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domingo, 27 de septiembre de 2020

El infinito en un junco, de Irene Vallejo

Irene Vallejo Moreu, escritora española nacida en Zaragoza en 1959, es doctora Filología Clásica por las universidades de Zaragoza y Florencia. Investigadora vocacional de los autores y el mundo clásico, colabora con medios escritos como el Heraldo de Aragón; podemos encontrar recopilatorios de los artículos publicados en «El pasado que te espera» y «Alguien habló de nosotros». Entre sus novelas tenemos «La luz sepultada» y «El silbido del arquero», habiendo cultivado asimismo literatura infantil y juvenil. El libro que comentamos hoy, «El infinito en un junco» fue publicado en 2019 y, como su subtitulo apostilla, recrea la invención de los libros en el mundo antiguo. Obtuvo varios premios entre ellos el Premio el Ojo Crítico de Narrativa 2019.

…un sabio anónimo, asiduo de tabernas hasta el amanecer, amigo de los navegantes forasteros en un lugar bañado por el mar, que se atrevió a forjar las palabras del futuro dando forma a todas nuestras letras. Y nosotros seguimos escribiendo, en esencia, de la misma manera que imaginó el creador de este instrumento prodigioso.

Desde que se inventara la escritura hace ya unos seis mil años, la humanidad ha buscado un medio en el que plasmar para la posteridad las palabras habladas. Se han utilizado muchos tipos de soporte —arcilla, papiro, piedra, metal, pergamino, papel…— en lo que ha devenido en el concepto libro, un «fascinante artefacto» que asienta las palabras y las permite viajar en el tiempo y en el espacio. Una recreación de los devenires de los libros en el mundo antiguo, de sus avatares y de cómo han llegado hasta nuestros días conservados en bibliotecas, monasterios o casas particulares. También de sus sufrimientos, persecuciones, destrozos por el fuego y los animales. Grandes escritores y filósofos de la antigüedad engarzados en sus historias y con acertadas comparativas con el mundo actual, en el que los ceros y unos y su representación en pantallas permite su difusión instantánea a lo largo y ancho del mundo. Pero para llegar a esto, una sucesión cuasi infinita de personas ha intervenido a lo largo de la historia en fijar la palabra, conservarla y transmitirla: un invento de esos que llevan siglos entre nosotros con muy pocas variaciones en su concepto base: juntar palabras para lanzar un mensaje.

Además, desarrollar un espíritu crítico es más sencillo para quien tiene un libro entre las manos —y puede interrumpir la lectura, releer y pararse a pensar—

Cualquier letraherido, y sin llegar a tanto, cualquier lector disfrutará enormemente con este ensayo, deseando que no se termine nunca. El concepto «libro» tiene una historia y aquí está contada de forma profusa por una autora que destila entusiasmo y plasma sus vastos conocimientos sobre el particular de una forma amena y atractiva. Una glosa a este «invento» que lleva cerca de cuatro mil años entre nosotros, que nos brinda compañía, que nos transmite conocimientos y que estimula nuestra imaginación para viajar a lugares recónditos. Un fiel compañero que nos acompañan siempre y a los que podemos, y debemos, recurrir en nuestras vidas… por nuestro propio bien. Como digo, cualquier lector se deleitará página a página con estas historias y, encantado ante la magia que destilan sus páginas, se sumará en silencio a este homenaje bien merecido. De paso, se llevará de propina una buena retahíla de autores y libros referenciados en las propias páginas que se convertirá en abrumadora si se asoma a la bibliografía final. Solo pensar en las facilidades que como lectores tenemos hoy en día en comparación con nuestros antepasados da vértigo: desde un teléfono móvil podemos comprar un libro y empezarlo a leer con solo disponer de una conexión a internet. Me viene a la memoria una frase del escritor mexicano Jorge Volpi aplicable al libro de hoy en día: «La posibilidad de que cualquier persona pueda leer cualquier libro en cualquier momento y lugar resulta tan vertiginosa que aún no aquilatamos su verdadero significado cultural».

