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domingo, 30 de noviembre de 2014

Juana la Beltraneja. La construcción de una ilegitimidad, de Óscar Villarroel González

Óscar Villarroel González es profesor del Departamento de Historia Medieval de la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en las relaciones de poder de la Monarquía castellana y la Iglesia en la Baja Edad Media, ha realizado diversos trabajos en este ámbito. Desde 1999 ha participado en diversos proyectos de investigación centrados en el poder bajomedieval. Esto le ha llevado a participar en coloquios internacionales sobre el Cisma, las relaciones con el pontificado, su reflejo fiscal... Por otra parte, en el ámbito del poder, es especialista en la política exterior y la diplomacia de la Monarquía castellana. Fruto de ambas líneas de trabajo fue su obra «El rey y el papa. Política y diplomacia en los albores del Renacimiento», publicada en esta misma editorial. Forma parte también de diversos grupos de investigación nacionales e internacionales, como el Grupo de Investigación Consolidado Sociedad, poder y cultura en la Corona de Castilla, siglos XIV al XV, o el European Scientific Network Coordination, Approche interdisciplinaire des logiques de pouvoir dans les sociétés ibériques médiévales (GDRE-AILP), o La paix. Concepts, pratiques et systémes politiques. (Texto tomado de la contraportada del libro).

El libro está centrado de forma específica en los aspectos relativos a la legitimidad o ilegitimidad de Juana de Castilla, hija del rey Enrique IV y Juana de Portugal, su segunda esposa, nacida en 1462 y que fue objeto de toda clase de conjuras políticas en su sucesión al trono, hasta que al final sus detractores, entre ellos la que fue luego reina Isabel I de Castilla, consiguieron sustraerla su derecho sucesorio y alejarla de su tierra para acabar su vida desterrada en Portugal y teóricamente encerrada en un monasterio. Cuestionada desde todos los frentes, se alegó la supuesta homosexualidad y/o impotencia de su padre, la no validez canónica del matrimonio de Enrique y Juana, la posibilidad de que fuera hija de Beltrán de la Cueva y no del rey así como otros asuntos tangenciales que, debida y convenientemente aireados por los cronistas de la época, dieron en deslegitimarla y retirarla de la sucesión en favor de Isabel, la reina «católica», que aunque era su madrina siempre la trató de forma lejana y despectiva con apelativos como «esa muchacha» o «la hija de la reina». Justo es decir que, aun siendo la principal interesada, no estuvo sola dado que las diversas familias de nobles de la época jugaron un importante papel en el asunto para alcanzar sus fines.

Me ha resultado muy interesante la perspectiva del libro en el sentido de centrarse en este aspecto concreto de la deconstrucción de la legitimidad, o construcción de la ilegitimidad, de la princesa Juana dejando a un lado, o tratando de forma tangencial, los aspectos puramente históricos y que ahora están muy de moda con los capítulos televisivos de la serie «Isabel», serie muy interesante que acaba en estos días y que a lo largo de tres años ha hecho las delicias de los espectadores en sus treinta y seis capítulos, al tiempo que ha dado una pátina de conocimiento de una parte importante de la historia de España. El autor ha realizado numerosas investigaciones personales sobre documentos de la época al tiempo que ha rescatado información de historiadores reputados para darnos una serie de claves que nos permitan formarnos una idea y tomar nuestra propia decisión sobre el asunto, que no está claro ni nunca lo estará, pues aunque se dispone de los restos del padre no ocurre lo mismo con los de la hija cuya sepultura en un monasterio lisboeta desapareció por un terremoto. Una abundante bibliografía queda reseñada al final del libro así como la reproducción de diecisiete documentos importantes seleccionados por el autor.

