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miércoles, 23 de octubre de 2013

El futuro del libro, de Geoffrey Nunberg

Lo primero que hay que tener muy en cuenta es la fecha de publicación de este libro: 1996. Esto es fundamental para poner en su lugar las ideas vertidas en él sí lo miramos con el prisma de los conocimientos actuales. En los diecisiete años transcurridos, algunas de las afirmaciones en él contenidas, como veremos, han quedado completamente obsoletas dados los cambios ocurridos en la tecnología, los archiperres (aparatos con pantallas) y el desarrollo de la «world wide web» que si bien existía por aquel entonces, su acceso generalizado estaba todavía por desarrollar. Geoffrey Nunberg es el «compilador» que ha reunido en estás poco más de trescientas páginas impresas las opiniones de una docena de autores. El éxito y eco de este libro estuvo, y está aún, en la apostilla de un por todos conocido Umberto Eco.

Empezando por el final, Umberto Eco llama nuestra atención sobre la frase acuñada por Víctor Hugo y puesta en boca del jorobado de Notre Dame: «ceci tuera cela» que podríamos traducir, llevándola al terreno que nos ocupa, por «esto matará aquello». A lo largo de la historia se han sucedido estos «asesinatos» y seguirán ocurriendo como consecuencia de la evolución y el desarrollo de la tecnología.

En todo caso este libro es de difícil lectura, pues en muchas ocasiones los autores se «van por las ramas» en disquisiciones cuasi filosóficas que con el paso del tiempo han perdido interés. Hace años los escritores se devanaban los sesos para transferirnos por el lenguaje escrito la belleza de un paisaje o las características físicas de un personaje. Luego llegaron las imágenes a los libros y ahora pueden hasta tener movimiento y sonido si estamos visualizando contenidos en una tableta. Frases tales como «nadie va a sentarse a leer una novela en una ridícula pantallita», «nadie se va a meter en la cama con un ordenador», «escribir sin libro es como una agricultura sin tierra», «uno de los principales problemas del ordenador es la tosca resolución de las pantallas» se han contestado o rebatido por si solas con el paso de los años.

Enciclopedias y diccionarios cayeron hace muchos años en desuso primero con los CD-ROM's y luego incluso estos cedieron el paso a internet. Recuerdo los primeros años de la Encarta en los que leer los artículos con imágenes en movimiento y sonido era un placer, pero que ya ha quedado desfasado.

«Hay que ser prudentes con la trivialización y el desprecio hacia el pasado, no sólo porque podemos perder documentos importantes, sino también análisis culturales muy valiosos conseguidos con viejas tecnologías de comunicación, mientras estamos inmersos en el proceso de construir otras nuevas» Es difícil evaluar una cosa cuyo alcance desconocemos, pero aferrarse a lo antiguo esgrimiendo únicamente su antigüedad no parece una apuesta coherente ni de futuro. Muchas disciplinas, véase música, cine, fotografía, han migrado a soportes digitales con un cambio profundo y radical de sus planteamientos. La revolución ha traído la inmediatez, el intercambio sin retrasos, la posibilidad de cambio y corrección en cualquier instante. ¿Es esto bueno? ¿Es malo? La producción de documentos se ha socializado de tal forma que es casi imposible poner impedimentos a la circulación de los mismos: el que yo escriba un texto, o un libro, y que alguien lo pueda leer al instante siguiente en cualquier lugar del mundo y mandarme sus impresiones puede ser visto como una ventaja o un quebranto, según su uso. Por el contrario, una desventaja es la cantidad de documentos que hay en circulación, muchos de ellos reelaborados a partir de otros y que dificultan la localización de lo que verdaderamente nos interesa.

¿Cuál es la mejor forma de proceder en el futuro? Pues tendremos que esperar a que ese futuro llegue y nos desvele las implicaciones del cambio de soporte de físico a digital. Mientras tanto, cada cual elegirá los caminos que le parezcan más adecuados dentro de las posibilidades disponibles a su alcance. Una vez más el tiempo dará o quitará razones.
«El viejo todavía no ha dicho su última palabra, y tampoco probablemente los futuros pequeños Sartres, con sus aulas equipadas con pantallas de ordenadores flexibles, ultrafinos y ultraligeros, desearán todavía, durante un tiempo, con la esperanza de salvar su alma, un esqueleto de "cartón y cuero", con su "carne de papel" que huela a "cola y champiñones"».

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