En épocas tiránicas, las librerías suelen ser lugares de acceso a lo prohibido y, por tanto, despiertan sospechas. En épocas de fobia al influjo extranjero, son puertos en tierra firme, pasos fronterizos difíciles de vigilar. Las palabras forasteras, las palabras repudiadas o incómodas encuentran allí su escondrijo. Mi madre todavía guarda el recuerdo intacto de las trastiendas de ciertas librerías durante la dictadura, el ritual de entrada, el miedo y la alegría rebelde e infantil de ser admitida en el escondite, y, por fin, tocar la mercancía peligrosa: libros exiliados, ensayos revoltosos, novelas rusas, literatura experimental, títulos que los censores habían calificado como obscenos. Comprabas un libro y además la necesidad de ocultarlo siempre; comprabas sigilo y peligro; pagabas por ser bautizado como proscrito.



martes, 22 de septiembre de 2020

La vida simple, Sylvain Tesson

La vida simple, de Sylvain Tesson.
Alfaguara, 2013
Traducción: César Aira.
240 páginas
Tapa blanda: 18,50
Versión Kindle: 9,49
 
 

Sylvain Tesson (París, 1972), escritor y viajero, decidió  realizar un viaje  que a diferencia de los anteriores le obligase a quedarse largo tiempo en un mismo lugar. Para ello eligió una cabaña al norte de la reserva natural de Baikal-Lena, en el sur de Siberia. Duración: Seis meses. Cada mes da lugar a un capítulo: Febrero-el bosque. Marzo-el tiempo. Abril-el lago. Mayo-los animales. Junio-los llantos. Julio-la paz. Seis meses en los que irá anotando en el diario su experiencia allí. Como sabía ya antes de marcharse que iba a pasar mucho tiempo en la cabaña y que habría momentos de vacío, se equipó de un buen surtido de textos, p.26: cuando uno desconfía de la pobreza de su vida interior, hay que llevar buenos libros: con ellos siempre se podrá llenar el vacío. La lectura de esos libros dará lugar a reflexiones que se mezclarán con lo que él vive en ese entorno. Aparte de su adorado Walt Whitman, y un sinfín de escritores,  están algunas guías naturalistas que le servirán para aprender los nombres de pájaros, plantas e insectos y así, al nombrarlos, de algún modo dar las gracias a todo lo que le acoge durante ese tiempo. Nombrar a cada ser que le recibe como muestra de  cortesía. En  este bosque aprenderá a disfrutar, gracias a la soledad y del tiempo del que dispone, del goce de las cosas. Lo que no sé si para descubrir esto es necesario marcharse a un lugar lejano y con ciertas condiciones un tanto extremas: como esas bajas temperaturas que sobrelleva con una estufa de hierro bien alimentada de leña, y el suplemento para el cuerpo de sorbos de té  y litros de  vodka. Eso sí, el escenario es más llamativo por diferente.

Su objetivo: Simplificar la vida. Sobriedad. Dejar todas las demandas de la ciudad aparcadas, olvidarse del resto del mundo y dedicarse a la contemplación y a las actividades esenciales como tener calor, comida y bebida. Sylvain Tesson ni es el primero ni será el último, sólo otra variación del personaje cansado de todo que decide retirarse, y demostrarse que es posible  vivir de otra manera. P.36: Leer, sacar agua, cortar leña, escribir y servirse té se vuelven liturgias. P.40: El lujo del ermitaño es la belleza. Su mirada, dondequiera que la pose, descubre un esplendor absoluto.

La figura que cree encarnar Sylvain es la del ermitaño,  que se mantiene aparte, en un amable rechazo. Se parece al convidado que, con un gesto suave, rechaza un plato. Si la sociedad desapareciera, el ermitaño proseguiría su vida de ermitaño. El ermitaño no se opone, se casa con un modo de vida. No denuncia una mentira, busca una verdad. Es físicamente inofensivo y se lo tolera como si perteneciera a un orden intermedio, una casta media entre el bárbaro y el civilizado, pp.126-127. A diferencia de un místico que trata de desaparecer, el ermitaño lo que quiere es reconciliarse con el mundo. Regresar a una vida más sencilla, sin el constante flujo de estímulos que tiene en la ciudad y que al ser absorbido por ellos  le impiden el goce de lo simple. P.40:  La cabaña es un laboratorio. Un alambique donde precipitar los deseos de libertad, de silencio y soledad. Un campo experimental donde inventarse una vida a marcha lenta. Los animales, el viento, el sol, las tormentas, las relaciones con unas pocas personas en las que no es obligatorio estar diciendo algo constantemente…

