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miércoles, 13 de mayo de 2020

Ordesa, de Manuel Vilas

Manuel Vilas nació en Barbastro, Huesca en 1962. Cursó estudios de filología hispánica y trabajó durante años como profesor de instituto dando clases de literatura a adolescentes de formación profesional. Desde los años 90 del siglo pasado se dedica a la literatura con colaboración en medios y publicaciones de poesía, cuentos, narrativa y novela. Ha obtenido varios premios literarios, y sus obras han sido traducidas a diversos idiomas. En el pasado año 2019 fue finalista del Premio Planeta con su libro «Alegría». El que comentamos hoy, «Ordesa», uno de sus libros más conocidos, fue publicado en 2018.
Me puse a escribir, solo escribiendo podía dar salida a tantos mensajes oscuros que venían de los cuerpos humanos, de las calles, de las ciudades, de la política, de los medios de comunicación, de lo que somos.
A la muerte de su madre, en 2014 y recién divorciado, el autor se enfrenta en esta auto biografía descarnada e intensa a sus realidades del pasado con reflexiones sobre el mismo, su familia actual y especialmente sobre sus padres que ya no están presentes. Los recuerdos generan sentimientos que van quedando plasmados en el libro sin una solución de continuidad, a medida que van siendo rescatados y reelaborados, mostrando facetas actuales, pero también pasadas donde algunas personas y algunos objetos ya desaparecidos esenciales en la vida son traídos al presente y reelaborados de nuevo.
Mi madre se murió sin saber que se moría. No sabe que está muerta. Solo lo sé yo.
Debo confesar que hace un tiempo intenté la lectura del libro «Alegría» de este mismo autor sin llegar a culminarlo. Los comienzos de «Ordesa» pudieran resultar desalentadores al lector que a medida que avanza en la lectura se encuentra desorientado ante un relato sin solución de continuidad que parecen ocurrencias surgidas a bote pronto que no responden a un andamiaje preestablecido. Si avanzamos y especialmente si el lector es de edad aproximada a la del autor, iremos reconociendo como propias muchas de las situaciones referidas de la vida en España en los años sesenta o setenta —muy similar y con pocos cambios—. El autor se confiesa en episodios auto biográficos que recuerda y reelabora dejando al lector multitud de frases para pensar, tantas que podría caer en un subrayado casi continuo. Por momentos narrativa, por momentos novela o ensayo o poesía o lírica o música… de todo hay aquí. La vida y la muerte y sus recuerdos son utilizados para darse un auto homenaje familiar que siempre ensalza el recuerdo incluso desde la crítica a formas de hacer o comportarse que deben ser vistas en función de la época en que tuvieron lugar. Viene a cuento la frase con que saludan a los visitantes algunos cementerios, en Asturias, por ejemplo: «Lo que sois fuimos nosotros. Y lo que somos, seréis… cuando menos lo penséis».
El terror es ver el fuselaje del mundo.
Hemos tratado este libro en un Club de Lectura que ha dado para muchas opiniones y muchas reflexiones. En una redacción abstracta, por momentos barroca, subyace un don especial de escritor y de comunicador, con mucha cultura y mucha lectura en su bagaje. Una auto terapia personal que puede servir al lector para confeccionarse la suya a medida que se asoma a los momentos rescatados por el autor. También un repaso a la historia de la España de aquellos años 60 y 70, principalmente la pobre —una sociedad de las pretensiones como bien apuntó Mercedes— en busca de un destino mejor en sus vidas que empezó a vislumbrarse realmente en los 80. El autor se abre en canal y se asoma sin miedo a la intemperie del pasado para revisar emociones pasadas a la luz de su trayectoria de vida.
No esperes a mañana, porque el mañana es de los muertos.
Una vez alcanzado el final y encajadas todas las piezas del puzle, me atrevo a pensar que quizá sea uno de esos libros que hay que dejar sedimentar y volver a leer en un tiempo para centrarse más en las sensaciones propias que se van evocando a medida que se avanza en la lectura. Y, si, hay que leerlo, y hasta el final. Por lo menos una vez. Y también para quién no lo haya hecho, visitar al menos una vez el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido en el Pirineo oscense. 


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