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lunes, 4 de abril de 2016

La economía del hidrógeno, de Jeremy Rifkin

@JeremyRifkin Jeremy Rifkin nació en Denver, Colorado, en 1943. Licenciado en Economía y otras varias disciplinas, es un prolífico economista, escritor, conferenciante, consultor, profesor, sociólogo… y activista en pro de los derechos humanos. El mundo de la economía no tiene secretos para él como ha quedado demostrado por el amplio elenco de obras y trabajos a lo largo de su ya dilatada trayectoria, especialmente en el terreno de cómo afectan las innovaciones tecnológicas y científicas a la economía en particular y a la sociedad en general. Ha ejercido como asesor de numerosos gobernantes, entre ellos el español Rodríguez Zapatero. Lleva más de cuarenta años publicando libros entre los cuales podemos citar «¿Quién debe jugar a ser Dios?», «El fin del trabajo», «La civilización empática», «La sociedad de coste marginal cero», «El sueño Europeo», «La tercera revolución industrial» o «Entropía». El libro que nos ocupa hoy, «La economía del hidrógeno» fue publicado en 2002, cuestión fundamental que hay que conocer en este tipo de libros para valorar sus aseveraciones y/o predicciones en referencia a una fecha concreta.

La idea central de la que parte este libro es que en una época no muy lejana, las reservas mundiales de combustibles fósiles —petróleo, gas, carbón—, que conforman la base de la economía actual, se acabarán aunque previamente las explotaciones quedarán limitadas, especialmente las de petróleo, a pocos países del Golfo Pérsico que pueden llegar a desestabilizar la estructura de la economía mundial actual o cuando menos condicionarla con sus decisiones relativas a producción y precios. Además hay que hacer mención al daño que causan a la atmósfera con los gases contaminantes que se desprenden de su combustión y que están subiendo la temperatura global de la Tierra con previsibles consecuencias nada deseables. Una vez desarrollada esta idea, la transición hacia una economía basada en otros tipos de energía empieza a ser perentoria, apostando el autor por el hidrógeno, muy abundante en la Tierra y que permitiría una energía limpia cuyos residuos serían oxígeno y/o agua, elementos poco sospechosos de ser contaminantes. El autor argumenta que la sociedad está entrando en una nueva fase en la que serían necesarios cada vez menos trabajadores para producir todos los bienes y servicios necesarios para el consumo, porque cada vez más, tecnologías sofisticadas están llevando a la civilización a un mundo casi sin trabajo, por lo que el que haya habrá de ser necesariamente redistribuido.

Desde hace doce mil años, cuando los sapiens dejaron su vida cazadora y recolectora para convertirse en agricultores, el gasto de energía ha ido in crescendo hasta llegar a la actualidad en que muchas tareas que antes se realizaban de forma manual son realizados por maquinaria que necesita energía, bien de forma directa en combustibles o indirecta a través de la electricidad. Mención aquí a los «recientes» desastres que han puesto en tela de juicio la viabilidad de la energía nuclear, Chernobil y Fukusima, una energía barata pero contaminante y con efectos devastadores en caso de fallo.

Un libro que contiene multitud de información y numerosas claves para alertar del peligro en el que estamos inmersos si continuamos por estos derroteros aunque bien poco podemos hacer los individuos si a niveles decisorios más elevados no se toma conciencia del problema y se abren vías donde prime el interés común por encima de los intereses económicos de las empresas y los gobiernos. El control de la energía, en general, está en pocas manos por lo que su poder es prácticamente infinito. La clave, en palabras del autor, reside en conseguir energía suficiente de las renovables,-‒fotovoltaica, eólica, hidráulica o geotérmica‒, que pueda ser empleada en el proceso de electrólisis para descomponer el agua en hidrógeno y oxígeno. Si nos quedamos con el hidrógeno, estaremos «contaminando» la atmósfera de la Tierra con oxígeno, igualito que ahora.

Una de las enormes ventajas de la economía del hidrógeno es que permite una redistribución que podría llegar a ser individual, obviando los problemas derivados de grandes centrales y su transporte hasta el usuario, que podría constituirse como su propio productor de energía. Un coche dotado con una pila de combustible de hidrógeno, que permanece por lo general aparcado cerca del domicilio muchas horas y especialmente cuando estamos en él, podría servir de mini central eléctrica para la casa. Esto tendría unas consecuencias exponenciales en su vertiente de democratización energética, generando un mapa económico nuevo que habría que volver a construir, pues gran parte de la economía de los Estados está basada en sustanciosos impuestos sobre los combustibles.

La humanidad necesita de cara al futuro inmediato un sistema de energía eficiente, eficaz y efectivo y cada vez está más claro que el petróleo, el gas o el carbón, los combustibles fósiles, lo son cada vez menos. Están todavía muy verdes los problemas de la generación, almacenamiento y distribución pero es probable que a corto plazo se vayan solucionando y permitan un trasvase hacía esta energía del hidrógeno u otra alternativa.

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