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domingo, 24 de diciembre de 2017

La pólvora y el incienso. La Iglesia y la Guerra Civil Española (1936-1939), de Hilari Raguer


Hilari Raguer Suñer nació en Madrid en 1928 pero al año su familia retornó a Barcelona. Se licenció en Derecho por la Universidad de Barcelona. Participó en numerosos movimientos y con motivo de su participación en la huelga de tranvías en 1951 llegó a estar siete meses preso en el castillo de Monjuitch. En 1954 ingresó en el monasterio benedictino de Montserrat cambiando Ernest, su nombre de bautismo, por Hilari. Continuó sus estudios en La Soborna parisina y es un especialista contrastado en asuntos relativos a la historia de Cataluña y la Iglesia y la Guerra Civil Española. Ha publicado numerosos artículos sobre este tema en revistas especializadas españolas y extranjeras así como numerosos libros religiosos, históricos y biográficos, entre los que podemos citar «El general Batet. Franco contra Batet: crónica de una venganza», «La espada y la cruz (la Iglesia 1936-1939)», «Divendres de Passió», «Vida i mort de Manuel Carrasco i Formiguera», «Salvador Rial, Vicari del cardenal de la pau», «Memoria de la Segunda República. Mito y realidad», «En el combate por la Historia» o «Los mitos del 18 de Julio». En 2014 la Generalitat de Cataluña le concedió la Cruz de Sant Jordi.

SINOPSIS

Mucho se ha hablado del componente religioso en los prolegómenos y desarrollo de la Guerra Civil española. Si bien fueron quemadas iglesias por acciones populares no controladas por las autoridades de la República, ningún religioso murió. La Iglesia como tal no participó en la sublevación pero se unió a ella con fuerza en sus comienzos. En las propias palabras del autor, «Tras el alzamiento, la iglesia es implicada, se deja implicar y se afana en ello». Este libro desmenuzada hasta casi un nivel molecular todos los hechos y los protagonistas nacionales e internacionales durante aquella época, basado en numerosa documentación compendiada y analizada por al autor, quién, a pesar de su condición de religioso, pone los puntos sobre las íes en los hechos acaecidos. El término «cruzada», usado profusamente por la jerarquía católica española es negado con rotundidad a lo largo de las páginas del libro, como también fue evitado por el propio Vaticano que se posicionó siempre en sus labores como dirigidas a TODOS los españoles. Según reza en la contraportada, «este libro, fruto de cuarenta años de investigación en numerosos archivos y fondos documentales, aporta una cantidad ingente de datos, muchos de ellos desconocidos hasta ahora; éstos permitirán al lector formarse una idea adecuada de cómo un golpe militar sin finalidades religiosas se convirtió en una guerra de religión, con su vertiente más combativa de persecución y cruzada. »

COMENTARIO

Se trata de un libro muy recomendable para aquellas personas, supongo que una minoría, interesadas en los luctuosos acontecimientos que tuvieron lugar en España tras la sublevación del ejército en 1936. Por hechos y documentación que están saliendo a luz, el planteamiento de una Guerra con mayúscula estaba en la mente de los alzados desde antes del suceso y devino en tres años de horror para los españoles, unos y otros, que continuaron con otros cuarenta más. Como dice mi reverenciado profesor experto en el tema, don Ángel Bahamonde, en la contienda hubo empate técnico en horror y muertes entre el gobierno legítimo y los sublevados —no se les puede llamar bandos— pero en la prórroga los vencedores «ganaron» por goleada. Un libro realmente esclarecedor de muchos hechos contados a mi modo de ver con absoluta imparcialidad por un historiador con mayúscula que se ha acercado con honestidad y objetividad a un tema muy delicado, dejando a un lado, insisto en ello, su condición de religioso. Manejando numerosas fuentes y testimonios personales, el autor plasma la esencia de la relación Iglesia-Guerra Civil. El lector puede caer en la cuenta, tras la lectura de este libro, de que muchas cosas quedaron oscuras y todavía hoy en día no se han aclarado ni parece que se tenga intención de ello. Si no aprendemos cosas de la historia, e incluso aprendiéndolas, volveremos a caer en ellas. La bibliografía referenciada al final de libro es extensa, abrumadora, con numerosas referencias que harán las delicias de los interesados en el tema, un tema en absoluto cerrado, de complejidad extrema y del que seguirán saliendo cosas a la luz.

ALGUNAS FRASES ENTRESACADAS

Farsa el sufragio, farsa el gobierno, farsa el parlamento, farsa la libertad, farsa la Patria había escrito a principios de siglo Joaquín Costa.

Triste suerte la del obispo Múgica: durante la república lo expulsó un ministro católico, y durante la cruzada volvió a expulsarlo un general masón (Cabanellas).

Es preciso dejar claro que no fueron los sublevados quienes solicitaron la adhesión de la Iglesia, sino que fue está las que muy pronto se les entregó en cuerpo y alma. Fue una grata sorpresa para los generales sublevados, y la cuerda religiosa se convirtió muy pronto en la más vibrante en la lira de la propaganda nacional.
La piadosa legislación del nuevo régimen. Esta confesionalización del alzamiento por fuerza tenía que traducirse —sobre todo cuando se ve claramente que la guerra va para largo— en una legislación que reemplazara a las tan criticadas disposiciones de la República contrarias a la Iglesia.

La Iglesia no se alza o hace estallar la Guerra Civil. Se produce un alzamiento y, prontamente, de hecho, la Iglesia es implicada y se implica en este acontecimiento que acaba convirtiéndose en Guerra Civil. La implicación se hace mayor y mayor en el transcurso d la Guerra, de manera que el producto social y político que de ella sale no es en absoluto pensable sin la activa implicación de la Iglesia en aquella.

En la batalla propagandística internacional, de la que en definitiva dependía la batalla militar, la prensa vaticana jugaba un papel especialmente importante, dado el carácter religioso en ujn bando, y antirreligioso en el otro, que el conflicto había tomado.

En la zona rebelde, la vida podía depender del testimonio que un párroco diera a propósito de la práctica religiosa de un acusado. Consta que en numerosas localidades fue decisivo, para fusilar a alguien, que el cura párroco declarara que antes de la guerra no iba a misa. Aunque no fuera tan grave, también para la depuración de los maestros era crucial el testimonio de los párrocos.

La respuesta del Papa no hizo suya la palabra cruzada con la que Yanguas se había llenado la boca, sino que, tal y como había hecho en el discurso de Castelgandolfo, se proclamó repetidamente Padre de todos, por encima de los dos bandos contendientes…pero en el breve espacio de un párrafo dijo cinco veces que era el Padre de «todos» los españoles, añadiendo que rezaba por «toda» España.

Lo peor del caso es que la Iglesia española se sumó de lleno a este clima anti pacifista. Cabría esperar de ella que, de acuerdo con su elevada misión, hubiera ejercido en aquel terrible trance un papel pacificador, pero no puede decirse que así fuera…. La Iglesia española no encendió el fuego de la Guerra, pero caldeó el ambiente antes de que estallara y le echó mucha leña después.

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