Luis Sepúlveda es chileno y cuenta en la actualidad sesenta y cuatro años. Desde muy joven despertó en él un ansia por viajar que le ha llevado a recorrer el mundo de muy diversas maneras, escribiendo entre tanto. A los 20 años publicó su primer libro, contando con varios premios internacionales de literatura. La novela que comentamos, «Un viejo que leía novelas de amor» ha sido llevada al cine y puede verse de forma libre en este enlace.
El protagonista de esta historia es Antonio José Bolívar Proaño, un hombre que vive solo en una choza que el mismo construyó en las afueras del pueblo de nombre "El Idilio" ubicado en las profundidades de la selva amazónica, donde recaló con su mujer, Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo, huyendo de la civilización para ver si podían tener descendencia pero a la que besó pocas veces porque a ella no le gustaba y era pecaminoso. Muerta por fiebres al poco tiempo, Antonio se convierte en un ser bohemio y solitario que vaga por la selva aprendiendo y respetándola para obtener de ella lo necesario para vivir feliz, que es muy poco, siendo pobre en bienes y rico, muy rico, en libertad. Amigo de y protegido por un pueblo indígena de la zona, los «shuar» que no «jíbaros», está permanentemente enfrentado a la autoridad local, el alcalde, a quién que todos conocen como «el babosa» por su físico y su sudoración continua, y a quién Antonio ridiculiza de forma constante con sus apreciaciones certeras cada vez que se recurre a él
Pero a este apartado mundo y a bordo del «Sucre» llega de vez en cuando la civilización que si por algo se distingue es por complicar la vida, de múltiples formas y maneras, a los locales. Cazadores sin respeto ponen en alerta a las fieras de la zona, una tigrilla, que traerá en jaque a todos hasta que se organiza una partida de caza para matarla. Las continuas meteduras de pata del alcalde en esa partida, que suponen un peligro real sobre todos, lleva a este a ofrecer dinero a Antonio por ocuparse en forma solitaria del asunto, retirándose los demás. Antonio pone en juego todos sus conocimientos para, con gran peligro de su vida, lograr matarla. El doctor Rubicondo de Loachamín, dentista que visita la zona dos veces por año, le provee de libros de amor que nuestro protagonista lee con dificultad pero con enorme deleite.
Cuando caen en nuestras manos, de personas que vivimos en la «civilización» relatos de este tipo, se evocan en nosotros sentimientos de respeto al entorno que desconocemos por lo general en nuestro deambular diario habiendo olvidado las leyes naturales y habiéndolas sustituido por otras muy lejanas de aquellas. El muy claro y preciso lenguaje utilizado en este relato, español de allende el Atlántico, también despierta aquende nuestra imaginación grabando en nuestra mente los limpios sentimientos de nuestro «viejo», evocados con otra musicalidad de palabras que comprendemos pero no usamos, aunque por algunas hemos de acudir al diccionario. El autor vivió en carne propia durante siete meses la experiencia que nos brinda y de la que se han vendido varios millones de ejemplares en todo el mundo. Un libro muy recomendable, pequeño pero matón, con sus 144 páginas impresas conteniendo 25.500 vocablos, que se lee en un santiamén y dejará sin duda en nuestro espíritu un poso de paz y convivencia con la naturaleza que hemos perdido por «disfrutar» de nuestro mundo «moderno y civilizado».
Podemos encontrar un extenso diccionario «ad hoc» que explica gran parte de los vocablos del libro en este enlace
Qué raro leer la reseña antes del encuentro, pero bien porque así me has refrescado algunos detalles. También he disfrutado de esta historia... Gracias.
ResponderEliminarHasta luego,
Patricia