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sábado, 22 de junio de 2019

Lluvia fina, de Luis Landero

Luis Landero nació en Alburquerque, Badajoz, en 1948, en el seno de una familia campesina extremeña, que emigró a Madrid a finales de la década de los cincuenta. A los quince años escribía poemas al mismo tiempo que trabajaba como mecánico en un taller de coches y chico de recados en una tienda de ultramarinos Se licenció en filología hispánica por la Universidad Complutense, ha enseñado literatura en la Escuela de Arte Dramático de Madrid y fue profesor invitado en la Universidad de Yale (Estados Unidos). Se dio a conocer en 1989 con la publicación de «Juegos de la edad tardía» reseñada en este blog en este enlace. La siguieron Caballeros de fortuna (1994), El mágico aprendiz (1998), El guitarrista (2002), Hoy, Júpiter (2007, XV Premio Arzobispo Juan de San Clemente), Retrato de un hombre inmaduro (2010), Absolución (2012), La vida negociable (2012) y la que comentamos hoy, Lluvia fina, publicada recientemente en este mismo año de 2019. Traducido a varias lenguas, Landero es ya uno los nombres esenciales de la narrativa española. Ha escrito además el emotivo ensayo literario Entre líneas: el cuento o la vida (2000), y ha agrupado sus piezas cortas en ¿Cómo le corto el pelo, caballero? (2004). Cuenta con varios premios, entre ellos el Nacional de Literatura en 1990. 

Hoy es jueves. Hace seis días que a Gabriel se le ocurrió organizarle una fiesta a mamá. Una fiesta donde todos pudieran perdonar y expiar sus faltas y errores y donde las ofensas y equívocos del pasado quedaran redimidos al fin.

Ha pasado mucho tiempo sin reunirse todos y con pocos contactos entre ellos cuando Gabriel decide llamar a sus dos hermanas con el propósito de reunirse todos para celebrar el 80 cumpleaños de la madre. Todos guardan historias de rencores inconfesados en sus corazones que se han ido enquistando con el paso de los años. Los preparativos de esta reunión desatan una serie de conversaciones entre los tres hermanos, —Sonia, Andrea y Gabriel— y sus parejas o ex parejas, que propician un vuelco emocional que conmociona sus relaciones con profundas historias escondidas, algunas de ellas contrapuestas. Aurora, la mujer de Gabriel, acaba siendo el eje de las conversaciones, aunque ella también tiene mucho que contar de la relación con su marido. Las palabras van surgiendo como un goteo con el que iremos conociendo las vidas de los integrantes de esta familia y con ellas la historia familiar, desde la infancia de los hijos hasta la actualidad. Tal y como temía Aurora, las antiguas querellas van reapareciendo como una lluvia fina que va llenando poco a poco el vaso de lo comprensible y amenaza con el desbordamiento final.

En tu familia hay que tener muchísimo cuidado con las palabras. En tu familia las palabras nunca son inocentes.

Me he sentido un poco perdido en los prolegómenos del libro tardando un rato en conectar con la historia, pero en la reunión del club de lectura en el la que lo hemos comentado me han dado una clave: tras acabar el libro hay que leer de nuevo el principio para cerrar el círculo, cosa que haré en cuanto publique esta reseña. El relato es la vida misma, una versión de las típicas de cuñados en las cenas de Navidad, que el autor relata con su prosa mágica, nada engolada, con las palabras justas para meter al lector en este apasionante carrusel de historias que desmadejan un pasado familiar que ha enconado unas relaciones prácticamente inexistentes y basadas, primordialmente, en el rencor por las situaciones vividas. Muchos lectores se verán identificados o conocerán situaciones reales perfectamente verosímiles. Lo que compacta el relato es el cuidado andamiaje preparado por el autor para ir construyendo a medida que avanza el relato unos personajes demoledores, algunos de ellos, como Horacio, plagados de miserias, aunque no todos le ven igual. Realismo actual, puro, crudo y duro, muy bien contado, con un lenguaje exquisito sin alharacas ni palabras de más, cuyas 272 páginas o poco más de 63.000 vocablos se leen casi de una sentada.

…hasta que Sonia decidió que ya no quería saber nada del amor, y clausuró para siempre su vida sentimental. La vida era un asco, el amor era un asco, la familia era un asco, los viajes eran también un asco, todo era un asco. Y aun así seguía llamando a Aurora para reafirmarse en sus convicciones y para hurgar en el pasado cada vez con más saña, porque el yermo en que se había convertido su vida tenía…


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