Sylvain Tesson, será un ermitaño por seis meses, apartado de la sociedad en la que vive, para luego volver a ella y publicar su experiencia, que consiste en contrastar lo que allí ha vivido con lo que se vive en la urbe. Un tiempo lento frente a un tiempo frenético. Un mundo que te exige contestar a todas sus llamadas y preguntas frente a otro en el que predomina el silencio sin apenas interlocutores. Un borrarse temporal para luego hacerse otra vez visible. ¿Contradicciones?: lo valiente sería mirar las cosas a la cara: mi vida, mi época y lo demás. La nostalgia, la melancolía, la ensoñación dan a las almas románticas la ilusión de una huida virtuosa. Pasan por medios estéticos de resistencia a la fealdad, pero no son más que la máscara de la cobardía. ¿Qué soy? Un cobarde, abrumado por el mundo, recluido en una cabaña en el fondo de los bosques. Un poltrón que se alcoholiza en silencio por no atreverse a asistir al espectáculo de su época ni visitar su conciencia caminando por la playa. P.153

Ya casi al final,  p.226: es bueno saber que en un bosque del mundo, allá lejos, hay una cabaña donde algo es posible, situada no muy lejos de la dicha de vivir, y recuerdo El libro de la almohada, de Sei Shonagon, un diario en el que esta escritora japonesa del siglo X iba anotando las pequeñas cosas de la vida, esas que suelen pasar desapercibidas hasta que  las encontramos atendidas por alguien que sí tuvo la delicadeza necesaria para apreciarlas, y a las que supo darle palabras. Pienso también en muchos gestos, en muchas personas con las que afortunadamente nos encontramos día tras día en las calles por las que transitamos: quiero creer que LO POSIBLE ESTÁ AHÍ. Que por mucho que nos apetezca en algunos momentos escapar, mejor que nuestra mirada no quede recluida en ninguna cabaña remota; que sepa encontrar esa dicha de vivir, aquí y ahora y entre todos. Por lo  menos seguir intentándolo.

Patricia L.D.

sábado, 19 de septiembre de 2020

Caminar, William Hazlitt y Robert Louis Stevenson


Nórdica Libros, 2018
Ilustraciones: Juan Palomino
Prólogo: Juan Marqués
Traducción: Enrique Maldonado Roldán
112 páginas
16,50 Euros
 

Caminar recoge dos textos de dos grandes caminantes: De las excursiones de a pie, de William Hazlitt (Maidstone, 1778-Londres, 1830) y Caminatas, de Robert Louis Stevenson (Edimburgo, 1850- Vailima Upolu, Samoa Occidental, 1894). Dos ensayitos de dos personas que elogian –sin ninguna grandilocuencia- el placer de caminar a solas, incluso en el caso de Hazlitt, de dejarnos también a nosotros mismos, durante ese tiempo, un poco olvidados. De ahí que si hay algún encuentro en nuestra salida, mejor que sea con un desconocido que con un amigo. Alguien que no sepa nada de nuestra vida ni nosotros de la suya, y de esta manera, dejarnos ser, sin más. Hazlitt, pp.49-50: No asocio nada a mi compañero de excursión, sino los objetos presentes y los acontecimientos del momento. En su ignorancia de mí y de mis asuntos, de algún modo hace que me olvide de mí mismo.  

En estas excursiones a pie todo lo que implica la ciudad se olvida. Como Stevenson olvida en su caminar el reloj, el paso de las horas, el tic tac dichoso, tan incorporado en nuestra rutina. Menciona al poeta Robert Burns (1759-1796) y cómo éste al pensar en los placeres pasados, recordaba especialmente aquellas horas en las que se hallaba <<pensando felizmente>>. Un pensar feliz que al parecer de Stevenson sería difícil de comprender por el hombre moderno constreñido a todo su alrededor por relojes y campanas, y perseguido, incluso por la noche, por encendidas esferas numeradas, p.97. Me he apuntado esa idea del pensar feliz porque atrapa muy bien el ánimo con el que una se encuentra cuando sale a caminar por el campo. Esos días en los que no hay relojes de por medio- ¡tengo prisa! ¡tengo prisa! – parecen estirarse, medidos como señala Stevenson, únicamente por el hambre y por el sueño. Y por cierto, que qué bien sabe todo lo que aparece en el plato después de una caminata, y qué gusto al tumbarse en la cama.