De recomendada lectura pero solo para aquellos que ya conozcan la parte histórica de este personaje que puede leerse en otros libros entre los que podemos citar «Juana de Castilla, mal llamada la Beltraneja», de Tarsicio de Azcona, «La Beltraneja. El pecado oculto de Isabel la Católica», de Almudena de Arteaga, «Yo, Juana la Beltraneja. La reina traicionada» de José Miguel Carrillo de Albornoz, «La reina de las tres muertes», de José Guadalajara o, permítaseme un poco a de auto-publicidad, «Tres mujeres vilipendiadas por la historia» de Nieves García Domingo y Ángel-Luis Domínguez. Además de los citados, el personaje de Juana la Beltraneja aparece con profusión en otros muchos libros o documentos sobre la época y la vida de sus padres, tíos o primos.


viernes, 28 de noviembre de 2014

Antonia - Nieves Concostrina

@NConcostrina Nieves Concostrina es una periodista especializada en necrología, autora de varios libros relacionados con su especialidad peridística, pero en esta ocasión nos sorprende con una novela, que interpreto, como oyente de sus programas radiofónicos y del nombre de la segunda hija de Antonia, basada en la vida de su madre, aunque la autora no nos da detalles al respecto.

La historia, ambientada en el Madrid de la guerra civil y el franquismo, comienza en 1930 con el nacimiento de Antonia, hija de Juana y Miguel, dos extraños personajes, pero que no desentonan entre los otros muchos que intervienen, la autora entra en el género de la novela histórica para describirnos hechos acaecidos en la época, dando verosimilitud a la narración, y contándonos la forma de vida de la época, no solo durante la guerra, sino en la postguerra, que quizás fuera aún un período tan duro como en pleno conflicto.

Las vivencias de Antonia son muy duras, con una madre extraña, que no quiere a su hija como una madre de verdad, un padre que no puede ser su padre, por el tratamiento que da a su hija, recibe sin embargo el cariño de tíos y primos, pero lo que no recibe es una educación adecuada, no aprende a leer y escribir, pero aprende a sobrevivir. La escasez reinante, el abandono de la madre, y el padre que se gasta todo lo que pilla en las tabernas y vuelve borracho a casa todos los días, provocan que Antonia tenga que trabajar desde niña para satisfacer las necesidades de la casa, y la vida le va enseñando pequeñas triquiñuelas para poder comer, aunque el hambre va a estar presente durante mucho tiempo.

Con la juventud llegará el amor y las ganas de independizarse de su maltratador padre, se casa con Goyo, y nace su hija Amelia, por la que lucha como una verdadera madre, añorando a la suya, que no ejerció de tal. Aventuras familiares la van a llevar a conocer a un alto cargo del régimen, que será quien ayude a la formación escolar de su hija Meli y les facilite la adquisición de una vivienda propia, y con mucho trabajo, un nivel de substencia digno.

En resumen, una novela con base histórica y biográfica, Antonia es una mujer valiente, luchadora, con agallas, que supo labrarse su vida con inteligencia natural y que ahora lucha por estar al día con su iPad, informarse de como va la bolsa y tratar de ganar algo vendiendo algunas acciones que le permitan hacerse una viajecito a las islas biendivas.

Novela muy recomendable, que espero de alas a Nieves Concostrina para que siga por este camino y nos siga haciendo disfrutar a los amantes de la lectura.


viernes, 7 de noviembre de 2014

Todo lo que era sólido, de Antonio Muñoz Molina

@amunozmolina Antonio Muñoz Molina es autor jaenés nacido en 1956 que realizó estudios de periodismo e historia del arte y que debutó con una recopilación de sus artículos periodísticos en 1984 con «El Robinsón». En 1986 lanza su primera novela. «Beatus ille» en la que emerge la ciudad imaginaria de Mágina, que luego utilizará en algunas de sus posteriores publicaciones, algunas de las cuales como «El invierno en Lisboa» en 1987 recibió el Premio de la Crítica así como el de Narrativa, que volvió a recibir en 1991 con «El jinete polaco». Muchas de sus obras se mueven en la historia de España y en la ciudad de Madrid. Es en la actualidad académico de número de la Real Academia Española en el sillón «u» y el pasado año de 2013 obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Tiene otros numerosos premios nacionales e internacionales y está casado con la también escritora Elvira Lindo, vive a caballo entre Madrid y Nueva York y ha sido director del instituto Cervantes.

