Entrar en El hijo de Gutenberg es entrar en una singular historia de amistad entre un administrador de fincas urbanas y un contable que desde el momento que se encuentran fuera de sus trabajos consiguen construir otra dimensión en sus vidas. Una dimensión más allá de su rutina diaria, pero a la vez, muy pegada a ella. Y así, la experiencia que tiene Vargas a la hora de lidiar con un montón de vecinos, vendrá como anillo al dedo para conseguir que un grupo de excéntricos se reúna una noche a celebrar la muerte del dadaísmo -¡viva dadá!- una comunidad que pasará del espacio virtual al real, y que cantarán a lo singular, lo excepcional, lo defectuoso, lo que no es lo que parece, lo que muta, lo que se derrite.
Y es que en esta historia todo se transforma. La ventana del taller de imprenta en el que Vargas pasa unas horas para engrasar y limpiar la linotipia de su padre –Víctor Vargas –dejará de ser un escaparate para convertirse en una pantalla de cine de la que él será la cámara privilegiada; y Bruno nos contará la historia de cómo sus viejas zapatillas de pana llegaron a convertirse en un invernadero: Vivía tan intensamente la vida interior de las zapatillas que de alguna forma los cambios tenían su reflejo en mi propia vida interior, como si hubiera una extraña compenetración entre el estado de las zapatillas y mi propio estado mental. Una especie de entendimiento, una química interior. De ahí a convertirse en experto en pantuflas sólo tendrá que dar un paso. O dos. Con un pie y con el otro: esos pies con calcetines desparejados, de distinto color. Bruno, con su miedo de niño a los maniquíes y su nostalgia de los zapatos de charol con los que hizo la comunión: nostalgia no de la infancia perdida ni del tiempo pasado ni del sentimiento religioso: pura y dura nostalgia del charol.
En el taller de imprenta conoceremos también al señor y la señora Berg, artefactos construidos gracias a las piezas que el padre de Vargas reciclaba y recogía previamente con su carrito de supermercado. Construida también esta pareja con las piezas que se iban estropeando de La verdadera señora Berg, que no es otra que la linotipia mencionada líneas más arriba: Su relación con esta máquina llegó a ser tan personal que se comunicaba con ella como si fuera un animal o incluso una persona: durante muchos años la llamó Edelmira.
Linotipias que se llaman Edelmira, zapatillas que sacadas de su contexto –y como si de una obra de Marcel Duchamp se tratara –pasan a ser un invernadero, y que alejadas de su uso habitual, también tendrán algo que decirnos respecto a su nueva situación. Sí, nos sorprenderemos con un diálogo entre zapatillas; perros que se preocupan de sus dueños y guau guau, consiguen decirnos unas cuantas palabras. Ahora todo parece posible. Ahora todo es posible. Hasta llegar a encontrar un sentido: De pronto cada cosa está en su lugar exacto; de pronto todo tiene sentido: tú tienes sentido y el mundo tiene sentido; de pronto te sientes protagonista de tu propia vida, dueño de tu propio destino, compañero del azar.
Esta es una historia de cosas, una historia de nuestra relación con ellas, pero sobre todo es la historia de una amistad y de un conjunto de experiencias artísticas vividas por personas por lo general ajenas al mundo artístico: como reza la exposición Anonimarte que también aparece en este libro.
Les invito a entrar en este libro. En él late un corazón, quizá compuesto de tuercas y tornillos, pero un corazón que se siente y funciona al ritmo del otro.
Ahora más que nunca necesitamos el espíritu dadá. (…) Ahora que todos se han puesto tan serios, tan graves, tan encantados de conocerse a sí mismo que apenas ven otra cosa que su propio ombligo. Están enfermos de gravedad. Necesitamos a dadá. Que los artistas se queden en los museos. Devolvamos el arte a la calle.
Patricia L.
Sobre el autor, extraído de la página de Lengua de trapo: Borja Delclaux nace en Bilbao en 1958 y se establece en Madrid desde mediados de los ochenta. Falleció en abril del 2006, mientras concluía el proceso editorial del presente libro. En 1995 se publicó en Lengua de Trapo su obra Picatostes y otros testos, segundo título de la Colección Nueva Biblioteca y I Premio Lengua de Trapo de Narrativa. Es, por eso, autor fundacional de esta casa: en su escritura desacralizadora y juguetona, en la línea del primer Vila-Matas o de Monterroso, se resume a la perfección el espíritu de la editorial.
Parece una propuesta de novela muy radical pero muy sugerente. Una obra donde los objetos son personajes. Me gusta, original y distinto.
ResponderEliminarSí, exacto: distinta. ¡Me ha gustado mucho!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho la relación entre vida y arte, fusianados los dos.
ResponderEliminarPatricia, si lo tienes en soporte físico, ¿Podrías prstármelo, unos días? Prometo no hacerle tachaduras, marcas, ni subrayados, y entregarlo agradecido y en plazo.
ResponderEliminarSí! Dentro de unos días tenemos Club de lectura. Te lo llevo.
ResponderEliminarUn abrazo,
Patricia
Gracias por anticipado.
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