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sábado, 13 de octubre de 2012

La nieta del señor Linh, Philippe Claudel

Un desgarrador grito de amistad, entre dos
personas, deseosas de relacionarse, venciendo barreras
idiomáticas, políticas, étnicas, cronológicas, culturales...
Un libro de aprendizaje hacía la empatía y la humanidad
Puntuación 4/5
Un anciano embarca en un buque de refugiados huyendo de la guerra y de la muerte de su país, asiático a deducir por los nombres de los personajes. Su escueto equipaje son: una bolsa con arena de la modesta y agraria aldea que abandonan, una fotografía antigua de su mujer y una niña, su única nieta, Sang Diu, recién nacida y huérfana de padre y de madre.-
Abuelo y nieta únicos supervivientes familiares de la guerra.
Tras una larga travesía marítima atrancan en un país de acogida, cuyo nombre esconde el autor, aunque puede ser Francia. Junto a ellos viajan otras familias refugiadas y huidas de las consecuencias de la guerra.
Son acogidas en una habitación, en donde es objeto de atención, en cumplimiento de las normas étnicas en su condición de anciano, pero a la vez ridiculizado e incomprendido por sus propios compatriotas exiliados. La convivencia se vicia por las bromas de los niños hacia la niña y los desprecios de los varones hacia el anciano. La protección de la nieta, su manutención se convierte en su objetivo vital prioritario. Decide salir del cuarto de acogida, ansioso por abandonar, aunque sólo sea unos instantes, el insano ámbito, donde familias comparten el exilio y la precaria situación de una tierra donde protegerse hospitalaria pero, en definitiva, extraña.
Anciano y nieta deambulan por una ciudad que desconocen, plagada de individuos transitando acelerados y ausentes entre si, expresando conductas para el anciano asiático extrañas. No se conocen, ni se saludan en un recorrido donde todos son desconocidos entre si.
Aturdido por la experiencia, tan distinto del ámbito de su pequeña aldea, donde todos son rostros familiares y en donde se saludan continuamente, entra en un parque público y descansa en un banco, para alimentar a la niña, envuelta en capas de ropa para paliar el frío. Sorpresivamente, un individuo, se sienta a su lado en el mismo banco e intenta entablar conversación con él. El personaje, una persona de mediana edad, cuyo nombre es Bark, obeso, fumador y solitario, se esfuerza por comunicarse con el anciano, inquiriendo sobre la niña. El idioma es un obstáculo que suplen con mímica y empatia. Ambos parecen interesarse por el otro pero el anciano desconfía y parece torpe y reticente a entablar contacto. Bark, denota tristeza tras la pérdida de su mujer, única compañera ante al ausencia de hijos en el matrimonio. Le cuenta al señor Linh y a su nieta, la tristeza de su soledad tras esa pérdida, su recuerdos de matrimonio. Entre ambos, compartiendo el mismo banco de parque, en distintos días, trazan una amistad sin diálogos, repleta de gestos, mímica, regalos, predisposición y mutuo cariño, todo desde la carencia de un idioma común. Ambos personas se sienten amparados en presencia del otro desconocido. Sienten la calidez de la comprensión mutuo, de una recíproca empatia.
Por un inesperado traslado del anciano y de la niña, desde la habitación a un asilo de acogida, ambas personas pierden el contacto. Linh no conoce, el nombre de su extraño amigo, ni el idioma, ni la forma de volver a contactar con él. Pero si sufre su separación, que teme irreversible. Es el único individuo en el que confía, el único que ha demostrado humanidad hacia él. Percibe la dependencia afectiva de sus extrañas pero emotivas reuniones, sus paseos por la ciudad, los cafés compartidos entre mímica y cariño, el festín con el que fueron viejo y nieta agasajados, y sobre todo, un gesto, un vestido regalado a la niña. Algo más que un trozo de tela, el símbolo de la amistad, del cariño y de la esperanza.
Contar más va en perjuicio del alma del relato.
Os invito a que os acerquéis a él. Después de su lectura quizás os sintais más esperanzados y humanos.
Esta breve novela, tiene algo de los relatos esenciales. Un mensaje, encriptado pero perceptible. Para rellenar el vacío de la soledad, del aislamiento, el remedio más eficaz es la comunicación, la predisposición existencial de transmitir y compartir sentimientos a otro ser.
Ni el idioma, ni la edad, ni la raza, ni las circunstancias son impedimentos para la amistad entre la gente.
Un viejo asustado, desvalido, extranjero en precarias condiciones en un país de acogida, puede ser mejor compañía que toda una ciudad de  convecinos desconocidos ensimismados en sus solitarias vidas. La novela despliega escasos personajes, una única trama, la lucha por la supervivencia y el ansia de compañía, el anhelo inconsciente de amistad. Un relato se sumo interés, que tras el exiguo y sencillo argumento, urde un profundo y metafísico dilema humano.
Tras su lectura, surgen interrogantes sobre la insolidaridad, la frialdad y carencia de afectividad de las sociedades urbanas occidentales, sobre los refugiados políticos, sobre la valentía y dolor del abandono de los países de exilio. Pero, sobre todo, es un canto a la amistad, sobre dos personas que vencen obstáculos idiomáticos, de edad, culturales, conyunturales, con el único fin de relacionarse, de sentirse juntos, auspiciados, comprendidos, acompañados.
Este autor, que se prodiga poco, cuando lo hace, asaeta conciencias y tambalea convencionalismos, literarios, derribando, con un breve texto, las pueriles tendencias del mercado y sonrojando a editores y lectores.
Me quito metaforicamente el sombrero ante este escritor....



1 comentario:

  1. Yo también me quito el sombrero, aunque de momento sólo haya leído "Almas grises".
    Patricia

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