En este ensayo aparecido en 2013, el autor desgrana episodios de su propia vida o hechos conocidos por él en la reciente historia de España para trasladarnos sus profundas reflexiones acerca de los sucesos en el sentido de aprender de ellos para explicar por qué nos encontramos ahora en la situación en la que nos encontramos en numerosos aspectos de la vida y la convivencia nacionales. Todo el que lo lea y no le deje un relativamente mal cuerpo debería revisar sus planteamientos acerca de su vida y su futuro. La residencia por grandes etapas de su vida en el extranjero confiere al autor una perspectiva de ver su patria desde fuera y desde los ojos de ciudadanos de otros países, norteamericanos por ejemplo, que han visto y percibido también el deterioro que hemos ido acumulando estos últimos años, en los que la dejadez, la corrupción, la mediocridad y otra serie de virtudes no precisamente positivas son la comidilla diaria.

Recomendado por un amigo, César, me arrepiento de no haberlo leído mucho antes. Un libro imprescindible si tenemos una mínima preocupación o nos interesa reflexionar acerca de todo lo que ha ocurrido en estos años en el mundo de la política, la economía o la iglesia españolas, entre otras. Se devora en un santiamén, con una prosa escogida, cercana y entendible, lejos de alharacas, en sus sesenta y siete mil vocablos alojados en sus doscientas sesenta y cinco páginas. Según reza en su propia contraportada… «Un ensayo directo y apasionado, una reflexión narrativa y testimonial, al más puro estilo de los ensayos de George Orwell o de Virginia Woolf. Una propuesta de acción concreta y entusiasta para avanzar desde el actual deterioro económico, político y social hacia la realidad que queremos construir. Partiendo tanto de documentos periodísticos como de la tradición literaria, Antonio Muñoz Molina escribe esgrimiendo razón y respeto, sin eludir verdades por amargas que estas sean, porque saber es el único camino para cambiar las cosas. 'Hace falta una serena rebelión cívica. Hay cosas inaplazables. Una invitación a un debate»

Me gusta en estas reseñas trasladar alagunas frases escogidas con la intención, sana, de incitar a su lectura, pero en esta ocasión son tantas y de tanto calado que habría que poner el libro completo. Me resisto a quitar las elegidas, que son muchas, aunque siempre está la posibilidad de no leerlas, cada cual es libre. Aquí están estas perlas, las negritas son mías.
Ahora el porvenir de dentro de unos días o semanas es una incógnita llena de amenazas y el pasado es un lujo que ya no podemos permitirnos.

Todo lo que era sólido se desvanece en el aire. Lo que recordamos es como si no hubiera existido. Lo que ahora nos parece retrospectivamente tan claro era invisible mientras sucedía.

Desde mediados de los años ochenta una palabra ha servido para designar metafóricamente ese prodigio: el pelotazo.

Éramos muy jóvenes y el tiempo pasaba entonces para nosotros mucho más despacio: ahora nos sorprende comprobar lo rápido que sucedió todo, los pocos años que bastaron para que muchos de aquellos aficionados se convirtieran en profesionales, se multiplicaran y enquistaran en una clase política, apoderándose de aquella misma administración a la que poco antes habían llegado como intrusos. Al mismo tiempo que la política se volvía una profesión de por vida y con frecuencia bastante lucrativa muchos de los que la habían ejercido en el tránsito de la clandestinidad a la democracia se alejaron de ella o fueron apartados contra su voluntad, o fueron sufriendo un acoso lento que los reducía a la irrelevancia.

…que no viva desde hace muchos años del dinero público. Algunos veteranos de los que tenían veintitantos años a finales de los setenta siguen ganando elecciones, o han llegado a la edad de jubilación presidiendo con aposturas patricias empresas públicas o privatizadas en las que cobran sueldos de plutócratas, cajas de ahorros a las que han llevado impávidamente a la ruina.

…han convertido en privilegio hereditario lo que empezó tan improvisadamente en los años primeros de la Transición, que no han respirado otro aire ni estudiado otra carrera que la del medro político.

Lo que sin que nadie lo advirtiera o lo denunciara empezó a suceder hacia mediados de los años ochenta es que al mismo tiempo que las instituciones públicas empezaban a disponer de mucho dinero desaparecían los controles efectivos de legalidad de las decisiones políticas.

Cambiaron las leyes no para hacerlas mejores sino para asegurarse de que podrían actuar al margen de ellas.

