allá. El título no puede ser más adecuado, porque todo es un espejismo: hilarante, sutil, demoledor, esotérico… inasumible. Pero si se dedica uno a disfrutar con los personajes, con las frases, con el vocabulario, con los ejemplos y giros sin buscar tres piés al gato, el resultado será una fascinación incontrolable tras tantas situaciones tan inesperadas como envolventes protagonizadas por personajes de lo más estrambótico. Al libro hay que buscarle sus resplandores, que los tiene y muchos, escondidos en un relato truculento, parodia de muchas situaciones actuales, personales y sociales. No me atrevería a recomendar su lectura sin advertir de todo esto, porque —como dijo Pilar en la reunión del club— el socavón que te encuentras tras los momentos iniciales te puede llevar a desistir de continuar.
Y la noche en que te lleves un orinal al dormitorio será el principio
del fin: todas las teorías pomposas y milenarias en torno a la esencia del
tiempo acabarán teniendo la forma de ese recipiente.
Los amantes del lenguaje disfrutarán enormemente con la cantidad ingente de palabras novedosas e incluso inexistentes. Destaco un par de ellas que me han llamado la atención, entre otras muchas: Trujimán/trujamán, persona que aconseja o media en el modo de ejecutar algo, especialmente compras, ventas o cambios y Chichirimoche, que no está en el diccioonario y que alude a un fantaseador que se pasa la vida trazando planes grandiosos y que nunca realiza nada de lo pensado o bien a un inconsciente informal que cada día muda de parecer y no está por cumplir la palabra dada. Se puede enncontrar en una frase hecha: «A la noche, chichirimoche y a la mañana chichirinada».
… en cambio, se ve que los adultos, cuando se emparejan, procuran saber lo indispensable del otro y saberlo lo más tarde posible, tal vez porque nos asalta la sospecha de que cuanto más sepamos, peor.
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