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miércoles, 15 de diciembre de 2021

El hijo perdido, de Marghanita Laski


Marghanita Laski, escritora inglesa, aunque de origen judío, nacida en Manchester en 1915. Estudió Literatura Inglesa en Oxford, donde conoció al futuro editor John Howard, con quien se casó y tuvo dos hijos. Figura muy conocida en su época, trabajó como periodista en medios culturales y escribió ensayos, biografías literarias y relatos, así como varias novelas. «El hijo perdido» fue publicada originalmente en 1949. Hay una publicación —no es esta que comentamos— de 1954 con título similar, «El niño perdido» cuya traducción al parecer no es muy acertada. Falleció en 1988.

Hilary Wainwright, un soldado inglés, disfruta de su soledad y sus nulas obligaciones tras acabar la Segunda Guerra Mundial. Buscando a un hijo suyo que ya cuenta cinco años y que nunca conoció, regresa a una Francia devastada y empobrecida. Arriba a un pueblo de nombre A. a 80 kilómetros de París donde es probable que se encuentre su hijo en un orfanato de la localidad. No cuenta más que con pistas muy vagas y el propio niño no puede ser de ayuda pues su madre —Lisa, mujer de Hilary—murió siendo él muy pequeño. Se alojará en el pueblo y visitará al niño regularmente realizando actividades con él como ir a ver los trenes, la feria o el circo, pero sin alcanzar la certeza de si es o no su propio hijo. Actividades personales se cruzarán en su camino hasta que tiene que tomar una decisión.

La luna ya había salido y brillaba por encima de las casas grises. Hilary anduvo sin rumbo, callejeando arriba y abajo, sin apenas reparar en lo que veía, intentando simplemente que pasara el tiempo…

Me costado mucho la lectura de los primeros momentos del libro: si no hubiera sido uno propuesto por uno de los clubs de lectura en los que participo, con toda probabilidad lo habría abandonado. Creo que la introducción no hace honor al resto del libro que se va desvelando como muy atractivo a partir del momento en el que protagonista llega al pueblo de A. y se instala en el Hotel D’Anglaterre. Aunque es un libro realmente corto, contiene un sinfín de situaciones y personajes hábilmente engarzados por la autora. El protagonista ha renunciado a tener emociones y solo quiere una vida sin sobresaltos, pero su honor y el cumplir con un deber autoimpuesto le llevan a establecer contacto con ese niño, su hijo o no, y tendrá que recuperar muchas emociones en su relación consigo mismo, con sus principios y con los habitantes del pueblo, una zona devastada, al que la autora encuentra sus encantos. Algunos personajes secundarios como la madre superiora del orfanato o Madame Mercatel en lo positivo o Nelly y la regente del hotel en lo negativo están maravillosamente dibujados en sus cortas aunque acertadas intervenciones. Un relato exquisito, conmovedor, ejemplarizante… para disfrutar, una vez superados esos momentos iniciales.

La madre superiora se encontraba en su pequeño despacho abarrotado de cosas, escribiendo bajo la débil luz de una bombilla desnuda.

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