Es triste que en un país la idea de la fiesta incluya con tanta regularidad la ocupación vandálica de los espacios comunes, el ruido intolerable, las toneladas de basura, el maltrato a los animales, el desprecio agresivo por quienes no participan en el jolgorio: mucho más triste es que la autoridad democrática haya organizado y financiado esa barbarie, la haya vuelto respetable, incluso haya alentado la intolerancia hacia cualquier actitud crítica.

No tengo nada contra el nacionalismo, igual que no tengo nada contra la religión, o contra el creacionismo. Allá cada cual con sus creencias. Tan sólo prefiero que las leyes me protejan para que los partidarios de cada una de ellas no tengan la potestad de imponérmelas.

Poniendo o quitando anuncios de sus innumerables campañas un gobierno autónomo o un ayuntamiento han podido hundir o salvar un periódico local durante todos estos años. A medida que los cargos públicos se iban hinchando como sátrapas, cada uno a la escala de su zona de dominio, los informadores se encogían para adaptarse nerviosamente o ávidamente a su nueva tarea de cortesanos. La corrupción, la incompetencia, la destrucción especulativa de las ciudades y de los paisajes naturales, la multiplicación alucinante de obras públicas sin sentido, el tinglado de todo lo que parecía firme y próspero y ahora se hunde delante de nuestros ojos: para que todo eso fuera posible hizo falta que se juntaran la quiebra de la legalidad, la ambición de control político y la codicia —pero también la suspensión del espíritu crítico inducida por el atontamiento de las complacencias colectivas, el hábito perezoso de dar siempre la razón a los que se presentan como valedores y redentores de lo nuestro—. La niebla de lo legendario y de lo autóctono ha servido de envoltorio perfecto para el abuso y de garantía de la impunidad.

Despilfarradores y ladrones vuelven a ser aclamados y elegidos por la misma ciudadanía a la que llevan decenios estafando.

Mientras los concejales de Cultura costeaban danzas folclóricas y fiestas bárbaras para el jolgorio de borrachos, los de urbanismo recalificaban terrenos y escondían debajo del colchón los fajos de billetes de quinientos euros con que los constructores afines les pagaban los favores.

La mayor parte de los que tenían conocimientos y sabían hacer cosas se marcharon hace mucho tiempo de la política o fueron expulsados de ella. Han quedado y han ascendido los que no teniendo otra forma de prosperar en la vida se han limitado a una obstinada militancia, a una ilimitada disposición de obediencia, en el mejor de los casos, y de corrupción en el peor.

En ningún otro campo profesional se puede llegar más lejos careciendo de cualquier cualificación, conocimiento o habilidad verificable. Se puede dirigir un hospital y hasta ser ministro de sanidad sin tener la menor noción de medicina, y ocupar un puesto de alto rango en la política internacional sin hablar ningún idioma extranjero.

En ningún otro país que yo conozca está tan extendida la profesión de opinador, en voz alta o por escrito.

El resultado es que muchas personas que habrían debido hablar han callado y siguen callando, y que en España sea tan común decir una cosa en público y la contraria en privado, y actuar de una manera y opinar de otra.

Así de grande era la escala del expolio que se estaba cometiendo en nuestro país hace cinco años, pero yo sólo me doy plena cuenta ahora. Era un escándalo sonoro tan continuado que tal vez no costaba mucho dejar de oírlo.

…de cualquiera de esas ciudades y esos pueblos españoles en los que se construían millares de viviendas, polígonos industriales, campos de golf, aparcamientos, en los que los concejales y los alcaldes abrían cuentas en Andorra y conducían coches de lujo pagados por constructores que eran parientes o amigos suyos.

Cuando la barbarie triunfa no es gracias a la fuerza de los bárbaros sino a la capitulación de los civilizados.

Los países inventados por la clase política con su gran lujo de parlamentos, televisiones, empresas públicas, jefes de protocolo, caravanas de coches oficiales, enjambres de altos cargos y enchufados, mantienen los mismos fastos de siempre y sólo ahorran con decisión en aquello que es fundamental: en escuelas, en profesores, en asistencia sanitaria, en investigación científica.

Los que conocimos el mundo anterior tenemos la obligación de contar cómo era: no para que se nos admire o se nos compadezca por las escaseces que sufrimos, sino para que los que han venido después y lo han dado todo por supuesto sepan que no existió siempre, que costó mucho crearlo, que perderlo puede ser infinitamente más fácil que ganarlo. Y que si nos importa de verdad tenemos que comprometernos para defenderlo y mantenerlo.

