Pierre Lemaître es un escritor francés nacido en París en 1951. En sus primeras ocupaciones ejerció como psicólogo y educador de adultos para posteriormente dedicarse a la literatura y a la creación de guiones para cine y televisión. Mundialmente conocido, sus obras han sido traducidas a más de treinta idiomas. Su primera novela vio la luz en 2006, cuando contaba cincuenta y cinco años, bajo el título de «Travail soigné», seguida en 2009 por «Robe de marié» y «Cadres noires» en 2010. Vinieron luego «Alex», «Les grands moyens», « Sacrifices», «Rosy & John» y esta que nos ocupa « Au revoir là-haut», editada en 2013 y que recibió en 2014 el premio Goncourt.
La novela tiene sus comienzos en los coletazos finales de la primera Guerra Mundial y más concretamente en el asalto a la cota 113 por un grupo de soldados franceses entre los que se encuentran los protagonistas de esta historia, Albert Maillard y Édouard Péricourt, que traban una profunda amistad en las trincheras sufriendo los horrores de la guerra y las excentricidades de su capitán, Henri d’Aulnay-Pradelle, que potencian una variada sucesión de sentimientos de miedo, desamparo y humillación entre otros, al ver muy de cerca morir a sus compañeros y sus propias vidas en peligro. Édouard, de familia pudiente, resulta herido por una metralla que le destroza parte de la cara dejando prácticamente intactos solo sus ojos. La guerra finaliza y Édouard no quiere presentarse con ese nuevo y deformado semblante antes los suyos, por lo que opta, con la ayuda de Albert de hacerse pasar por muerto y adquirir una nueva identidad en la de otro soldado anónimo fallecido llamado Eugène Larivière. Albert está a punto de ser condenado en un consejo de guerra por las instigaciones de su capitán, que acabará convertido en cuñado del propio Édouard al casarse con su hermana una vez finalizada la guerra. De vuelta a la vida normal, la amistad entre ambos continúa fuerte a pesar de los vericuetos que tienen que sortear por el cambio de personalidad y por la adición de Édouard a no hacer nada, ni siquiera retomar su actividad como buen dibujante, sino por su adicción y dependencia de las drogas, morfina en sus primeros momentos y luego otras más fuertes como la heroína. La escasez de dinero y medios hace a Albert interaccionar con la familia de Édouard que le da por muerto, llegando a convertirse en empleado del banco del padre de su amigo, llegando a escamotear dineros para preparar un gran fraude a nivel nacional que les permitiría recaudar más de un millón de francos y huir fuera del país. Cuando ya tienen el dinero recaudado y están a punto de consumar su huida, las excentricidades de Édouard y las peripecias de Albert provocan un final inesperado.
Un novelón que por momentos me ha recordado vagamente a «Crimen y Castigo» en sus casi ciento cuarenta mil vocablos contenidos en cuatrocientas cuarenta y tres páginas. Los hechos reales de la guerra en un primer momento dan paso a sucesos truculentos, rayanos en lo trágico y lo cómico a la vez, donde van apareciendo una mezcolanza de personajes muy interesantes entre los que destacaría a la niña Louise, el recadero Coco, la madre de Albert en sus contadas intervenciones por alusión y sobre todo al funcionario Merlin, todo un ejemplo de persona desastrada pero íntegra en sus actuaciones y que da una lección al todopoderoso Henri d’Aulnay-Pradelle al no aceptar su chantaje al tiempo que le propina un escarmiento espectacular. El relato adquiere cotas irreverentes en algunos momentos en las alusiones de algunos dibujos realizados por Édouard-Eugène, un dibujante brillante que recupera su ilusión por los trazos al crear los espléndidos bocetos del monumento a los caídos que conseguirá engañar a muchos franceses. Si bien al principio y tras el relato de las escenas de guerra la trama desconcierta un poco, va creciendo subiendo en intensidad y expectativas a medida que avanza la novela hasta llegar a la explosión final. La riqueza de los hechos y su entrelazado confieren un muy buen nivel a esta novela que no defraudará a l lector. Las miserias humanas, tanto en época de guerra como después en la posguerra salen a la luz y no dejan títere con cabeza en todas las capas sociales. Ambientada hace cien años, no parece que difiera mucho de la situación actual, salvando las distancias y la ambientación. Personajes como los principales de la novela siguen existiendo hoy en día con otros nombres pero con las mismas actitudes, corregidas y aumentadas, especialmente en el mundo de los negocios y la política. En suma, una novela, y por extensión su autor, muy recomendable y para tener en cuenta. Estas son las ventajas de un Club de Lectura que te «obliga» a leer un libro al que posiblemente no te hubieras acercado nunca y que te sorprende gratamente.
Algunas frases seleccionadas a continuación, entre las que destaca la primera, referida al padre de Édouard, leída en la reunión del club por Javier y señalada por varios de los asistentes:
Péricourt tenía a la espalda una carrera de banquero, la mitad de su fortuna le venía de la Bolsa, la otra, de la explotación de diversas industrias. Le habría resultado fácil, por ejemplo, meterse en política, como muchos de sus iguales, aunque no habían ganado nada con ello. Su éxito personal se basaba en su habilidad, le repugnaba que dependiera de circunstancias tan inciertas, tan estúpidas a veces, como unas elecciones. Además, no tenía madera. Para ser político, se requiere ante todo ego. No, lo suyo era el dinero. Y al dinero le gusta la oscuridad. Para él, la discreción era una virtud.Édouard debía de tener once o doce años. En esa época aún iba al instituto Sainte-Clotilde. A santa Clotilde, hija de Chilperico y Caratena, a esta última, una lagartona de cuidado, Édouard la había dibujado en todas las posturas, sentada encima de su tío Godegisil, a cuatro patas delante de Clovis y chupándosela al rey de los burgundios hacia el 493, mientras Remi, obispo de Reims, se la metía por detrás.Édouard tenía una inteligencia que todos consideraban superior a la media, un talento innato para el dibujo tan increíble que hasta sus profesores de Bellas Artes se habían quedado pasmados, y una buena suerte insolente.
Así pues, Albert no se separó de su compañero y se convirtió en el auxiliar voluntario de las enfermeras.En el fondo, una guerra mundial no es más que un intento de asesinato generalizado en un continente. Sólo que aquel intento en concreto iba dirigido a él en persona. A veces, mirando a Édouard Péricourt, Albert revivía el instante en que había empezado a faltarle el aire, y montaba en cólera.…los devastadores efectos de su enterramiento. Una parte de él seguía bajo tierra; su cuerpo había emergido, pero una parte de su cerebro, prisionera y aterrorizada, había quedado atrapada allí abajo. Aquella experiencia estaba grabada en su carne, en sus movimientos, en sus miradas.Édouard Péricourt acaba de morir por Francia. Y ahora Eugène Larivière, resucitado de entre los muertos, tiene ante sí una larga vida para recordar.Cuidadosamente pegados en hojas. Incluso lleva un anexo donde figuran los números de serie. El tipo había devuelto el dinero... ¡Alucinante! Desconcertado por la información, Henri no conseguía juntar las piezas del rompecabezas: el informe, el ministerio, el dinero, los cementerios cerrados... Léon se encargó de establecer las relaciones:...
Tengo este libro en mi lista de lecturas pendientes. Una buena reseña. :)
ResponderEliminarSaludos.
Tengo este libro en mi lista de lecturas pendientes. Una buena reseña. :)
ResponderEliminarSaludos.