Antonio Muñoz Molina es un autor jaenés nacido en 1956 que realizó estudios de periodismo e historia del arte y que debutó con una recopilación de sus artículos periodísticos en 1984 con «El Robinsón». En 1986 lanza su primera novela. «Beatus ille» (reseña aquí) en la que emerge la ciudad imaginaria de Mágina, que luego utilizará en algunas de sus posteriores publicaciones, algunas de las cuales como «El invierno en Lisboa» en 1987 recibió el Premio de la Crítica así como el de Narrativa, que volvió a recibir en 1991 con «El jinete polaco». Muchas de sus obras se mueven en la historia de España y en la ciudad de Madrid. Es en la actualidad académico de número de la Real Academia Española en el sillón «u» y el pasado año de 2013 obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Tiene otros numerosos premios nacionales e internacionales y está casado con la también escritora Elvira Lindo, vive a caballo entre Madrid y Nueva York y ha sido director del instituto Cervantes. En este blog podemos encontrar aquí la reseña de otra de sus obras «Todo lo que era sólido» y aquí la de «Tus pasos en la escalera». También se ha reseñado una recopilación de los artículos publicados en el diario El País durante 2021 accesible en este enlace. Tiene una página web propia pero con la sensación de un poco abandonada: este libro no figura (todavía) en ella en estos momentos de febrero de 2022.
...el ejército había encontrado en las residencias de Madrid cadáveres de ancianos que llevaban muertos varios días en las camas, algunos en la misma habitación que seguía ocupando un paciente vivo...
El autor pasa el confinamiento decretado gubernamentalmente en marzo de 2020 por la COVID-19 en su piso de Madrid. Desde su balcón asiste a los acontecimientos que se van produciendo en su barrio y a los cambios en las costumbres de los ciudadanos. La calle, la ciudad y el cielo se ven de otra manera. Aunque salía limitadamente a pasear a su perrita, cuando ya se pudo salir a la calle la visión se amplía y calles y parques cobran otra dimensión. Aprovecha el autor para memorar partes de su infancia en su pueblo andaluz, sus relaciones familiares y su cultura del campo y la agricultura en la que en el que laboró de pequeño con su padre y sus tíos, que ahora han muerto o son ya muy mayores. Paralelamente comenta y analiza los comunicados y pautas decretadas por la autoridad (no se sabe si competente) y esboza el devenir al que podemos llegar conocido por todos como «nueva normalidad».
Ahora nos damos cuenta de todas las cosas que parecían necesarias y urgentes y de pronto carecen de importancia; y nos damos cuenta al mismo tiempo de cuáles son las que importan de verdad, y del poco caso que se les ha hecho, y de los procesos de degradación, abandono, incluso liquidación, a los que llevan años sometidas: la sanidad pública, la primera de todas.
Certero y embriagador, el relato es un canto al estado del
confinamiento —un hecho excepcional— y al paso del tiempo y los recuerdos extraídos
del mundo interior del autor y plasmados en reflexiones mientras contempla su
vida y lo que le rodea desde un nuevo contexto de relaciones sociales impuesto
por la pandemia, como por ejemplo los aplausos a los sanitarios desde los
balcones a las 20:00 o las caceroladas de su barrio a las 21:00. Creo entender
que hay un cierto pesimismo en las formas ciudadanas de comportarse y que no
aprenderemos nada con lo sucedido de cara lo venidero. El autor conducirá al
lector con una prosa embriagadora suscitando el afloramiento de emociones y
sentimientos en un abanico multicolor muy de agradecer para revisar las
concepciones propias de cara a la situación actual y venidera, cuando se
recupere la total «normalidad». Ver con los ojos de otro —en este caso un autor
contrastado— siempre aporta nuevos elementos de juicio que serán de gran ayuda
en nuestros planteamientos personales, porque la situación pandémica no ha
acabado completamente y seguimos teniendo que sobrellevarla, para lo que
nuestros recuerdos pueden ser de gran ayuda. Libro emotivo y de recomendada
lectura en estos tiempos de febrero de 2022. ¿Aprenderemos algo? ¿Volveremos al
mundo anterior sin cambio alguno?
Las mujeres lavaban con agua fría y las pilas de lavar estaban en los corrales, tapadas si acaso con un cobertizo. El jabón áspero que ellas mismas fabricaban con aceite usado y sosa cáustica les quemaba y les enrojecía las manos. El frío extremo llenaba de sabañones morados las manos, las puntas de las narices y las de las orejas. Las mujeres se arrastraban en invierno para recoger la aceituna y la dureza de la tierra les desollaba las rodillas y les hacía padrastros dolorosos a los lados de las uñas. Las manos de las mujeres estaban siempre hinchadas y rojas.