Nada importó demasiado mientras había dinero. Nada importaba de verdad. Podíamos estar gobernados por incompetentes o por ladrones o por ignorantes o por gente que reunía las tres cualidades a la vez: por mal que lo hicieran la economía prosperaba empujada por el doble espejismo del dinero barato y de la burbuja inmobiliaria; por mucho que robaran y por muchos parásitos a los que les permitieran chupar de la administración había tanto dinero que seguía sobrando para casi todo.

Era un país, dicen, de gente pobre y bien educada, sumamente digna, con unas formas de cordialidad y cortesía que llamaban más la atención entre la gente humilde. Nos han visto volvernos ricos, gritones y groseros. Y han visto con qué indiferencia general se ha recibido la destrucción de los paisajes naturales y de los pueblos, con qué descuido se arrasaba o se abandonaba lo admirable para sustituirlo con lo lujoso y vulgar, se lobotomizaba una memoria visual y popular que era tal vez el mejor patrimonio que teníamos.

La clase política ha dedicado más de treinta años a exagerar diferencias y a ahondar heridas, y a inventarlas cuando no existían. Ahora necesitamos llegar a acuerdos que nos ahorren el desgaste de la confrontación inútil y nos permitan unir fuerzas en los empeños necesarios.

Nuestros actos hablan por nosotros de una forma mucho más verdadera que nuestras palabras. Las palabras son gratis, y su sonido no varía si se están usando para mentir o para decir la verdad. 

Durante mucho tiempo pareció que no importaba nada y ahora importa todo, y todo lo que no hicimos y lo que dejamos de hacer y lo que hicimos mal ahora nos pasa su factura exorbitante. Pareció que no importaba ser mediocre o ser ignorante o venal para hacer carrera política, y ahora que necesitamos desesperadamente dirigentes políticos que estén a la altura de las circunstancias y que sean capaces de tomar decisiones y llegar a acuerdos nos encontramos gobernados por toscos segundones que no sirven más que para la menuda intriga partidista gracias a la cual ascendieron, todos ellos, mucho más arriba de lo que se correspondía con sus ...

Ha terminado el simulacro. Que la clase política española quiera seguir viviendo en él es una estafa que ya no podemos permitirles, que no podemos permitirnos. Tenemos un país a medias desarrollado y a medias devastado, sumido en el hábito de la discordia, cargado de deudas, con una administración hipertrofiada y politizada, sin el pulso cívico necesario para emprender grandes proyectos comunes.

martes, 4 de noviembre de 2014

Lo raro es vivir, Carmen Martín Gaite

Escritora salmantina nacida en 1925 y fallecida en el año 2000. Licenciada en Filosofía y Letras por la universidad de Salamanca, comienza ejerciendo de actriz hasta que en 1950, con veinticinco años se traslada a Madrid y conoce, entre otros, a Ignacio Aldecoa que la introduce en los círculos literarios de la capital y a Rafael Sánchez Ferlosio con el que contraería matrimonio pocos años después. En 1955 publica su primera obra, «El balneario» con la que obtiene el premio Café Gijón. Continúa a lo largo de su vida publicando novelas y escritos al tiempo que colabora con numerosos medios como crítica literaria y escribe guiones para series históricas de televisión, al tiempo que ejerce de traductora de obras de conocidos autores extranjeros como Rilke o Brontë entre otros. A lo largo de su trayectoria cuenta con numerosos premios, entre los que podemos destacar el Premio Nadal en 1958 por «Entre visillos» que le lanzó a la fama, el Premio Nacional de Literatura conseguido en 1978 con «El cuarto de atrás» teniendo este como característica especial que es la primera mujer en conseguirlo y el Príncipe de Asturias de las letras en 1988. La presente novela vio la luz en 1995, cinco años antes de su muerte y cuando contaba ya con setenta años.

