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lunes, 25 de agosto de 2014

El Lute. Camina o revienta, Eleuterio Sánchez Rodríguez

Eleuterio Sánchez es un personaje que se hizo tristemente famoso en las décadas de los sesenta y setenta por sus fugas y por traer de cabeza a la Guardia Civil en multitud de ocasiones. Con el sobrenombre de «El lute» fue conocido ampliamente en los medios. Fruto de la llamada «España profunda», su vida fue muy dura desde su venida al mundo, sufriendo continuamente carestías continuas en lo básico, alimentación y vivienda. Hoy en día es una persona completamente rehabilitada tras cumplir sus deudas con la justicia y haberse convertido en una persona formada e integrada. Estudió la carrera de derecho en la cárcel y es autor de varios libros.

La narración es muy detallada y comprende desde su nacimiento hasta su captura tras la segunda fuga. Su vida cambió radicalmente al producirse una muerte en el atraco a una joyería en Madrid, si bien no fue él el autor material de la misma, sino uno de sus compinches. Desde sus primeros robos de gallinas para comer, sus familiares y amigos, sus pasos y fugas en las cárceles quedan perfectamente reflejados en sus líneas.

La historia, que sirve de recuerdo para algunos entrados en años, se devora con fruición, aunque por momentos puede resultar repetitiva en la descripción de los pensamientos que anidan en la mente del protagonista de forma reiterativa. Los pormenores de su vida son amplios y sorprende su grado de detalle al ser una obra escrita recurriendo a la memoria cuando han transcurrido muchos años, pues el autor no supo ni leer ni escribir hasta muy avanzada edad. El mundillo de los «quinquis» está muy bien reflejado con mucha información de sus códigos de honor, sus relaciones y sus lazos familiares. Una lectura entretenida e histórica.
Es terrible la soledad completa. Es una prueba espantosa. El peor castigo, tal vez, que se le puede dar a un hombre cuando en el silencio lo que se propone el verdugo es la destrucción del hombre. La reclusión prolongada le enferma, le vuelve loco. Pierde contacto con los demás y el sentido de la realidad. El aislamiento le deja hecho una piltrafa humana, amén de las privaciones físicas que suelen acompañar tal tratamiento: el frío, estar mal de pie, mal sentado, mal tumbado. Es desesperante. Pasa un día, dos, veinte y quedan aún diez, ciento veinte; al cabo de un tiempo se olvida de todo, le parece que ha nacido en esta celda y que morirá en ella.

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