<<Pensar feliz>>. También aparece en Hazlitt, p. 48-49: estas horas son sagradas para el silencio y la meditación, para ser atesoradas en la memoria y alimentar en adelante la fuente de pensamientos felices.  <<Pensar feliz>>: tanto al caminar como al leer los dos textos que nos ocupan. Los libros que he leído sobre la melancolía están escritos todos bajo el embrujo de ésta; de la misma manera, al leer a Stevenson como a Hazlitt sobre el caminar, en estas páginas tan bien iluminadas por las ilustraciones de Juan Palomino, sentimos que están llenas de un pensar alegre, provocado por eso mismo de lo que hablan. Una alegría que seguramente traslucía en ese amigo de Stevenson que fue tomado por un lunático sólo porque brincaba al caminar como un niño. Sobre los beneficios del caminar también se han publicado algunos libros, pero si tienen la costumbre de echarse a la espalda la mochila y salir a caminar, lo sabrán sin más. Sentirse como un niño puede que tenga que ver con lo que dice Hazlitt, p.50: perder nuestra importuna, tormentosa e imperecedera identidad personal en los elementos de la naturaleza y convertirse en criatura del momento (…) Dejamos de ser esos trillados lugares comunes que parecemos ante el mundo.

Nadie mejor que el propio Stevenson para  animarles a leer el texto de Hazlitt, p.85: De las excursiones a pie, un texto de tanta calidad que tendrían que penar con un impuesto a todo aquel que no lo haya leído.

Lean y caminen, tendrán pensamientos felices como los de  Hazlitt y Stevenson.

Patricia L.D.

 

jueves, 3 de septiembre de 2020

Nocturno de Chile, de Roberto Bolaño

Libro correspondiente a la 32 edición del Club de Lectura de ALQS2D durante el segundo trimestre de 2020, que se publica con un cierto retraso, por el que pedimos disculpas.

Roberto Bolaño Ãvalos, escritor y poeta chileno nacido en Santiago de Chile en 1953, es el autor de más de una veintena de libros y ha conseguido algunos premios destacados como el Herralde en 1998, el Rómulo Gallegos en 1999 o el Félix Urabayen entre otros. Vivió su adolescencia en México por traslado de su familia donde se pasaba las horas encerrado en las bibliotecas. Trabajó en múltiples oficios ─lavaplatos, camarero, vigilante nocturno, basurero, descargador de barcos, vendimiador...--- hasta que pudo dedicarse por entero a la escritura, viajando por varios países de Europa hasta afincarse definitivamente en Blanes, Gerona. Afectado por un cáncer hepático, su muerte, ocurrida en Barcelona en 2003, aceleró su reconocimiento mundial, convirtiéndose en uno de los escritores más influyentes en lengua española. Su obra ha sido traducida a numerosos idiomas y póstumamente se publicó su novela más ambiciosa, «2666». Los críticos han llegado a compararle con escritores de la talla de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. «Nocturno de Chile», el libro que reseñamos hoy, fue publicado en el año 2000.

 Sebastián Urrutia Lacroix, sacerdote y crítico literario, miembro del Opus Dei y poeta mediocre, revisa en una sola noche de fiebre alta los momentos más importantes de su vida, convencido de que está a punto de morir, aunque a medida que la noche avanza su fiebre va remitiendo y el delirio se atenúa con la aparición de monstruos gélidos. Así, aparecen en la novela los señores Oido y Odeim, ambiguos encomenderos; Jünger y un pintor guatemalteco que se deja morir de inanición en el París de 1943; el general Pinochet, a quien Urrutia Lacroix da clases de marxismo; una gira por Europa en la que el cura aprende a matar palomas; su amistad con Farewell, el pope de la crítica literaria nacional, que se hunde en una vejez balbuceante perpleja; las fiestas de una mujer misteriosa en cuya casona de las afueras se reúne lo más granado de la literatura chilena al tiempo que en el sótano, no visitado por ninguno de los huéspedes, se suceden acciones parangonables a una película de terror, todo esto mientras en las calles de Santiago impera el toque de queda y una normalidad aparente. Una imprescindible y escalofriante novela en la que el talento del autor de Los detectives salvajes brilla en todo su esplendor. (Texto de la sinopsis oficial del libro)

Libro intenso, duro, difícil de leer si no se está muy centrado. Son solo 152 páginas, 39.000 vocablos, pero según reza en la propia introducción del libro, «es un texto construido como un bloque, un flujo continuo cuyo formato sólo se ve intervenido por el apartado de la frase final». Un libro con un ritmo intenso, una cascada de ideas que plantea situaciones que parecen inverosímiles, pero calan en el lector llevándole a continuas y profundas reflexiones. Con independencia de que guste o no, hay que reconocer al autor su dominio del lenguaje y la fluidez de su prosa en un párrafo continuo que incita a la lectura de un tirón, sin un punto y aparte en que hacer una pausa para tomar un respiro.