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domingo, 27 de mayo de 2012

Entrenadores de voluntades o Cuando por un borrego se juzga la manada, Consuelo Sanz de Bremond

Segunda parte de la trilogía “CREADORES DEL PENSAMIENTO” y que al igual que el resto no está publicada todavía. Nuevamente como ya hice en el comentario a la primera parte en esta ENTRADA del blog, agradecer a la autora, Consuelo Sanz de Bremond la deferencia en permitirme acceder a su contenido y plasmar mis impresiones en este blog. Y es que comentar esta novela no publicada tiene el riesgo de estar hablando de algo que cuando vea la luz quizá sea muy diferente a lo leído, porque ya se sabe que cerrar un texto es cuestión de darle vueltas y vueltas hasta que un día entra en la imprenta. Y aún eso hoy en día no es cierto con la existencia de los libros electrónicos pues se pueden estar creando versiones actualizadas en todo momento.

Luis Lozano ha vuelto a su residencia en la sierra de Madrid y a sus quehaceres habituales una vez dejado atrás el verano en su caserón de Alcocebre. Dada su condición de periodista y escritor, sus guerras con el director de su diario y su agente literario están servidas. Sigue con las relaciones cordiales con su librero de viejo y no tan cordiales con la jovencita que restaura sus libros, que consigue sacarle de quicio las más de las veces. En el terreno sentimental ha dejado a su Natalia y mantiene escarceos pero de forma más constante y continuada con Nora, secretaria de Olga Cogorro, su agente literario en la editorial. En el terreno del hogar sigue siendo un desastre pero Eugenia mantiene el orden y el concierto, al igual que ya pasara con Vicenta en el caserón. Entran personajes nuevos en el relato, como Marcos el setero o Luisa la encuadernadora, entre otros. Un poco de misterio en forma de anónimos sigue a nuestro protagonista a lo largo de la novela, desazonándole lo justo y con un final inesperado que lógicamente no se puede desvelar, dejándolo todo preparado para la tercera parte de esta serie. La anecdótica carta final del padre es esta vez desde Viena y no resiste la comparación con la excelente pieza del primer libro desde Venecia.

La novela mantiene la misma frescura en el relato que la primera parte, creando situaciones sencillas y cercanas muy bien enlazadas en su solución de continuidad y que la autora resuelve con un lenguaje dinámico que hace al lector vivirlas casi en directo. Los hechos se suceden con rapidez y sin complicaciones permitiendo al lector imbricarse con los personajes hasta el punto de casi sentir sus emociones. Los diálogos son precisos, sin abusar de monosílabos y frases cortas y las descripciones, en menor cantidad que en la primera parte, vuelven a ser una delicia por su concreción. Aún a riesgo de ser reprendido por la autora al tratarse de una novela no publicada, me permito transcribir aquí una de ellas, dada su brevedad, no siendo la que más me ha llamado la atención

Se acuclilló a unos escasos milímetros de la chimenea y colocó un grueso tronco de encina sobre los morillos tan negros que cualquiera hubiera dudado que alguna vez fueron dorados. Rascó una cerilla y ayudándose con unas piñas prendió el tronco. Las llamas lamieron la corteza. Durante unos segundos contempló el baile caprichoso del fuego hasta que estuvo seguro de que la combustión seguiría su avance implacable. Le fascinaba. En las noches invernales perdía unos minutos de su tiempo en tirarse sobre el sofá para escuchar el suave crepitar de las llamas y abstraerse con los colores anaranjados, rojizos y ambarinos. Según la vivacidad del fuego su placidez podía acabar entre sonoros ronquidos.

La sensación en la lectura ha sido que esta segunda parte era más corta que la primera, pero al disponer de la versión electrónica he podido comprobar que es un no despreciable 29,21% mayor en número de palabras. Hay un momento concreto, capítulo XIII, en el que el relato se hace espeso, embarullado, difícil de seguir, en claro contraste con el resto de la novela, pero que a buen seguro será remodelado en la edición final dejando este comentario sin sentido.

Si bien la atmósfera de la novela no llega a los espléndidos escenarios del viejo caserón familiar de Alcocebre, nos deja en un compás de espera para el remate con la tercera parte de la trilogía que lleva el sugerente título de “Eyaculadores de palabras o Cuando un perro no quiere pulgas”. Mientras estos libros ven la luz y están disponibles al público en general, podemos disfrutar de los escritos de Consuelo sobre temas de lo más variado en su cuidado blog OPUSINCERTUM. La entrada sobre calzas y bragas no tiene desperdicio.

4 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    1. Me ha parecido muy conveniente la inclusión de un párrafo para vislumbrar la categoría y el estilo de la autora y, la verdad, no me ha decepcionado. Todo lo contrario, me ha parecido una escritura sugerente, un estilo elaborado y elegante, muy interesante. No soy muy dado a trilogías ni secuelas pero me han entrado ganas de leerla. Esa novela tiene que publicarla, sería una lástima olvidarla, arrumbarla para convertirla en las esquirlas de un buen sueño. Anima a la escritora y convencela para que dé el gran paso. Que pases un buen día.

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    2. La autora tiene todavía sus más que razonables dudas acerca de publicar la historia en un solo libro o en tres en formato trilogía. De hecho tiene recomendaciones en los dos sentidos de las personas que hemos leído el libro.
      La primera parte del libro, o el primer libro de la trilogía crea un poso en el lector con la atmósfera que rodea al caserón de Alcocebre. La segunda parte se aprovecha de esa atmósfera al colocar a los mismos personajes en su vida diaria. Esperemos a la tercera parte.

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  2. Otra vez, muchas gracias Angel. Y tienes razón, la atmósfera creada en Alcocebre no se puede superar porque va en mis "genes". Por cierto, tienes que saber que esa deficiencia en el capítulo que has indicado como espeso "creo" que ya la he subsanado. Gracias también por ello.
    Javier gracias por tu opinión. ¡Y ojalá pudiera publicarlas! En eso estamos, luchando contra los elementos...
    Consuelo

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