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jueves, 8 de agosto de 2013

DIARIO DE 1926, de Robert Walser.

La uÑa RoTa, Segovia. Mayo 2013. 80 páginas. 12 euros. 



Y después de pasar unos días con Robert Walser en el bolsillo, quería escribir una breve miscadigresión sobre esta lectura, Diario de 1926,  antes de irme a tierras cántabras. 

Me gusta Robert Walser porque me recuerda a mi abuelo. Como a mi abuelo, a Robert Walser le gustaba mucho pasear, y siempre que lo leo me entran unas ganas inmensas de salir por la puerta, o levantarme del banco en el que estoy sentada y darle a los pies, como hacía mi abuelo y como hacía Walser, que le sobrevino la muerte también paseando. Menciono aquí, en este mismo párrafo, que Robert Walser tiene un librito titulado El paseo, y en Diario de 1926 el narrador da unos cuantos: Hoy he dado un agradable paseíto, breve, mínimo y sin alejarme demasiado, he entrado en una tienda de comestibles y he visto en su interior a una agradable muchachita, de estatura igualmente mínima y porte y actitud visiblemente modestos. p.7

            Según avanzaba en la lectura de este relato breve de extensión razonable p.30, me preguntaba si habrá algún libro que hable sobre el arte de pasear. Busqué en Google pero no encontré nada, o no lo que quería. Páginas que nos hablasen de personas y personajes paseantes. Se me ocurrió que podría hacer un collage con esos personajes y personas paseantes. Quizá lo haga. Y mientras no encontraba nada, ni hacía el collage, volvía a las páginas de Diaro de 1926, y a cada frase las mismas ganas de siempre de emprender la aventura del paseo: Encontrar una habitación, esto es, la búsqueda de un espacio, un atelier de creación, que al mismo tiempo sea un lugar indicado para contener el sueño, ha sido para mí desde siempre, ruego encarecidamente que se tenga en cuenta, una forma inmejorable de salir a dar un paseo y darle al cuerpo una alegría al aire libre. p.29

            Como muchos paseos en los que nuestra atención se posa en una cosa para al ratito posarse en otra, así Walser pasa de un tema a otro, como si nada, como si fuera lo más natural del mundo, y está bien que así sea; y vamos descubriendo que esos paseos son el inicio de otros: “y ya veré qué rumbo toma ese paseo hacia los dominios de mi experiencia vital, experiencia que me observa con aire problemático, con la mirada misteriosa de lo que aún no está resuelto, y a la que observo a mi vez con aire parecido. pp.44-45

            Es el segundo libro que leo de la editorial La uÑa RoTa (del otro ya hablé por aquí: En la pausa, de Diego Meret). El primero me llamó la atención por su portada, por su brevedad, por su llamar la atención tan silencioso;  y el segundo por su portada, por su brevedad, por su llamar la atención –en esta ocasión-tan amarilla y con sombrero. Y por su autor, claro. Adoro a Walser. Quizá por los paseos. Quizá porque su lectura me lleva  a pasear. Quizá porque como dijo Hermann Hesse si los poetas como Walser se contaran entre los espíritus que gobiernan, no habría guerras. Si tuviera cien mil lectores, el mundo sería mejor. Sea como fuere, el mundo está justificado por haber gente como  Walser. Quizá porque me recuerda y me acuerdo mucho de mi abuelo. 

Robert Walser
Patricia L.D. 
De la nota de prensa de la editorial:

Sobre el autor
Robert Walser nació en Biel (Suiza) en 1878 y murió durante uno de sus incontables paseos no muy lejos del hospital psiquiátrico de Herisau, al este de Suiza, el día de Navidad de 1956. Es, sin duda, uno de los más importantes escritores en lengua alemana del siglo XX. Autodidacta, errante, finísimo estilista de la lengua alemana y provisto de una mirada capaz de destripar la realidad con la más suave ironía.
Encomiado por Musil, Bernhard y Walter Benjamin, apreciado por Kafka, Canetti, Thomas Bernhard, Coetzee o Peter Handke, entre otros, el prestigio de Walser –«un prestigio moderado y sombrío, que es el único que podría convenirle», como señala Luigi Amara– se debe tanto a sus primeras y aparentes novelas, Los hermanos Tanner, y Jacob von Gunten o El ayudante como a sus prosas breves, entre las que destacan el primer libro, Los cuadernos de Fritz Kocher, que dio a la imprenta en 1904, y las famosas nouvelles El paseo, o Vida de poeta, La rosa, así como los microgramas Escrito a lápiz, publicados en España por Siruela.

Sobre el traductor
Juan de Sola (Barcelona, 1975) es traductor y editor. Ha traducido, entre otros, a Joseph Roth, Hofmannsthal, Richter, Brecht, Lowry, Beckett y Gabriel Josipovici. En la actualidad prepara la edición de la Correspondencia entre Goethe y Schiller. Fue premiado por el Gobierno de Suiza en reconocimiento por sus traducciones de Robert Walser, entre las que destaca El bandido, La habitación del poeta y Microgramas I. Ha impartido clases de Teorías de la lectura y Crítica literaria en la UOC. Para La uÑa RoTa ha traducido El hundimiento, de Nossack. Su web: http://juandesola.com/wp/

Sobre el ilustrador de la cubierta:
Eduardo Jiwnani (http://www.laluzroja.com/), autor de la portada de libro, vive y trabaja en Madrid como diseñador gráfico. En 2004 creó la editorial La Luz Roja para dar salida a pequeñas tiradas de poemarios y catálogos de artista. Para La uÑa Rota ilustró la cubierta de Obra inacabada, de Bertolt Brecht (traducida por Miguel Sáenz).

2 comentarios:

  1. Había olvidado cuanto disfruto con tus reseñas. Gracias por escribir y compartirlas. Me he sentido liviano y ensimismado paeando entre las líneas de tu escrito y me has trasmitido la profunda sencillez de algunas liturgias. El paseo sin destino, el silencio, pequeños milagros desapercibidos. Sin querer, me llegó la cadencia de sus pasos y de tus viajes en tren con tu abuelo, y sin haber estado allí presente, los he presenciado en la distancia y disfrutado con su conjuro.
    Una y mil veces.....Gracias por este paseo.
    .

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  2. Gracias a ti, Javier. Eso es, pequeños milagros desapercibidos...
    Recuerdo que en el último viaje que hice a Santander también nos escribimos por aquí. En aquella ocasión la reseña era tuya. Se echan de menos. Un abrazo,
    Patricia

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