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miércoles, 12 de julio de 2017

Covalverde, de Santos Jiménez

Santos Jiménez, escritor abulense nacido en 1959 en Cuevas del Valle. Ha escrito varios libros de poesía y dos de prosa: «El vendedor de cerezas» y el que comentamos hoy, «Covalverde». Este libro es una auto publicación y puede ser adquirido contactando directamente con el autor en el correo electrónico casadelashelechosas@gmail.com o en el teléfono 920 38 30 68. Existe un blog del autor que puede accederse desde este enlace.  

En este libro se plasman los recuerdos de las personas mayores del pueblo del autor, Cuevas del Valle, que ha cambiado por Covalverde con la licencia correspondiente de todo autor pero que se identifica inequívocamente por las muchas alusiones a su ubicación y a sus alrededores. El aciago julio de 1936 llegó a este recóndito lugar perdido en la Sierra de Gredos, siendo republicano en sus inicios, cuarenta días y diez ejecuciones, para en breve tiempo cambiar de signo, lo que derivó en un «diez por uno»: hombres, mujeres, niños o ancianos eran designados por tres cabecillas que llevaban la voz cantante, llegando a diezmar un población de mil almas con alrededor de cien que desaparecieron víctimas del horror y ante la vista de sus seres queridos. El autor ha recuperado la memoria de los ancianos de la localidad que le han referido sus recuerdos, algunos de ellos muy vivos a pesar de los años transcurridos, y que relatan no solo los «paseos», las muertes y los lugares de las fosas comunes sino también las vejaciones, palizas, robos y actos violentos que ocurrieron. Los dos bandos hicieron de las suyas en aquellos meses. Las cinco balas que figuran en la portada tienen nombres escritos pero su significado y alcance queda para el curioso lector que se acerque a las páginas del libro.

No se trata de un libro más sobre la Guerra Civil Española, no se busca reivindicación ni revancha, tan solo se relatan una serie de hechos como ocurrieron recordados por sus protagonistas, familiares o personas del pueblo, que los presenciaron e incluso participaron en ellos en aquellos primeros meses de la Guerra Civil Española. Según refiere el autor, muchos de los que en los albores de este siglo comentaron los hechos ya han muerto, pero de alguna forma han recuperado su pasado al quedar en las páginas de este libro: «Lo que se escribe se lee». El autor recrea los paisajes del pueblo y de los alrededores de forma magistral intercalando bellas descripciones con un lenguaje de antaño plagado de vocablos del lugar cuyo significado queda explicado en un mini diccionario al final del libro. Algunos de ellos se le han escapado al autor, como «cendolillo», término que no aparece en el Diccionario oficial de la RAE cuando curiosamente si aparece específicamente en femenino con un significado de «Muchacha inquieta y de poco juicio» ¿Es que no hay MUCHACHOS inquietos y de poco juicio? Aquí queda esta curiosidad. Numerosas situaciones de la dura vida de aquella época en el pueblo bellamente recreadas en las páginas de este libro –a pesar de su tema de fondo– dan soporte a estas historias que pugnan por salir a la luz y ser rescatadas del olvido ochenta años después de que ocurrieran.

Algunas frases entresacadas del texto…
Así andan los viejos mañosos por el campo, esquivando los dolores, haciendo las tareas que han hecho siempre.
…porque se hacía viejo, muy viejo, y dejaba hacer a la naturaleza su necesidad, sin una queja, como corresponde a los solitarios, a los que sufren su soledad en silencio.
Lo de mi amo ocurrió en el mes de octubre de 1936, cuando los cielos se revolvieron con la tierra, las azadas con los fusiles y las mujeres viejas y no tan viejas se cubrieron de negro para siempre. Se cosieron el negro a sus cuerpos para siempre.
Eso se ve en las fotografías de aquellos años, donde casi se adivina quienes fueron los vencedores y quienes los vencidos.
La gente huye de las guerras, ha huido siempre y huirá de esa peste repudiando a quién las urde. Quien las apoya sufrirá antes o después el castigo de la Historia.
Tenía cinco balas en el bolsillo, ocupaban el espacio de una petaca de tabaco, de una cartera, de un reborujo de cuerda, incluso menos. Tan inofensiva reliquia no era ninguna molestia. Todo lo contrario.
Los chopos del río castigaban el aire con sus látigos.
Los pinos se defienden del remolino y silban su pánico por los resquicios del monte.

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