Águeda Soler ha ejercido de todo en la vida, incluso componer canciones de «entrerrock» como gustaba llamarlas. Ha renunciado a una cómoda vida en un lujoso apartamento proporcionado por su madre en una zona de las mejores de Madrid para irse a vivir a una buhardilla de Antón Martín donde ha transcurrido una agitada vida en la que no ha faltado el alcohol y el amor. Parece que ha sentado la cabeza trabajando regularmente como archivera y estudiando las andanzas de un aventurero dieciochesco y mentiroso para redactar una tesis doctoral y quién sabe si un libro, pero es una procrastinadora nata que apunta todo lo que tiene pendiente pero no lo hace. A sus treinta y cinco años acaba de perder a su madre, una conocida pintora con su mismo nombre, con la que ha mantenido siempre una extraña y distante relación. Con su pareja, Tomás, lejos por motivos laborales, el presente le cae encima con una amalgama de todo su pasado haciéndola cuestionarse qué hace en este mundo y sintiéndose extraña de seguir viva. En una semana de trepidante actividad en la que se echa a la calle, con encuentros algunos no buscados ni esperados en diferentes puntos de la ciudad, Águeda va encontrando respuestas a sus interrogantes contándose a sí misma su propia historia pasada para revisarla y asumirla en busca de un camino para seguir adelante.
“Es que todo es muy raro, en cuanto te fijas un poco. Lo raro es vivir. Que estemos aquí sentados, que hablemos y se nos oiga, poner una frase detrás de otra sin mirar ningún libro, que no nos duela nada, que lo que bebemos entre por el camino que es y sepa cuándo tiene que torcer, que nos alimente el aire y a otros ya no, que según el antojo de las vísceras nos den ganas de hacer una cosa o la contraria y que de esas ganas dependa a lo mejor el destino, es mucho a la vez, tú, no se abarca, y lo más raro es que lo encontramos normal.”
Me ha costado sobremanera entrar en la historia en sus primeros momentos. Luego, al llegar al final me he dado perfecta cuenta que no había disfrutado todo lo debido, así que me comprometo a leerlo de nuevo cuanto antes. Hay que ir poco a poco, con paciencia, descubriendo a los personajes y haciéndose una idea, al principio muy difusa, de lo que el relato en primera persona de la protagonista nos quiere transmitir. Con un lenguaje muy cuidado, exquisito podríamos decir, los poco más de sesenta mil vocablos contenidos en sus doscientas veintinueve páginas nos presentan una montaña rusa de altibajos bruscos donde de pronto todo es esperanza para al momento siguiente ser negrura existencial. Nos habla de lo cotidiano, del dolor, de la muerte, de las mentiras, de las huidas, del huir del pasado… colocándonos frente al espejo para que nosotros mismos nos analicemos y reflexionemos sobre nuestras inseguridades y cómo vamos pasando los años, navegando a través de la vida de una forma extraña y sorprendente. El mensaje es claro, la vida es un regalo, raro, que tenemos que saber descubrir en cada momento, tomando las decisiones acertadas y huyendo de tomar «indecisiones».

Hasta aquí mis opiniones personales. En el Club de Lectura en el que hemos debatido sobre este libro, la opinión ha sido unánime en señalarle como una pieza deliciosa de la Literatura, con mayúsculas, un amor de la autora por el lenguaje y su utilización para contar historias. Pleno de metáforas y mentiras, las justas, de una longitud adecuada que sorprende como es capaz de contener tantas historias. Sus personajes, conseguidos, dejan todo abierto a la imaginación del lector. Un canto en algunos momentos oculto a la figura de la maternidad.

El libro está plagado de frases resaltables. Solo un par de ellas para no cansar:
«Ahogas la propia indecisión en la de otros y con eso olvidas el cacao de tu vida. Igual les pasa a los bomberos, a los médicos, a los abogados, para sí mismos no sabrían como montárselo, y ya ves, en cambio, hacen un bien a la humanidad. Cualquier oficio que te obliga a meterte en lo que sea te saca de tu rollo, pero si lo haces bien compensa. Apagas un fuego, arreglas un alma o un cuerpo, ganas un pleito, recompones el pasado de un muerto a través de papeles, qué más da, son asuntos ajenos, me refiero. Te tranquilizan y encima sin implicarte. Se vuelven tu rollo. »
«A veces me pregunto qué sería de mí si Tomás dejara de interesarse por las cosas que le cuento y por las que le oculto. Posiblemente una catástrofe. »